Domesticados

Este fic se publicó originalmente en Segunda Dosis

Pareja: Remus/Lucius
Rating: NC-17
Resumen: Después de encontrarse con Lupin en Hogwarts, cuando éste le impartía clases a Draco, Lucius Malfoy ve que su vida cambia cuando el hombre lobo irrumpe en ella.

 

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El día había sido complicado, cuanto menos. Había sido su primera jornada como profesor de Defensa contra las Artes Oscuras y los nervios se lo habían comido por dentro. Afortunadamente ya estaba acostumbrado al nudo en el estómago y a la pesadez que sentía cuando estaba así, gracias al entrenamiento forzoso que había sido ocultar su licantropía durante toda su vida. Los chicos de quinto curso de Ravenclaw estaban ansiosos de conocimientos. Los de séptimo de Slytherin eran muy traicioneros, con sus preguntas capciosas y sus continuas provocaciones. Primero de Hufflepuff y Gryffindor habían sido muy tiernos, pequeños niños asustadizos que no sabían qué esperar de su primera clase. Y él creía haber estado a la altura. Por lo menos no había experimentado los mismos problemas que Hagrid, ya que uno de los alumnos de su clase había sido herido por un hipogrifo. ¡Un hipogrifo! Sólo a Hagrid se le ocurriría llevar a semejante criatura a una clase de alumnos de tercero. 

Y para colmo de males, acababa de salir del despacho de Snape, con quien había estado discutiendo por la poción matalobos. Realmente era un brebaje muy desagradable: espeso, caliente y amargo. Remus no estaba tan seguro de que no se le pudiera añadir azúcar a la poción, y cuanto más se empeñaba Severus en lo contrario, más creía en la veracidad de sus sospechas. Iba tan ensimismado en sus pensamientos que no escuchó los pasos de otra persona, por lo que acabó chocando con él. 

―Discúlpeme ―dijo, después de dar un paso hacia atrás. Había topado con un hombre más alto que él. 

Para Lucius Malfoy el día había sido uno más: aguantar la insulsa charla chismosa de Narcissa durante el desayuno para después aguantar las tonterías de Fudge durante el almuerzo. Aún no sabía si para su fortuna o desgracia había recibido una carta de Draco desde el colegio, diciendo que le había atacado un hipogrifo durante una de sus clases. Sin pensarlo dos veces había abandonado la reunión para dirigirse al colegio a ver qué había pasado exactamente. La discusión con Dumbledore sólo le había enfadado, aunque reconocía que el hecho de que Severus no estuviera presente, como jefe de Slytherin que era, ya había encendido sus ánimos previamente. 

Y lo último había sido tropezarse con alguien en su camino hacia el despacho de su viejo amigo. Primero pensó que se trataba de un alumno de los últimos cursos, hasta que escuchó la voz grave. Miró atentamente al otro hombre durante unos segundos, mientras su mano izquierda sacudía ligeramente su pecho como si se estuviera limpiando. No pudo evitar que su ceja se arqueara con desprecio al reconocerlo. Lupin. Había cambiado mucho, estaba muy envejecido: ligeras arrugas se percibían alrededor de los ojos y los labios del hombre, las canas pintaban su pelo y su ropa estaba muy remendada. Lo único que sobrevivía del muchachito risueño que había visto en la selección de su sexto año era la sonrisa tímida y los brillantes ojos almendrados con vetas ambarinas. 

―Espero que no vaya tropezándose así con todo el mundo, dejaría mucho que desear como profesor. ―Fue lo único que dijo, con tono despectivo. 

Tras eso, Remus, cohibido y sin saber qué decir, se apartó a un lado para dejar pasar a Lucius Malfoy. Se pasó la mano por el pelo, apartándoselo de la cara. Suspiró después de escuchar cómo se cerraba la puerta del despacho de Snape con un sonoro golpe y un escalofrío le recorrió el cuerpo. El aroma de aquel hombre seguía causándole los mismos estragos que cuando era tan sólo un niño, sólo que ahora reconocía qué era exactamente. 

Siendo un niño de once, cuando se cruzaba con él por los pasillos, le había atraído ese olor cítrico que desprendía el rubio, revolviendo su interior de forma que el lobo parecía temblar y querer acurrucarse cerca de él, como si de un cachorro sin destetar se tratara. Ahora, con treinta y tres, se había dado cuenta en unos segundos de qué era lo que realmente sentía cuando aspiraba el aroma de Lucius: excitación. Su lobo había sentido ganas de aparearse, pero lo peor era que el humano había sentido ganas de satisfacer las necesidades del lobo. 

 

―¿Por qué no has venido a la reunión? ―La voz de Lucius mostraba lo enojado que estaba, antes de que sonara el portazo. 

Severus alzó la cabeza de los pergaminos que estaba mirando en ese momento, pretendiendo fingir que no se había sobresaltado, aunque su corazón latía con fuerzas debido al susto. 

―En primer lugar, buenas tardes, Lucius. En segundo lugar, porque tenía una reunión propia y, por último, porque no sabía que ibas a venir ―Entrelazó las manos mientras hablaba―. ¿Viniste por el accidente de Draco? 

―¡Claro que sí! ―Lucius terminó de adentrarse en el oscuro despacho, mirando con desprecio las estanterías llenas de botes con especímenes muertos―. ¿Cómo no voy a venir al colegio si mi hijo tiene un accidente con una mala bestia traída por una bestia descerebrada? ―comentó, indignado, mientras se sentaba. 

―Según pude… averiguar, gracias a uno de los amigotes de tu hijo, fue él mismo quien provocó al hipogrifo. Todo por los celos patológicos que le tiene a Potter. 

El ataque fue directo al orgullo de Lucius. 

―Dudo que eso sea cierto. 

Severus sonrió de medio lado. Por supuesto no iba a desvelar que había descubierto lo que había ocurrido en dicha clase gracias a su conocimiento en Legeremancia, y que Goyle era un libro abierto para él. 

―¿El qué? ¿Que Draco ha provocado al hipogrifo o que le tiene celos patológicos a Potter? 

―¡Ambas! ―dijo Lucius con energía, intentando imponerse. Sabía que Severus tenía razón, pero no iba a dársela, así que probó con la táctica de la distracción para cambiar de tema―. Además, ¿puedes decirme qué reunión es más importante que la del padre de uno de los alumnos de tu casa con el director, para que no fueras? 

Durante unos largos segundos, el profesor miró detenidamente a su interlocutor, sopesando qué decir, hasta que finalmente habló. 

―Una reunión con un compañero de trabajo, impuesta por el propio director. ―El tono había sido amargo y, Lucius lo había notado. Aprovechó para vengar la pulla anterior. 

―No me digas que Lupin sigue metiéndose contigo como cuando estabais en el colegio ―Sonrió con desdén antes de continuar―. ¡Oh! Perdón, sigues en el colegio. 

La mirada negra de Severus no consiguió amedrentarlo, sin embargo, lanzados los ataques de rigor, pasaron a los aposentos del profesor a tomar una taza de té mientras criticaban al director y a Lupin. 

A su vez, Remus había llegado a su despacho, donde preparó la estancia para permanecer toda la noche encerrado ―sin dejar de pensar en el hombre rubio―, transformado en un indefenso lobo. O eso creía, porque, aunque la poción matalobos erradicaba por completo su parte violenta, no hacía lo mismo con el instinto sexual del animal. 


La noche comenzó triste para el lobo, añorando el olor que aún captaba en la ropa de su forma humana. La había olisqueado hasta la saciedad, lamiendo la tela y llenándola de babas. La había arañado y roto. Después llegó la fase de tristeza, en la que miró a la luna embobado sin dejar de aullar lastimeramente. Lo siguiente fue la de la ansiedad: necesitaba salir del despacho, por lo que arañó la puerta una y otra vez. Pero ni con ésas lo consiguió. Lo último fue la frustración sexual que tuvo reprimir como si fuera un perro, frotándose contra el cojín del sillón de su forma humana. 

Cierto era que en las transformaciones anteriores en las que había tomado la poción matalobos su comportamiento era totalmente diferente. En esas veces había sido un humano encerrado en el cuerpo de un lobo. Es más, su conciencia humana tomaba control de su conciencia lobuna ―que permanecía aletargada― y dominaba ese cuerpo animal, de la misma forma que el resto del mes y por el día, era el hombre quien dominaba sobre la bestia en un cuerpo humano. Rara vez el lobo se hacía presente en los períodos de humanidad, sólo cuando el humano estaba muy enfadado o se sentía atacado, para así poder protegerse. Y, últimamente, gracias a la poción, tampoco lo hacía en la forma lobuna… pero esa noche era diferente, por culpa de Lucius Malfoy. 

Su sólo recuerdo hacía temblar al lobo, consiguiendo que el humano también se estremeciera. Humano que se desesperó a la mañana siguiente cuando vio el estado de la puerta del despacho, de su túnica y, sobre todo, de su cojín. 


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Los meses pasaron y el curso acabó. No se habían vuelto a ver desde aquél tropiezo, pero Malfoy no lo había olvidado. No quiso reconocerse a sí mismo que lo que le pasara a Lupin le importaba hasta que Draco le informó que por fin ‘habían conseguido librarse de esa pobre rata’ ―como había escrito en su carta―, ya que ‘el profesorsucho era una bestia salvaje’, a pesar de todas las menciones en forma de queja que había tenido que leer en la correspondencia de Draco. 

Su mano se había arrugado sobre el papel mientras se debatía entre la ira provocada porque el director hubiera permitido que un hombre lobo impartiera clase en el colegio y el saber que no iba a tener más noticias de Lupin. Al curso siguiente, su hijo no enviaría cartas criticando al docente y quedaba totalmente descartado preguntarle a su buen ‘amigo’ Severus. No había esperado aquella espina que se clavó en su corazón y que tardaría en extraer. Aunque menos de lo que él pensaba, a pesar de que no sabía por qué la había sentido. 

Remus había estado muy cabreado cuando perdió el trabajo en el colegio. Todo por culpa de Severus. El muy imbécil tenía que irse de la lengua por esas rencillas… no, había sido mucho más que rencillas juveniles. Había estado a punto de matarlo cuando tenían quince años, y lo pudo haber hecho la noche anterior. A Severus, Harry, Granger, Weasley y Sirius. A Peter no le hubiera importado comérselo, es más, estaba seguro de que el lobo lo había estado buscando por el bosque, pero no lo había encontrado. Aunque, eso sí, Severus se podía haber esperado un poco más antes de decirle al joven Malfoy que era un hombre lobo. 

La carta de Lucius Malfoy había sido sólo la primera en llegar, siendo la portavoz del descontento general de los padres. El despacho del director se había llenado de las cartas de los padres y tutores de Slytherin en apenas cinco minutos. Las cartas de padres de otras casas habían llegado más espaciadas, según se habían ido enterando por sus hijos en la correspondencia de la mañana. Muchas de esas cartas llegaron cuando él ya había abandonado el colegio. 

No sabía qué le había dolido más en las últimas veinticuatro horas: descubrir que Peter estaba vivo, resultando Sirius inocente, ya que su otro amigo era el auténtico traidor; el tener que separarse de Sirius después de haberse reencontrado con él después de tanto tiempo o tener que dejar a Harry. Sí, todo eso le había dolido inmensamente, pero también estaba el pinchazo de dolor que había producido la carta de Malfoy. 

 

Espero que comprenda que, como padre de un alumno de su colegio y miembro respetable de esta sociedad, me veo en la obligación de poner este asunto en conocimiento del Consejo escolar, así como del Departamento de regulación de criaturas mágicas y del propio Ministro en persona. No puede ser que el director del colegio donde estudian los jóvenes magos, que serán el futuro de nuestro país, cometa la desfachatez de tener a semejante ser impartiendo clase y que ambos salgan impunes.

Lucius Malfoy.

 

No había necesitado ver la firma, simplemente la estilizada letra del pergamino había delatado al remitente, ya que Draco Malfoy imitaba a su padre hasta en la letra. Afortunadamente, Dumbledore le había asegurado que se encargaría del tema y que los miembros del Consejo Escolar estaban al tanto de su condición, y que apoyarían su causa ante el ministerio debido a los problemas que habían surgido el curso anterior con Malfoy. Esperaba que fuera así, porque como tuviera que pagar alguna multa lo llevaba claro. 

 

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Trece años habían pasado desde que el Señor Tenebroso había sido derrotado. En el último año, había visto como la marca tenebrosa se había ido oscureciendo en su brazo, a veces incluso ardía. Según Severus, eso no significaba nada, de momento. No podían estar seguros de lo que pasaba realmente y se había enterado por el profesor que Karkarov estaba muy nervioso. ¡Como para no estarlo! El sucio traidor había abierto su bocaza durante los juicios. Por su culpa, varios de los compañeros más leales a la causa habían caído, como era el caso de los Lestrange, sus cuñados. Y ahora volvía a estar de rodillas ante su señor. Sinceramente, pensó que no sobreviviría a esa noche, más aún después de su fracaso y desobediencia al deshacerse del diario que su amo le había pedido que custodiara hacía ya tantos años. Sólo esperaba que su amo hubiera olvidado ese hecho y no le preguntara por el objeto, pero tampoco podía estar seguro ni confiar en que así fuera. 

Por fortuna, la ira de su Señor se descargó en Potter y en Rookwood cuando el niño consiguió huir. La reunión no se alargó mucho más, puesto que era más que probable que Potter alertara a las autoridades, aunque no se sabía si lo tomarían en serio. Lucius no supo a dónde fue su Señor esa noche, pero él no estuvo tranquilo hasta el día siguiente, cuando pudo ir al Ministerio y comprobó que Fudge no se había creído la historia de Potter. Aprovechó la oportunidad, una vez más, para dejar caer sus comentarios insidiosos sobre Albus Dumbledore que, unidos al descrédito que había iniciado la redactora cotilla de El Profeta, le dieron al Ministro un nuevo punto de vista. Curiosamente, el mismo que Lucius y su Señor, sólo que en una versión más suave: Albus Dumbledore era el enemigo y quería quitarle el puesto a Fudge. 


Para Remus, verse en el despacho de Albus después de tanto tiempo era extraño. Pero lo peor de todo era el escalofrío que le recorrió después de que le explicara su plan. 

―¿Realmente me estás pidiendo eso? 

―Creo que podría ser de gran ayuda, si estás dispuesto. 

Remus le miró fijamente durante unos segundos, indeciso aún. 

―Sobre todo temo por mi seguridad. Es muy arriesgado, él podría darse cuenta, sólo tendría que olfatearme. Tiene los instintos más desarrollados que yo, además… no olvides que soy lo que soy por él. 

―Por eso mismo te aceptará ―insistió Albus―. Para él, formas parte de su manada. Piensa que Fenrir sólo desea la unión de los hombres lobo, abrirá los brazos para que vuelvas junto a él. 

―Te entiendo, Albus, pero, ¿entiendes tú lo que me pides? ¿Lo que supone para mí volver junto al hombre que mató a mi padre y me convirtió en bestia tres noches al mes? 

Albus asintió. 

―Aunque no lo creas, sé que es duro y doloroso. Fenrir está del lado de Voldemort, ya lo estuvo en su momento y seguirá junto a él esta vez. No voy a mentirte, he enviado a Hagrid para que le tienda una mano amiga a los gigantes, a ver si esta vez podemos conseguir que estén de nuestro lado y no del suyo. A Fenrir no podemos hacerle cambiar de idea, pero sí podemos saber qué hará, si tú accedes a ingresar en su manada. 

―Necesito pensarlo, Albus. Dame un poco de tiempo. ―Se puso en pie, dispuesto a marchar a su casa, donde Sirius le esperaba. 

―No tenemos mucho tiempo, pero piénsalo. 

Remus asintió en silencio, cogió un puñado de polvos Flu del tarro que estaba en la repisa de la chimenea y lo echó al fuego. Tras eso, entró en el hogar y tras pronunciar el nombre de su destino, volvió a su casa. 

Al salir de la chimenea, Canuto fue hasta él para darle la bienvenida saltando y ladrando a su alrededor. Sonrió tristemente mientras se agachaba para acariciarlo. 

―Tenemos que hablar, Sirius. Y muy seriamente ―Canuto, aún con la lengua fuera del hocico, le miró inclinando la cabeza―. Albus me ha pedido que vaya junto a Fenrir. 

Remus no había soltado aún la cabeza del perro cuando éste terminó la transformación, por lo que se quedó agarrando a su amigo por las mejillas. El gesto de preocupación de Sirius y su mirada asustada le reconfortó de alguna forma. Después de tantos años, volvía a tener a su amigo a su lado, alguien con quien hablar y contarle sus inquietudes, que estuviera a su lado después de sus dolorosas transformaciones. Pero la conversación que se iba producir no traería nada bueno, sabía cómo reaccionaría Sirius: primero le diría que no lo hiciera, después gritaría un rato despotricando de Fenrir y probablemente de Albus también, para acabar diciéndole que debía hacerlo, que era lo mejor y que, al menos así, uno de los dos podría ayudar en esta guerra. Y él lo tenía claro. Iba a hacerlo, pero antes, necesitaba exponer sus miedos y dudas a alguien que pudiera entenderle. Y ése era Sirius. 

 

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Lucius estaba nervioso a sabiendas de que era una tontería sentirse así, más estando su Señor tan cerca, puesto que podría malinterpretarlo. Pero, ¿quién no estaría nervioso con una serpiente gigantesca moviéndose por su casa como si fuera la propia? El Señor Tenebroso se había medio instalado en su mansión, ocupando el sótano. Había veces en las que aparecía y permanecía allí durante unas horas para una reunión con otros mortífagos o estaba días dentro de una habitación preparada específicamente para él. Otras veces, desaparecía durante mucho tiempo tras impartir sus órdenes para, después volver a aparecer. 

No le gustaba que la gente entrara y saliera de su casa como si nada. Podía entender lo de su Señor, e incluso lo de alguno de sus amigos como los Crabbe o Goyle, pero lo que no soportaba era la presencia de Greyback. Nunca le había caído bien esa bestia inmunda. Maleducado, malhablado, mal vestido y siempre oliendo mal. Después de que se fuera debía ordenar que ventilaran toda la mansión, aunque Lucius seguía notando el olor durante días. Él sí que tenía un olfato fino y no ese animalejo. Pero ese día era diferente. Greyback no venía solo aunque en la reunión con el Lord sí lo estaría, por lo que Lucius no tendría más remedio que quedarse a vigilar al animal que le acompañara. 

Cuando los recibió en el salón, no esperó ver a Remus Lupin con el líder de la manada. Hizo todo lo posible y recurrió al protocolo para que no percibieran lo aturdido que estaba. 

―Buenas tardes, caballeros. 

Fenrir gruñó, pero Remus fue más cortés. 

―Buenas tardes, señor Malfoy. 

Durante unos minutos, Lucius miró a Remus desafiante, clavando su mirada duramente en el rosto del antiguo profesor de su hijo. 

―Trixie ―llamó Lucius, rompiendo así el incómodo silencio instaurado. Pronto, una elfina apareció―. Lleva a Greyback al sótano, le están esperando allí. ―La elfina cabeceó en silencio y comenzó a andar, seguida de Fenrir. 

En ningún momento Lucius había apartado la mirada de Remus. Por su parte, Remus tampoco la había retirado, simplemente mantuvo el duelo de miradas de forma estoica, aunque, en su interior, ni el humano ni el lobo estaban tranquilos. 

>>Tal vez desee acompañarme a mi despacho, señor Lupin. ―Tras eso, se dio la vuelta y emprendió el camino. 

En un principio a Remus le extrañó que Lucius supiera su nombre, pero pronto recordó que le había dado clase a Draco y que su antiguo alumno debió hablar de él con su padre. En silencio, fue tras él, pasando por los salones engalanados y adornados con piezas lujosas de todo tipo: sofás, alfombras, jarrones… El esplendor y el lujo quedaban reflejados en cada centímetro de esa mansión, lo mismo que en las túnicas grisáceas de Lucius, que no se podían comparar con las viejas y remendadas que usaba Remus. 

Por supuesto el amplio despacho no se quedaba atrás. Un enorme ventanal detrás del gigante escritorio de caoba, con las blancas cortinas abiertas, permitía el paso de la luz de la tarde. Las paredes, forradas con un papel de tono ocre, estaban llenas de estanterías repletas de libros. Sin duda, a Remus le gustó mucho el fuego encendido en la chimenea, dispuesta en una zona donde había una mesa de café y varios sillones. Un lugar destinado para reuniones dentro del propio despacho y donde Lucius le invitó a sentarse. 

―¿Desea un té, señor Lupin? ―Preguntó, por mera cortesía. 

―Gracias, pero no ―Se negó educadamente Remus―. Es muy amable de su parte. 

Sonriendo de medio lado, Lucius chasqueó dos veces los dedos y apareció en la habitación un juego de té con dos tazas, una tetera, una lechera y un azucarero. El dueño de la casa no dudó en servirse una taza, dejándole a su acompañante la elección de servirse o no. Tras ponerse una cucharada de azúcar, removió el líquido y dio un sorbo, para después apoyar la taza en la mesa. 

―Debo admitir que me sorprende verle en estas compañías. No esperaba que la mascota de Dumbledore acabara metido en una manada que no comparte los mismos ideales que él. ¿A qué se debe el cambio? 

Remus ya estaba preparado. Es más, llevaba meses aguantando las continuas pullas de otros miembros de la manada, pero se había ganado la confianza de Fenrir. Por lo tanto, también podría conseguir la de Lucius. 

―Llevo toda mi vida siendo despreciado por mi condición, señor Malfoy. Puede que para usted no sea un problema el dinero, pero para mí sí. Si no trabajo, no tengo dinero y si no tengo dinero, no como. Una costumbre que me gusta satisfacer varias veces al día ―Se acomodó un poco mejor en el sofá, frente de Lucius―. Estoy cansado de todo esto, quiero algo mejor para mí. 

―Eso lo comprendo, pero sigo sin entender por qué ha cambiado de opinión. 

Remus se encogió de hombros. 

―Simplemente, estaba equivocado. Los humanos siempre me han tenido a su lado mientras les he sido útil o hasta que mi condición ha sido molesta para ellos, como en el caso de Dumbledore. 

―Cierto, según escuché le despidieron poco antes de que acabara el curso. ―El comentario intentó ser inocente, pero Remus no se lo creyó. 

―Señor Malfoy, no me tome por tonto. Ambos sabemos que la primera carta que llegó al colegio pidiendo mi despido fue la suya. 

Volvieron a mirarse en silencio durante un rato, sin que ninguno de los dos supiera cómo continuar la conversación. Pero la curiosidad era mucha y Lucius quería saber. 

―Pero, ¿por qué unirse a Greyback? A pesar de su… baja y dudosa procedencia como mago, se nota que tiene mucha más clase que el líder de su manada. 

―Mis padres humanos eran magos, ambos. Al igual que mis abuelos y mis bisabuelos y todos mis ancestros. Soy un sangre limpia, aunque no lo crea. No rico como usted, pero sangre limpia. Sin embargo, ¿por qué no iba a unirme a la manada de mi padre? 

Eso sí tomó por sorpresa a Lucius. 

―¿Su padre? ―preguntó con la ceja alzada. Remus no pudo evitar sonreír de la forma más encantadora posible. 

―Sí, mi padre. Fenrir me convirtió cuando tenía cinco años. Mordió mi nuca, creo que esas cicatrices las conservo aún. ¿Desea verlas? ―Estaba jugando con fuego. El humano lo sabía, pero el lobo estaba dispuesto a arriesgarse porque había olido la incomodidad y el nerviosismo en su interlocutor. 

Lucius fue a responder, pero no pudo porque la puerta del despacho se abrió de golpe, dando paso a un molesto Fenrir. 

―Nos vamos, cachorro ―ordenó. 

Remus se levantó y fue hasta él, tras inclinar su cabeza ante Malfoy. Juntos salieron del despacho, pero Lucius pudo escuchar cómo Fenrir le exigía saber a Lupin si “el estirado le había estado molestando”. 

 

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Aquella no fue la única visita de Fenrir y Remus a la mansión Malfoy. Siempre pasaba lo mismo: Greyback se iba a hablar con Voldemort, y Lucius y Remus se encerraban en el despacho para hablar. Poco a poco se fueron conociendo mejor. Lucius descubrió que dentro de la manada, Remus se dedicaba a aconsejar a Fenrir en algunos temas y a educar a los más jóvenes, generalmente a niños pequeños que habían sido convertidos y separados de sus familias humanas. Pero, a pesar de ello, Remus consideraba que tenían derecho a una educación y les enseñaba lo que sabía. Además, también pudo averiguar que era inteligente, disfrutaba la música mágica clásica, le gustaba la historia y las artes oscuras. 

Por su lado, Remus descubrió que Lucius era un buen hombre de negocios, que disfrutaba de los buenos vinos y mantener charlas apasionadas de aquello que le gustaba: historia, música, arte, las artes oscuras… Tenía que reconocer que, si se relajaba un poco, no era tan snob como aparentaba, pero sólo cuando las barreras que interponía entre él y el resto del mundo, caían lentamente en su presencia. 

Además, siempre había algo entre ellos a lo que ninguno de los dos se atrevía a darle el nombre apropiado. Las conversaciones a veces se tornaban íntimas, con ligeros toques de flirteo inteligente, basándose en las capacidades intelectuales del otro. 

 

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Decir que Lucius estaba enfadado era poco. ¿Quién se creía Greyback que era para molestarte tan temprano? No hacía ni media hora desde que había amanecido, pero ahí estaba, en el salón de su casa exigiendo que Lucius le recibiera; y, según Trixie, estaba manchando la alfombra. 

Se puso la bata sobre el camisón y bajó lo más rápido que pudo, sin olvidarse de su bastón. Cuando llegó al salón, la visión que le recibió no fue muy alentadora. Fenrir estaba allí, con un pantalón y una capa por toda vestimenta. En sus brazos, Remus estaba desmayado y gravemente herido, sin parar de sangrar por el estómago. 

―Anoche los de la Orden nos atacaron. Iban a por mí, pero se metió en medio y le atacaron a él. ¡Cúralo! ―Las palabras de Fenrir dejaban claro que era una exigencia. 

―¿Estás loco? ¡No puedo hacer nada! 

―El Lord me dijo que si tenía problemas médicos que viniera a ti. Así que obedécele. 

Por un momento, Remus abrió los ojos y miró a Lucius, que resopló. Algo indigno para alguien como él. 

―Está bien. Trixie, llévalos a las habitaciones de invitados del sótano. Yo iré a buscar a Severus. 

 

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Un par horas después, Severus dejaba la habitación en la que estaba Remus. Habían aprovechado para intercambiar algo de información, por lo que aquel volvería a Hogwarts con noticias frescas para Dumbledore. Además, había conseguido parar la hemorragia del estómago y prácticamente estaba sanado del todo, sólo necesitaba descansar durante unos días. Con suerte, ésa había sido la última noche de luna llena del mes. 

―Esto ya está ―Le tendió unos viales a Lucius, uno negro y otro lila. ―Que se tome cada seis horas cuatro gotas del negro. La lila deberá ponérsela dos veces al día. Y déjale dormir ―Después se dirigió a Fenrir ―. Deberías volver con tu manada, tu… cachorro estará bien. 

Sin una palabra más, Fenrir se marchó de allí, del mismo modo que Severus. Tenía una reunión imprevista con su director antes de ir a clase, y ya llegaba tarde. 

Lucius entró al dormitorio y observó a Remus dormir. Tenía las sábanas a la altura de la cintura y el pecho desnudo, lleno de cicatrices. Una de ellas se notaba muy reciente; sin duda, la que Severus acababa de curarle. 

A lo largo de día, fue vigilando su salud. El invitado había estado durmiendo prácticamente todo el día, sólo había despertado para comer y tomarse su poción, pero por la noche estaba mejor. 

―Me alegra comprobar que ya está mucho mejor, señor Lupin. ―Saludó, tras entrar en la habitación de su invitado. 

Remus alzó la cabeza, ya que estaba leyendo un libro de arte griego que le había dejado Lucius en la mesilla de noche durante el día. Lo cerró y lo depositó en su lugar, sin dejar de sonreír al hombre rubio. Las sábanas y mantas estaban en su cintura, mostrando su pecho. 

―Y a mí me alegra tener visita. Sobre todo si es para poder mantener una buena conversación. ―Sonrió de una forma menos tímida de la que pretendía. Su lobo aún estaba consciente y le había hecho recordar varias veces la vista de esa mañana de Lucius Malfoy. 

―Me sería agradable, no lo negaré. Hace tiempo que no mantengo una conversación adecuada con alguien de intelecto similar al mío. 

―¿Y Narcissa? ―La voz había sonado muy brusca, sin duda debido a los celos del lobo. Ambos hombres lo notaron.

Lucius se acercó a la cama y se sentó en ella, junto a Remus. 

―No está. Hace un mes que se marchó, a cuidar de su hermana. Están en una de mis propiedades en Irlanda, junto a otros de los nuestros. ―Cogió el bote lila y se puso un par gotas en la mano, para después alzarla hacia el pecho desnudo que tenía delante. ―Severus ha dicho que debes ponerte esto dos veces al día. ¿Te importa si…?

―Adelante. ―Sin saber bien cómo, Remus cogió la mano de Lucius y la llevó a su pecho. ¡Joder! El lobo estaba contento con ese simple toque. Quería más. Y Remus estaba convencido de que de haber estado en su forma animal, no dejaría de mover el rabo, contento. 

La pálida mano del aristócrata se desplazaba lentamente sobre la piel herida, extendiendo bien la zona. Ambos se miraban a los ojos y lentamente se acercaron hasta apoyar su frente en la del otro. 

>>Lo haces muy bien. 

―Me gusta hacerlo. 

Remus llevó una mano hacia el rostro de Lucius, apartándole el pelo largo de la cara para colocarlo tras su oreja. El lobo tomó el control, llevando la mano a la nuca del rubio, y le acercó a él, para besarle finalmente. Y Luicus no se resistió: al contrario, dejó de expandir la crema para rodear el cuello de Remus con ambos brazos. 

―No deberíamos hacer esto ―dijo Lucius cuando se separaron. 

Remus le miró fijamente a los ojos, antes de cogerlo de la cintura y obligarlo a tumbarse, situándose él encima. No pudo evitar un gesto de molestia por el esfuerzo. 

―Dame una buena razón para no hacerlo, una que no sea tu esposa. 

―Estás herido, ¿te parece poco? 

―No ―rugió antes de volver a lanzarse sobre los labios del hombre, mientras le quitaba la túnica como podía. 

Lucius ayudó a Remus como pudo, la ropa le molestaba y estaba seguro de que quería más, necesitaba sentirlo. Entre los dos le quitaron toda la ropa. Estaba en ropa interior, cuando comenzó a acariciar las piernas de Lucius mientras besaba su cuello con ansias, mordisqueando la blanquecina piel. 

>>Si vamos a hacerlo, déjame llevar la iniciativa. 

―Quiero estar dentro de ti ―Fue la respuesta de Remus, entre mordisco y mordisco. 

Lucius le apartó de su cuello, poniendo las manos en sus mejillas. 

―Lo estarás, pero túmbate. ―Con las manos en el pecho del hombre que tenía encima, consiguió convencerle para que lo hiciera. ―Severus se enfadaría mucho conmigo si no te permito descansar, así que déjame los esfuerzos a mí. 

―¿Y qué planeas hacer? ―Le preguntó Remus después de romperle los slips por un lado, para después romper el otro y quitárselos. 

Lucius se sentó sobre el hombre lobo tras apartar las sábanas revueltas, que ahora sólo molestaban. Ambos estaban desnudos y excitados, con las respiraciones agitadas. No paraban de besarse y acariciarse, deseando estar uno junto al otro. Las manos de Lucius acariciaban el pecho que tenía debajo de él, mientras que las de Remus recorrían la espalda y amasaban las firmes nalgas. 

>>Quiero estar dentro de ti ―susurró Remus directamente al oído de Lucius, que sonrió y se apartó una vez más, para sentarse sobre las caderas del castaño. 

―Antes quiero hacer algo. Sé un buen lobo convaleciente y quédate quieto. 

Tras eso, Lucius bajó por su pecho, besándolo, lamiendo cada cicatriz que encontraba en su camino hasta llegar a su polla. Nunca había visto la polla de otro hombre tan de cerca, es más, hasta ahora nunca se había sentido atraído por otro hombre. Hasta que había visto en qué clase de hombre se había convertido aquel niño asustadizo. Enredó los dedos en la mata de pelo castaño y rizado, observando el pene erguido. Miró un momento a Remus a los ojos antes de abrir la boca e introducir la cabeza en ella. 

El sabor era amargo, pero le gustó. La dureza que notaba contra su lengua se le hacía exquisita, así que bajó la cabeza un poco más, cuando sintió la presión de la mano de Remus en su cabeza y cómo sus caderas se alzaban para ayudarle con su tarea. Ambos estaban en el cielo: uno lamiendo y el otro siendo lamido. Aunque Lucius era torpe, ponía todo el empeño posible en hacerlo bien. 

Pasaba la lengua por toda la extensión, desde la base a la cabeza para entretenerse ahí, jugando con el frenillo a la vez que su mano acariciaba lo que su lengua no lamía. Besó los testículos antes de metérselos en la boca sin que su mano dejara de acariciar la polla, pero Remus no le dejó hacer mucho más porque lo obligó a volver hacia arriba. 

Se besaron una vez más a la vez que Remus agarraba las nalgas de Lucius, separándolas y frotando su polla contra él. Deslizó una mano entre los montículos, tanteando hasta llegar a la arrugada entrada. La acarició haciendo círculos hasta que metió el dedo corazón. Lucius gimió en su boca al sentir la intrusión y se restregó más contra el otro hombre, pegando su pecho contra el suyo. Bajó la boca para besar el cuello que tenía delante, mordisqueándolo como antes Remus había hecho con él, mientras notaba cómo otro dedo entraba en su interior. 

Ambos humanos estaban muy excitados y el lobo estaba desesperado por aparearse, no aguantaba más, así que con un movimiento de cadera se enterró en Lucius, ayudándose de una mano para guiarse en su interior. Lucius echó la cabeza hacia atrás, gimiendo de dolor y placer al mismo tiempo. Sentía un dolor placentero que le había congelado la respiración. Con valor, se irguió sobre Remus apoyando las manos en su pecho y se dejó caer, metiendo toda la polla en su culo. Durante un largo minuto permaneció quieto, aunque Remus no, ya que no paró de acariciar sus piernas y de susurrarle palabras tranquilizadoras. 

 

Volvió a moverse de arriba abajo, notando como la verga entraba y salía de su cuerpo, a la vez que Remus sacudía las caderas al compás. Sabía que el otro quería levantarse y abrazarlo, pero no podía permitírselo. Sin embargo, éste se vengó agarrando la polla que se balanceaba desatendida ante él. Las caricias seguían el mismo ritmo que las penetraciones, haciéndose cada vez más fuertes y erráticas, al compás. 

De repente, Lucius cayó hacia adelante para besar a su amante, antes de correrse manchando el pecho de ambos. Quedó exhausto notando como Remus seguía entrando y saliendo antes de ser él quien se vaciara dentro del ano que le acogía. Permanecieron así mientras sus respiraciones se tranquilizaban, acariciándose lánguidamente. 

―Eres nuestro. ―Fue lo último que escuchó Lucius antes de quedarse dormido. 

 

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La rutina que se había establecido tras el primer encuentro en el despacho cambió radicalmente después de ese intercambio sexual. Por supuesto que mantenían las apariencias, y Remus poco a poco había conseguido tener más confianza con Lucius, hasta el punto de que éste le contaba algunos planes de Voldemort. Planes que después él contaba a la Orden y, muchas veces, eran algunos de los que Severus tenía desconocimiento, o bien dos planes urdidos por Voldemort para averiguar si había o no un topo entre ellos. 

Cuando se encontraban, después de que Fenrir los dejara a solas, iban a la biblioteca como siempre, pero al traspasar la puerta ya no se sentaban cada uno por su lado. Lo hacían juntos, después de besarse contra la puerta o alguna de las bibliotecas. Seguían hablando de todo un poco, haciendo planes para las noches en que pasaran juntos, cuando Narcissa no estuviese en la mansión. Narcissa, sin saberlo, era el blanco fijo de cierto lobo que esperaba no encontrársela, y era la razón de vergüenza para el humano amante de su esposo. 

Remus aprovechaba como podía para visitar el cuartel de la Orden. No le era fácil: primero debía escabullirse de Fenrir, para lo que solía poner de excusa cualquier motivo. A Lucius le contaba que estaba en la manada. Eran malabarismos a los que se fue acostumbrando, sabiendo que jugaba con fuego, hasta que una noche ya no pudo más. Severus había llamado por red Flu a Grimmauld Place para ver si Sirius estaba allí, ya que, según Harry, Voldemort lo había secuestrado. Una vez descubierto que el chico y varios de sus amigos habían desaparecido del colegio, ni Remus ni Sirius dudaron un momento en ir tras él en dirección hacia el Ministerio. Afortunadamente, no estaban solos en la casa de los Black y pudieron acudir con varios refuerzos. Llegaron justo a tiempo para ver cómo Lucius amenazaba a Harry. Pero Remus, en pleno ardor de la lucha, no llegó a tiempo para salvar a Sirius de la maldición de Bellatrix, que consiguió que cayera a través del Velo de la Muerte, aunque sí pudo evitar que Harry siguiera el mismo camino. 

Los hechizos volaban de un lado a otro. Prácticamente todos los mortífagos habían caído y varios de los miembros de la orden ya los estaban hechizando para retenerlos; sin embargo, Remus y Lucius seguían peleando. Encarados el uno contra el otro, pero sin atreverse a lanzar un hechizo. 

 

Al final, Remus consiguió atrapar a Lucius con un hechizo incárceros. Lentamente y con cierta duda interna, se acercó para quitarle la varita. 

―No sé cómo pude fiarme de ti. No eres más que una asquerosa bestia.
Remus se encogió de hombros. 

―No debí hacerlo tan mal, ya que no tuviste reparo en contarme muchos de tus secretos. 

―Maldito traidor a la sangre. ―Lucius se removía contra las cuerdas, que sólo le apretaban más. 

―¿Qué esperabas de un mestizo como yo? ―Los ojos de Lucius se abrieron inmensamente―. Sí, el gran Lucius Malfoy ha sido sodomizado repetidamente por un hombro lobo mestizo ―Se arrodilló a su lado y le apartó el pelo de la cara―. Podíamos haber hecho muchas cosas juntos, pero no quisiste. ¡Lástima! Los aurores están a punto de llegar. 

El lobo aullaba en el interior de Remus por las pérdidas de seres amados sucedidas esa noche. Porque no sólo había perdido a su mejor amigo, sino también a su pareja. A su vez, el orgullo de Lucius también estaba roto, tanto que no pudo evitar hacer una pregunta que, en otras circunstancias, jamás hubiera planteado. 

―¿Algo de lo que ha pasado estos meses entre nosotros fue real? 

Remus le acarició la mejilla. 

―Todo. 

En ese momento, los aurores entraron en la sala y se llevaron a los mortífagos, incluido a Lucius, que no paraba de gritar mientras lo arrastraban rumbo a Azkaban. 

FIN

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