—¿Para qué? Yo me estoy divirtiendo —contesto ante la petición de Severus de marcharnos a casa. Sé por qué lo quiere y me hago el inocente, pero simplemente es un juego. Beso la pálida piel de su cuello, rasposa por la incipiente barba. Esa que a primera vista no se ve, pero yo noto bajo mi lengua.

 

Severus me aprieta más contra él, haciéndome sentir la erección que comienza a crecer bajo la corta túnica blanca. Deslizo mis manos por su espalda hasta dejarlas descansar sobre sus nalgas. Eso me encanta, más que apretar eso dos montículos de carne, sólo dejar mis manos ahí, hacer que las note. Levanto la cabeza para mirarle, pero en el camino he acariciado parte de su cuello y de su mandíbula con la punta de mi nariz.

 

Clava sus ojos negros en los míos. Apoya su frente sobre la mía y habla directamente sobre mis labios, sin soltar mis caderas.

 

—Vámonos, para que yo, Baco, dios de la lujuria pueda desatar mi pasión y desenfreno sobre ti.

 

No puedo evitar estremecerme ante la contundencia de las palabras, antes de hacernos desaparecer rumbo a casa y hacer realidad nuestras más oscuras perversiones.