Amor de hijo

Este fic se publicó originalmente en Segunda Dosis

Pareja:  Lucius/Draco (Malfoycest)
Rating: NC-17
Advertencias: Incesto, dubious.
Resumen: Dinero, estatus y poder. Eso era lo que su madre veía en su padre, poco más. Mientras que Lucius, en presencia de su esposa, dejaba de ser el temido hombre de negocios para convertirse en un hombre enamorado que sólo tenía ojos para ella y sus caprichos. Y era hora de cambiar eso.

 

 

Desde pequeño siempre tuvo ojos para él, porque era su mundo entero. Era su amigo, su confidente y su compañero de juegos cuando no había nadie alrededor. Si estaban acompañados era un padre frío y autoritario que no dudaba en corregirle con ese tono de voz calculador que prometía un buen castigo en cuanto estuvieran a solas, aunque éste nunca se producía. Ni siquiera su madre conocía el auténtico comportamiento de su marido con su hijo; para ella, era un padre exigente y poco dado a las muestras de cariño.

Pero cuando estaban a solas en el despacho, o su madre se había ido de viaje de compras a París, Nueva York o cualquier otra ciudad, todo era muy diferente. Lucius Malfoy era capaz de revolcarse por la alfombra persa del salón víctima de un ataque de cosquillas de Draco. Podía coger la escoba y volar durante horas, con su hijo sentado delante de él. O mancharse los dedos con pintura infantil mientras ayudaba a su pequeño a colorear los dibujos que había hecho. Sólo cuando Narcisa no estaba en casa, metía a su único hijo en la cama y le leía un cuento, recostado junto a él, acariciándole el pelo casi albino hasta que se quedaba dormido. Por eso a Draco le gustaba que su madre no estuviera en casa; era el momento en que podía disfrutar de toda la atención de Lucius.

 

Cuando ella estaba en la mansión, todo cambiaba de nuevo. Lucius volvía a ser el padre distante, menos cuando estaban en el despacho —con Draco escuchando en silencio las largas charlas sobre los sangre sucia y el Señor Tenebroso—, y sólo le brindaba atención a su esposa. Una mujer de buena familia, con la que se había casado por orden de sus padres. Una mujer que si bien le quería, no le amaba. Y desde luego, su amor por él no era más que el cariño surgido tras de largos años juntos. 

Sin embargo, que Narcisa mimara a Draco, y éste estuviera contento con ello y se dejara mimar... no era lo que deseaba. Draco quería que fuera su padre quien lo mimara, quien le leyera cuentos antes de dormir, quien le diera el último beso al acostarse. Lo que no sabía es que su padre lo hacía. Cada noche, antes de ir a su dormitorio, Lucius paraba en el de su hijo, se acercaba a él para arroparle y besarle en la frente. Por otro lado, lo que sí había descubierto con sólo dos años, era la forma de conseguirlo aunque su madre estuviera en casa: ponerse a llorar en plena noche de tormenta. Su madre iba a buscarle, lo sacaba en brazos al pasillo (con Draco mirando asustado la puerta que quedaba frente a su habitación y que siempre estaba cerrada), entraba a su dormitorio y lo metía en la cama matrimonial para que se tranquilizara y, entonces, su padre le abrazaba.

Odiaba a esa mujer por los desplantes que muchas veces le hacía a su padre, pero también la quería porque, al fin y al cabo, era su madre y se lo consentía todo. Al igual que Lucius, sólo que él lo hacía de forma diferente, y Draco quería más. Quería que su padre le mirara de la misma manera que a su madre, con la misma devoción. Y haría cualquier cosa para conseguirlo.

Al principio empezó a imitarle, comportándose como él, y pareció funcionar. Su padre le miraba con orgullo cuando con siete años ya demostraba unos modales exquisitos, dignos de todo un Malfoy. Lo segundo fue intentar ser el mejor de clase..., pero ahí estaba la sangre sucia de Gryffindor para impedírselo, como bien se lo recordó Lucius en Flourish y Botts, ¡delante del traidor a la sangre de Weasley y el sucio mestizo de Potter! Pero mejoraría y la superaría.

Pero había cosas que seguían llamándole la atención respecto a sus padres. Los continuos viajes de su madre, lo fría que se mostraba con él, cómo su padre intentaba que ella le hiciera caso con grandes regalos... No fue hasta entrar en la adolescencia que Draco se planteó qué era lo que mantenía unidos a sus padres. Lo supo en seguida, cuando Pansy Parkinson empezó a “interesarse” en él. Dinero, estatus y poder. Eso era lo que su madre veía en su padre, poco más. Mientras que Lucius, en presencia de su esposa, dejaba de ser el temido hombre de negocios para convertirse en un hombre enamorado que sólo tenía ojos para ella y sus caprichos. Y era hora de cambiar eso.

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

Con quince años ya no era un niño, aunque tampoco se pudiese decir que era todo un hombre; simplemente estaba a camino entre ambos, pero ya todas sus compañeras de Casa, y más de un compañero también, le miraban con deseo. Con el mismo deseo con el que Lucius miraba a Narcisa. ¿Y por qué no puedo hacer yo que me mire así? Ese pensamiento le persiguió durante meses. Muchos meses.

El Señor Tenebroso ya se había alzado y la loca de la tía Bellatrix había huido de Azkaban a mediados del quinto curso de Draco en Hogwarts, a la vez que conseguía que su padre se sintiera orgulloso por formar parte de la Brigada Inquisitorial. Todo junto se presentó como una buena oportunidad para acercarse más a su padre durante las vacaciones de Pascua. No es que tuviera la costumbre de escuchar detrás de las puertas, pero a veces se descubrían muchas cosas si lo hacías y más aún si la puerta estaba entreabierta y podías asomarte un poco, como en ese momento.

—No puedes hacer eso, Narcisa.

—¿Y por qué no? Llevo catorce sin estar con mi hermana y sé que ella me necesita.

—Bella está loca...

—¡No se te ocurra decir eso! ¡Sabes que no es cierto!

—Ha pasado catorce años encerrada con los dementores. Si antes no estaba muy centrada, no quiero imaginármelo ahora. 

Narcisa se acercó a Lucius.

—Es precisamente por eso por lo que quiero estar con mi hermana. 

—¿Y qué pasa conmigo? —Lucius se acercó a Narcisa y le acarició ambos hombros con la delicadeza con la que siempre lo hacía; ella se apartó. 

—Contigo, nada. Últimamente me duele mucho la cabeza, querido. 

—Sí, creo que llevas casi dieciséis con ese dolor... desde poco después de quedarte embarazada de Draco, para ser exactos. —El joven rubio sintió un escalofrío recorrerle la espalda; ése era el tono frío y amargo con el que su padre le reprendía, y lo estaba usando contra su madre. En el salón, Narcisa se encogió de hombros, como si no le importara—. Si no es por mí, piensa en él. Son sus vacaciones de Pascua, estará poco más de una semana en casa. 

—Encárgate tú de él, que yo me voy con mi hermana. Y respecto a ti... búscate a otra, pero conmigo no cuentes hasta el próximo mes, querido.

Draco se alejó de la puerta por la que segundos después salió su madre. Era su oportunidad, y no iba a desaprovecharla. Un momento... ¿tanto tiempo llevaba su padre sin sexo? Quizá eso le facilitara las cosas.

Para cuando se sentaran a cenar, su madre ya no estaría allí, y era hora de que él pusiera en marcha el plan que había estado planeando desde su cumpleaños anterior. Apareció en el comedor vestido con una túnica ligera de color gris y, bajo ella, la camisa sin chaqueta y sin corbata, con un aire ligeramente informal. Su padre no dijo nada de su atuendo aunque lo miró con cierto reproche. Cuando se despidieron, Draco pasó los brazos por el cuello de Lucius para darle un beso en la mejilla. Sonrió al notar que las manos de su padre se habían colocado distraídamente en sus caderas.

Quedaba un paso: meterse inocentemente en el lecho matrimonial, pero ¿qué excusa podría buscar? Ninguna de las que se le habían ocurrido hasta el momento era lo suficientemente sólida y creíble para que su padre la aceptara, pero la suerte estuvo de su parte y comenzó una gran tormenta... con escandalosos truenos y brillantes relámpagos que centelleaban iluminando el oscuro cielo. 

Salió al pasillo sin hacer ruido y miró la puerta que quedaba frente a él. Siempre había estado cerrada, pero sabía que era un dormitorio, al igual que el resto de las habitaciones de esa ala. Además, se suponía que eran los aposentos de los miembros de la familia. ¿Sería la habitación de su hermano o hermana menor en caso de no ser hijo único? No lo sabía, también le daba igual. A él le interesaba la puerta que estaba en la pared a mano derecha, la que presidía el final del pasillo. 

Con el corazón latiéndole fuertemente en el pecho, se acercó hasta ella, cogió el manillar y abrió despacio empujando la pesada puerta. Cerró con cuidado de no hacer ruido alguno y se acercó a la adoselada cama situada en medio de la habitación. Aunque todo estaba a oscuras, conocía bien los muebles de estilo antiguo repujados con adornos de oro. 

Se quedó mirando a su padre, que yacía en el lado derecho de la cama. Las cortinas de la ventana estaban abiertas y un relámpago iluminó la habitación por unos segundos, que le fueron más que suficientes para ver el tranquilo rostro de Lucius. Estaba tumbado de lado, con el pelo desperdigado por la almohada, uno de los brazos debajo de ésta. Sonriendo de medio lado terminó de acercarse del todo a su padre. Se quitó las zapatillas, dejándolas junto a otras iguales pero de mayor tamaño, y se inclinó para apartar la sábana y meterse en la cama cuando la mano de Lucius se cerró bruscamente sobre su muñeca. Al mirarle a la cara, vio que le devolvía la mirada con los soñolientos pero asombrados.

—¿Qué haces aquí?

—Hay tormenta, papá —susurró, imitando una voz que delatara miedo. 

Sin embargo, esas tres palabras fueron más que suficientes para Lucius, que se apartó colocándose hacia el centro de la cama, haciéndole hueco a su hijo. Draco se metió sin dudar y se alegró cuando su padre le tapó con las sábanas y mantas para después abrazarle, reconfortándole ante su miedo. No pudo evitar sonreír, enterrando la cara en el pecho desnudo de su padre, alegrándose de la costumbre que tenía de dormir sólo con pantalón. Metió un brazo doblado por debajo de la almohada y la otra mano la llevó a su cara, como si se agarrara a la inexistente camisa, como hacía de pequeño. Fue entonces cuando sintió un ligero roce de labios en su frente.

—Duerme, que la tormenta no te hará daño. —Las mismas palabras que cuando era un infante. 

Draco cerró los ojos y se durmió, envuelto por el abrazo de Lucius.

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

A la mañana siguiente, su padre no estaba en la cama cuando despertó, pero no le importó. Su plan estaba en marcha y parecía ir bien. Fue a su dormitorio, se duchó en su baño privado y bajó a desayunar al comedor, donde Lucius presidía la mesa tomándose un café mientras leía El Profeta.

—Buenos días, papá —saludó, como siempre hacía. 

Lucius bajó el periódico y le miró. 

—¿Has dormido bien?

Draco tuvo la decencia de sonrojarse ligeramente antes de contestar.

—Sí, muchas gracias. 

Empezó a desayunar en silencio hasta que la voz de su padre le interrumpió.

—¿Cómo lo haces en Hogwarts? —Draco le miró fingiendo no saber a qué se refería.

—No te entiendo.

—En el colegio, cuando hay tormenta... —Lucius entrecerró los ojos—. ¿Te metes en la cama de alguien?

Draco no quiso hacerse ilusiones porque era imposible que ese tono de voz demostrara celos; más bien era preocupación. Se encogió de hombros, siempre disimulando.

—No, me tapo con las mantas por encima de la cabeza y me imagino que estoy en casa... contigo. —Realmente, no había mentido a su padre... sólo omitido cierta información.

Lucius asintió levemente, subió el periódico y no dijo nada más. Por su lado, Draco aprovechó el silencio para repasar mentalmente los pasos de su plan, tachando el primer paso. Lo siguiente era mostrarse ante su padre, así que se pasó el día en casa sin la túnica, con un par de botones de la camisa abiertos, enseñando algo de su pecho. Con la excusa de que su padre era un hombre inteligente fue varias veces a su despacho para preguntarle dudas de sus deberes. Incluso llegó a tener el descaro de sentarse en una de sus piernas mientras Lucius le explicaba qué tenía mal en la redacción de historia sobre la Revuelta Nagnok en el siglo XVII. 

Su otra arma secreta era una piruleta interminable que siempre mantenía escondida en el bolsillo del pantalón: en cuanto sabía que podía tener a Lucius cerca, se la metía en la boca para lamerla descaradamente, pasando la lengua sobre el borde superior. Esa noche, como el tiempo le volvía a acompañar, se metió de nuevo en la cama de su padre, sólo que esta vez no esperó a que estuviera dormido. En cuanto escuchó los pasos de Lucius por el pasillo, abrió la puerta de su habitación y le interceptó en el pasillo.

—Papá... —dijo tras abrir la puerta.

Lucius asintió en silencio, ofreciéndole una mano que Draco cogió sin dudar. Entraron juntos y, en lo que Draco se metía en la cama por el lado de su padre, éste fue al baño a ducharse. Cuando salió vestido con el pantalón del pijama se acercó a la cama, dejó las zapatillas junto a las de su hijo y se metió entre las sábanas, por el lado contrario... por el de su esposa. Se situó en el centro y rápidamente, el joven cuerpo que descansaba allí se acomodó al suyo, abrazándolo.

Lucius sentía la respiración pausada de su hijo golpear con suavidad en su pecho; el brazo que lo apretaba estaba apoyado en la cintura, y los pies se enredaban con los suyos. ¿Cuánto tiempo hacía que no sentía un cuerpo tan pegado al suyo? Años. Muchos años. Dio un ligero beso en la frente de su hijo para ser correspondido con otro en el centro de su pecho. Llevó la mano hasta el corto pelo rubio y hundió los dedos en él antes de quedarse dormido, sin ser consciente de la sonrisa que adornaba los labios de Draco.

 

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

Para el tercer día, Draco convenció a Lucius de ir a volar juntos por la tarde, «Como cuando era pequeño», le había dicho. Al final, sin saber muy bien cómo, ambos Malfoy acabaron rodando por el césped, manchándose la ropa mientras Draco no paraba de reírse con el ataque de cosquillas de su padre, aunque por supuesto aprovechó la situación para tocar lo que podía del cuerpo que tenía encima. Una pierna, el pecho, un muslo, la cintura, la entrepierna... Draco se reprochó a sí mismo que a lo mejor se había precipitado cuando su padre se separó de él ante ese último roce. Con un pase de varita, Lucius limpió la ropa de ambos y entraron a cenar. 

Al terminar, Draco se dirigió con su padre al dormitorio de éste.

—Papá... ¿me dejas bañarme contigo?... Como cuando era pequeño, por favor —suplicó, mordiéndose el labio inferior. Lucius tragó saliva con dificultad antes de asentir.

—Por supuesto, Draco. Ve a buscar tu pijama. —Y como un buen hijo, obedeció a su padre.

Minutos más tardes, ambos estaban metidos en la gran bañera del baño privado de los Señores Malfoy. Uno junto a otro. Lucius estaba algo incómodo, le había parecido notar algunas cosas en Draco que le habían asustado un poco; sin embargo, pensó que eran tonterías suyas. Pero su hijo volvió a mirarle con esos ojitos azul grisáceo brillantes y expectantes.

—¿Como cuando era pequeño? —le preguntó de nuevo. Y sin tiempo a que Lucius respondiera se sentó a horcajadas sobre las piernas de su padre y apoyó la cabeza en su pecho.

—Dr... Draco, ¿te pasa algo? Ya estás algo mayor para esto, ¿no crees?

Draco alzó la mirada para ver la cara de su padre. Se mordió el labio tímidamente, fingiendo una inocencia que no tenía.

—Es que... te echo de menos, papá. —Lucius alzó una rubia ceja—. Me refiero a estos momentos, cuando estamos solos... cuando mamá no está. Sólo que ya no es como antes. Cuando era pequeño jugabas conmigo, me metías en la cama y me leías cuentos... pero ahora no.

Lucius apartó el flequillo de la frente de Draco.

—El Señor Tenebroso ha vuelto, hijo. Es imposible que sea como antes, todo irá a mejor. Y tú has crecido.

Draco se encogió sobre sí mismo.

—Pero al menos, déjame revivirlo hoy... por favor. —Se recostó de nuevo en el pecho mojado y sintió unos brazos acariciando su espalda.

—Te haces mayor y yo me estoy haciendo viejo. —La sonrisa de su hijo le hizo cosquillas al extenderse junto a su piel.

—Eso no es cierto, tú siempre serás joven. —Para rematar la jugada, le dio un beso en el pecho. 

Se quedaron en silencio mientras Lucius lavaba el pelo de Draco, tan parecido al suyo pero mucho más corto. Sin embargo, sí se mostró reticente a enjabonar el cuerpo de su primogénito, por lo que tuvo que hacerlo el propio Draco. Cuando se metieron en la cama, Lucius se fijó en que Draco sólo llevaba el pantalón, pero no dijo nada. Se acostó en mitad de la cama, dispuesto a leer un informe que tenía que revisar, pero se le hizo imposible al notar las caricias de unos dedos juguetones que se enredaban en el vello de su pecho, mientras la cabeza rubia que se apoyaba en él no paraba de suspirar.

—¿Te pasa algo? 

—No, ¿por? —susurró Draco.

—Te noto algo preocupado. —Lucius extendió el brazo y dejó el informe sobre la mesilla de noche.

—Bueno... yo... ¿Tú quieres a mamá?

Lucius se acomodó mejor en la cama, aún con el peso de su hijo encima.

—Por supuesto. ¿A qué viene esa pregunta?

—Es que, verás, siempre he pensado que vuestro matrimonio fue un acuerdo entre nuestra familia y los Black.

—Y así fue. Te mentiría si te dijera que me casé enamorado; eso llegó después, cuando conocí mejor a tu madre. Pero no has respondido a mi pregunta.

Draco se acercó más a su padre, pasando un muslo por entre los de Lucius.

—Es que no creo que yo pueda llegar a enamorarme de la mujer con la que decidáis casarme.

—Buscaremos una buena muchacha para ti, como mis padres la buscaron para mí. No tienes por qué preocuparte por eso. Son cosas que pasarán con el tiempo, y aún falta para que te cases.

—No me entiendes, papá.

—¿Por qué dices eso?

Era hora de dar otro paso más y confesar parte de la verdad. Alzó la cabeza y miró a los ojos de su padre.

—Digamos que... me gustan las varitas y no los calderos.

Lucius le miró, repitiendo en silencio las palabras salidas de esos suaves labios sonrosados para responder:

—Oh. ¿Estás seguro de eso? —preguntó con el ceño fruncido, algo desconcertado.

—Sí. —Bajó la cabeza de nuevo. —Lamento decepcionarte, padre.

Una firme mano obligó a Draco a levantar la cabeza de nuevo.

—No me decepcionas. Te casarás y podrás... aliviar tus necesidades de forma discreta en otros sitios que no sean tu lecho matrimonial. De todas formas, eres joven, ¿cómo estás tan seguro de que prefieres las varitas a los calderos? ¿Acaso lo has probado?

Draco tuvo la decencia de sonrojarse, como días antes. Lucius pensaba que lo mejor era apoyar a su hijo y no criticarlo. Eso ya lo dejaría para más adelante, cuando estuviera solo. 

—Algo así. Lo que sí sé es que estoy enamorado... pero es imposible.

—¿Seguro? Piensa que los Malfoy siempre conseguimos lo que queremos.

—Estoy seguro, es mayor que yo... y está casado. 

Lucius le dio un beso en el pelo.

—Entonces olvídalo. O intenta seducirlo si crees que tienes alguna oportunidad, cosa que dudo enormemente porque aún eres un niño. Pero siempre, hagas lo que hagas, que sea con discreción.... Sólo dime que no se trata de ese traidor a la sangre que es Weasley.

—¡Claro que no! —Draco se indignó.

—Eso me quita un peso de encima. 

Ambos rieron, apagaron las luces y Draco siguió jugueteando con el vello de su padre, con la cabeza apoyada en el hueco del brazo de Lucius, dejando que su aliento torturara el pezón desnudo que poco a poco se endurecía, haciendo que el Malfoy mayor se preguntara quién era la persona por la que su hijo se sentía atraído. Enamorado, se corrigió mentalmente. Ignoró la extraña punzada que cruzó su pecho.

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

La mañana sorprendió a Lucius abrazado a su hijo. Draco le daba la espalda y él le abrazaba desde atrás, con la nariz enterrada en su nuca, la espalda pegada a su pecho y las firmes nalgas de su hijo apretando su erección. Se levantó con cuidado y fue al baño a masturbarse. En mitad de su actividad le vino a la cabeza una imagen de su hijo siendo aplastado por un cuerpo mayor, gimiendo y gritando de placer. 

Decidió dejar de pensar en su hijo, en las miradas que le daba de vez en cuando, en la forma en la que se mordía el labio, en las caricias en su pecho. Respiró hondo. ¿Qué había significado “algo así”? ¿Habría dejado de ser virgen? ¿Habría dejado que otro chico le penetrara? ¿O había sido él quien lo hizo? 

 

Sacudió la cabeza. Realmente no quería saberlo, y se dedicó a su trabajo en lo que quedaba de tarde. 

Por la noche, ya Draco le esperaba en la cama cuando entró a su dormitorio. El cabroncete sonreía entre las sábanas, con la misma expresión de cuando era un niño y sabía que había hecho algo malo, pero también que nadie podía demostrar su implicación. Se puso el pijama allí mismo, delante de Draco. No le importó desnudarse ante él para ponerse el pantalón. Nada más meterse en la cama, los brazos de su hijo volvieron a rodearlo y se acomodaron como la noche anterior: él de espaldas y Draco apoyado en su pecho jugando con su vello.

—Llevo todo el día pensando en lo que me dijiste anoche, papá.

—¿En qué, exactamente?

—En lo de aliviar mis necesidades de forma discreta en otros sitios que no sean mi lecho matrimonial —dijo, recitando las palabras exactas de Lucius.

—¿Qué pasa con ello? No serías el primer... homosexual, casado y con hijos, que debe satisfacerse como puede. —Pareció dudar un poco antes de seguir hablando, pero lo hizo—: Incluso yendo al mundo muggle. —La voz demostraba un desprecio absoluto por esa idea.

—¿Tú lo has hecho? —preguntó Draco, curioso. Necesitaba conocer la respuesta, saber si su padre le había sido infiel a su madre alguna vez.

—¿El qué? ¿Ir al mundo muggle? —Lucius parecía escandalizado con la idea—. ¡Jamás! 

—No... me refería a lo de... serle infiel a madre.

—Por supuesto que no, hijo. ¿De dónde sacas esas ideas tan estrafalarias que tienes estos días? Esto es culpa de Dumbledore... —Ante la inminente diatriba en contra del director del colegio, y que se desvariaba por completo de la cuestión que Draco quería tratar, interrumpió a su padre.

—El otro día, cuando mamá se fue, la escuché insinuarte que te fueras con tu amante.

Lucius se tensó. Y Draco seguía jugueteando con su pecho, cada vez más cerca de su pezón izquierdo. 

—Draco, éstas no son cosas para que un hijo hable con su padre, pero... de acuerdo. —Suspiró pesadamente—. Quiero mucho a tu madre, pero a veces el sentimiento no es mutuo. —Ignoró el murmullo proveniente de su hijo muy similar a “eso ya lo sabía”—, y eso se nota en determinadas acciones.

Una pierna joven se deslizó hasta colocarse entre las dos de Lucius, que separó las suyas gustoso. 

—¿Cuánto tiempo hace que tú y ella no...? —Dejó la pregunta en el aire, a sabiendas que se le entendía perfectamente.

—Hace poco más de un mes. —La respuesta fue un susurro. 

Volvieron a quedar en silencio. Lucius se movió un poco en la cama para quedar de lado, siempre con Draco entre sus brazos, y éste no dejaba de deslizar los dedos por el pecho de su padre, haciendo dibujos imaginarios. Cuando Lucius le dio el consabido beso de buenas noches en la frente, Draco le dio uno en el pecho. Otro beso en la frente, otro beso en el pecho seguido de una ligera caricia con la lengua.

Lucius se mordió el labio, batallando internamente... pero su parte más irracional ganó. 

Un beso entre los ojos cerrados de su hijo, uno en su clavícula. El del tabique tuvo como respuesta otro en la nuez. La punta de la nariz, la afiliada barbilla con un ligero chupeteo. Y al final, el mutuo beso en los labios. Draco no cabía en sí de gozo, pero no era hora de parar, tenía que seguir adelante. 

Lucius no se lo creía, estaba besando a su hijo, sabía que debía parar... pero los besos eran tan dulces y él tenía tanta necesidad. Sólo rozaban los labios, besándose mutuamente hasta que Draco sacó un poco la lengua y Lucius la atrapó entre los labios, con cuidado. Las jóvenes manos se deslizaron por el pecho hasta llegar al hombro. Draco se recostó poco a poco en la cama, llevando a su padre con él, haciendo que se colocara sobre su cuerpo. Separó las piernas para que Lucius se acomodara mejor, sin dejar de besarle y acariciar su espalda. 

Fue ahí cuando Lucius Malfoy supo a ciencia cierta cuánto había crecido su hijo exactamente. Podía sentir la joven erección clavándose en su estómago. Ni pudo ni quiso evitarlo: empujó su cadera sobre la de Draco, que se separó de sus labios, llevando la cabeza hacia atrás mientras gemía con los ojos cerrados. Cuando los abrió, miró fijamente a Lucius y le respondió el gesto empujando él también, además de enredar una de sus piernas entre las suyas, acariciándole el gemelo con el pie. 

Esta vez el beso fue más salvaje, uniendo las lenguas fuera de su boca antes de que los labios hicieran contacto. Draco enredó una mano en el largo cabello de Lucius sin que ninguno dejara de mover las caderas contra el otro. Los gemidos iban aumentando a medida que lo hacía el ritmo de los movimientos y finalmente, Lucius clavó las manos en las caderas de Draco mientras se corría en un orgasmo casi silencioso, pero no paró de moverse hasta que Draco se convulsionó debajo de él clavándole las uñas en la espalda. Rodó sobre sí mismo para quitarse de encima del cuerpo que aplastaba, ambos recuperando el aliento en silencio. 

—Vuelve a tu cuarto, hijo. —Lucius parecía haber recuperado la conciencia y se arrepentía de lo que había hecho.

—Pero, padre... —Draco no quería irse.

—No me hagas repetírtelo. 

Draco se levantó de la cama, se puso las zapatillas y, cabizbajo, se fue hacia su dormitorio, aún excitado, y volvió a masturbarse allí, metiendo los dedos en su todavía virginal ano y usando su propio semen como lubricante. 

Lucius se quedó en su dormitorio, recostado contra el cabezal, mirando fijamente la mancha de sus pantalones. ¿Qué había hecho? Era algo que no comprendía, se tenía que haber vuelto loco para haberse frotado de esa forma contra su hijo. Estuvo toda la noche dándole vueltas al asunto hasta que el sol ya había salido. Fue entonces cuando decidió que lo mejor sería no ver a Draco, al menos durante ese día, por lo que pasó horas encerrado en su despacho intentando adelantar trabajo y papeleos de sus empresas. Mientras tanto, Draco vagaba por la mansión sin saber qué hacer, excepto reprocharse una y otra vez que seguramente se había apresurado con sus planes. 

Esa noche Lucius sintió que la cama en la que dormía desde hacía más de veinte años se le hacía más grande, fría y vacía que nunca. Extrañaba el calor de Draco a su lado, pero no podía permitir que pasara de nuevo lo de la noche anterior... o tal vez sí. Se movió por la cama hasta que se quedó dormido. Draco se había sentado a los pies de su cama, esperando por si su padre le llamaba, pero tras cuatro horas de amargo silencio en el pasillo, se metió entre las sábanas deseando que el día siguiente fuera diferente.

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

El desayuno y el almuerzo fueron tranquilos: se saludaron como si nada hubiera pasado y comieron comentando alguna noticia del día o se informaron sobre lo que habían estado haciendo las horas en las que no estaban, pero Lucius miraba a Draco intensamente cuando creía que éste no se daba cuenta. Por la tarde, el más joven se dedicó a volar por el jardín, con la camisa algo abierta, justo por la parte que daba al despacho de su padre. No le importó que estuviera lloviendo y mojarse; al contrario, eso sólo hizo que la camisa se pegara más a su cuerpo. Y se fue a cenar así: con la camisa pegada y el pelo escurriéndole agua por el pecho. Sin decir nada, Lucius le lanzó un hechizo para secarle. 

Un par de horas después de la cena, justo cuando iba a retirarse a descansar, Lucius se encontró con Draco en el pasillo que llevaba a los dormitorios. Se mordió el labio, pero al final se atrevió a hablar. 

—Sigue lloviendo.

—Sí —susurró Draco, parándose delante de su puerta. Lucius se enfrentó a él.

—Tal vez haya tormenta. —Extendió la mano con temor, mirando a su hijo fijamente a los ojos.

Draco, sonriendo tímidamente, la cogió y entraron juntos a la habitación del mayor. Tras cerrar la puerta, Lucius acarició la mejilla sonrosada.

—¿Qué me has hecho? 

—Quererte. 

Se besaron con hambre, con ganas de saborearse mientras se quitaban la ropa. El bastón de Lucius cayó al suelo haciendo ruido, pero las camisas, pantalones y ropa interior no hicieron ningún sonido. Siguieron comiéndose a besos hasta que llegaron desnudos a la cama, cayendo Lucius sobre Draco. Veía el pálido cuerpo sobre las sábanas, tan parecido al de Narcisa y la vez tan diferente: el pecho era plano y con algo de vello, pero los pezones eran igual de sonrosados y donde debía estar una húmeda vagina había un erguido pene. 

Ante la duda de Lucius, Draco se sentó en la cama, le volvió a besar pasando las manos por su cuello y se volvió a tumbar, llevándolo consigo. Acarició como pudo el pecho, jugando con el rizado vello y mordió su cuello, mientras las manos de su padre tampoco estaban quietas acariciando los muslos que se habían cerrado en torno a su cintura. Ambas erecciones chocaban, deslizándose la una contra la otra. 

—Draco... no sé si esto...

—Por favor, Lucius. No te pares —susurró directamente en su oído antes de que el cuerpo le abandonara y se hiciera a un lado. 

Sabía las dudas que tenía; él mismo las había tenido y, aunque no tenía prácticamente nada de experiencia, sabía que si no tomaba el mando no tendría lo que siempre había deseado y que no estaba dispuesto a perder. Se sentó a horcajadas sobre la cintura de Lucius, asegurándose de que su culo quedaba justo encima de la polla de su padre. Se inclinó hacia adelante y comenzó a lamer un pezón que luego mordió con cuidado. Unas manos grandes se aferraron a sus caderas. Con la lengua trazó un camino desde el pecho hasta el estómago, mordiendo la piel suavemente para después lamerla mientras seguía bajando, restregándose contra Lucius hasta que, por fin, llegó a donde quería.

Entre las piernas de su padre, miró con avaricia la polla que se alzaba ante su cara. Le miró a los ojos, ésos que eran como los suyos, se humedeció los labios a la vez que agarraba la cálida carne y la llevó a su boca. Lamió la punta saboreando las gotas de deseo que ya se aglomeraban allí, cerró los labios alrededor y bajó la cabeza tragando todo lo que pudo. El gemido que salió de la garganta de Lucius fue un aliciente estupendo para seguir. Movió la cabeza arriba y abajo un rato, con la mano derecha haciendo el mismo recorrido que su boca y con la izquierda enredándose en el vello púbico antes de acariciar las hinchadas pelotas. 

En un último esfuerzo por mojarlo bien llevó la polla hasta el final de su garganta, notando cómo ésta daba un tirón dentro de su boca y un «Síii» desesperado salía de los labios de Lucius. Draco sonrió con la boca llena y le miró de nuevo. Su padre le devolvía la mirada llena de lo que siempre había ansiado: deseo. Se despidió temporalmente de la polla dándole una larga lamida desde la base hasta la cabeza, gateó hasta sentarse de nuevo sobre el excitado cuerpo y se apoyó sobre las manos en el colchón.

Una mano de Lucius agarró a Draco del cuello para obligarle a bajar y besarle, además movió la cadera hacia arriba enterrando su necesitada polla en el joven culo. Draco se movió ligeramente, llevó una mano hacia atrás y agarró la palpitante carne. Se miraron de nuevo, ambos jadeantes. Draco volvió a incorporarse, alzando un poco las rodillas, alineó bien la polla de Lucius contra su entrada y se sentó poco a poco. 

—Draco... —jadeó Lucius cuando sintió cómo la cabeza de su polla era engullida y estrangulada por el fuerte músculo.

Draco inspiró con fuerza y se dejó caer, arrancándose él mismo la virginidad, gritando de dolor mientras echaba la cabeza atrás. Lucius se incorporó, abrazándolo por la cintura y besándole en el cuello para calmarle.

»No debiste hacer eso —le susurró entre besos. La respuesta que obtuvo fueron las manos de su hijo agarrándose a sus hombros y que las caderas se movieran de adelante hacia atrás—. Con cuidado... despacio... —lo animó con cariño.

Lentamente los movimientos se hicieron más rápidos, Lucius llevó una mano a la polla de Draco, sin querer pensar que era la primera vez que tocaba la zona más íntima de otro hombre ni que ese hombre era su hijo... ¡Qué coño! ¡Se estaba follando a su hijo! Y por algún motivo que no entendía, ese pensamiento le excitó más y se concentró en sus pelotas para conseguir que se corriera gimiendo contra el hombro pálido y sudoroso que besada en ese momento, llenando el interior de Draco con su esperma a la vez que éste le apretaba convulsivamente y manchaba el pecho de ambos.

Cayeron sudorosos en la cama, respirando pesadamente uno junto al otro. Cuando sus respiraciones se calmaron, Lucius se levantó a coger su bastón, sacó su varita del interior y lanzó sendos hechizos de limpieza sobre ambos. Draco le sonrió exhausto, gateó hasta la parte superior de la cama y empujó las sábanas hacia abajo para meterse entre ellas. Lucius se reunió junto a él, colándose en el lecho por el lado de su esposa.

Ninguno lo dudó y se abrazaron. Draco apoyó la cabeza en el pecho de Lucius y le dio un beso allí. Lucius acarició la espalda desnuda y le dio un beso en la frente. 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

Horas más tarde, Lucius seguía pensando en lo que había pasado, en lo bien que se había sentido, en los jadeos y gemidos de Draco, en que era su hijo, en que estaba casado... con una mujer que no quería sus atenciones, pero que a su lado había un chico joven y hermoso que sí las quería y que había luchado por ellas. Porque Lucius Malfoy no era tonto y se había dado cuenta de todo lo que había hecho su hijo para llamar su atención.

La mañana les encontró abrazados. El señor de la casa llamó a uno de sus elfos, al que más confianza le tenía, al que sabía que jamás le abandonaría ni contaría lo que viera en ese dormitorio a nadie, ni siquiera a él mismo, para ordenarle que sirviera el desayuno. Cuando Stinky volvió media hora más tarde, con una gran bandeja de plata con todo lo que solían desayunar el amo y el amito de la casa, no dijo nada al verlos retozando jadeantes. Dejó la bandeja en la mesilla de noche de la ama y se desapareció con una sonrisa en los labios. 

Tan sólo les quedaban dos días (contando con ése) para estar juntos a solas. Era jueves, Narcisa llegaría a la noche siguiente y Draco tendría que partir a Hogwarts el sábado por la mañana. Debían aprovechar el escaso tiempo, así que mientras Lucius trabajaba en su despacho, Draco se iba con él y, o bien se ponía a leer, o bien terminaba alguno de los deberes del colegio, aunque su opción más deseada fuera la de masajear el tenso cuello de Lucius y relajarle.

Almorzaron y cenaron en la cama, dándose de comer el uno a otro o lamiendo la comida directamente de la piel de otro. Parecían vivir una luna de miel sin haberse casado, pero no todo iba a ser perfecto. Tras el almuerzo del viernes, mientras Lucius se hundía una y otra vez con fuerza dentro de Draco, éste vio cómo la puerta del dormitorio se abrió para dar paso a Narcisa. Ninguno de los dos dijo nada para acabar con el movimiento del patriarca entre las piernas del primogénito. 

La cara de Narcisa pasó del desconcierto absoluto al desagrado, y por último a la máscara de frialdad que todo Malfoy debe tener siempre. Draco gimió más alto mirando fijamente a su madre, sonriendo ante los cambios de expresión que ésta sufría. Gritó un “fóllame más fuerte, Lucius” cuando Narcisa cerró la puerta al marcharse. Lo había conseguido y lo sabía. Lucius por fin le pertenecía, y su madre no podría hacer nada para evitarlo.

 

Por la noche, la cena fue toda una preciosa estampa familiar. Todos estaban encantados con todos. Narcisa sonreía a su marido y a su hijo, preguntándoles en qué habían estado ocupados. Ambos respondieron que haciendo los deberes y jugando al quidditch en el caso de uno, terminando con los papeles del Ministerio en el del otro. Obviamente, Narcisa no dijo nada. Ya usaría más adelante la información que conocía. Sin embargo, le dio a su marido un recado del Lord:

—Nuestro Señor desea verte lo antes posible. Tiene grandes planes para ti. 

Esa noche, Lucius se despidió de su hijo con un casto beso en la frente, ya que su mujer estaba delante. Al día siguiente, fue un beso en la mejilla en King's Cross y la promesa susurrada de futuras cartas. Y así fue durante meses, en los que Draco recibía casi cada día cartas de su padre en las que le contaba lo que lo echaba de menos y los planes que tenía para ambos. Draco no se cortaba y era aún más explícito en sus respuestas, haciendo lo posible para mantener a su padre excitado contándole los sueños húmedos y las fantasías que tenía donde ambos eran los protagonistas.

Pero el fin de curso llegó, estropeándolo todo por culpa de Potter, y Lucius Malfoy acabó con sus huesos en Azkaban. Durante meses, sólo el recuerdo de la sonrisa de Draco, de sus besos y su cuerpo desnudo le mantuvieron a salvo de la locura, hasta que por fin algunos mortífagos fueron a rescatarle a él y varios compañeros más. Todo parecía ir de mal en peor; la guerra se acercaba, tenía que esconderse y no pudo ver a Draco hasta muchos meses más tarde, cuando Snape consiguió matar a Dumbledore. 

Su pequeño ángel caído no era ni la sombra de lo que había sido: ojeroso, con un tono pálido poco sano en la piel (distinto del pálido marmóreo de siempre) y terriblemente nervioso. Ambos estaban cautivos en su propio hogar, sin poder acercarse, sin poder decirse nada fuera de lo que un padre le diría a un hijo. El Señor Tenebroso se había instalado en su casa, junto con la loca de Bellatrix. Ambos varones Malfoy se estremecían, preguntándose quién les vigilaba más. Y Narcisa sólo sonreía orgullosa de la ayuda de su hermana para frustrar cualquier plan que tuvieran ellos. La única razón por la que había pedido a Snape que protegiera a su hijo, después de todo, era destruirle ella misma si podía. Y lo haría.

En lo que tenía que haber sido su último año en Hogwarts, Draco asistió al colegio como si nada hubiera ocurrido, como si el Señor Tenebroso no se hubiera instalado en su dormitorio, relegándole a él a uno de los de invitados. Como si su padre no hubiera bajado escalafones en la jerarquía mortífaga. Todo eso le daba igual. Lo único que quería era una caricia de su padre y que toda esa pesadilla terminara. Para bien o para mal, pero que terminara.

Y así lo hizo, tras una cruenta batalla en el castillo, donde casi fue devorado por el fuego en la sala de los Menesteres. La sala donde el curso anterior había pasado casi días enteros arreglando aquel viejo armario para que los mortífagos entraran al castillo. Una batalla donde perdió amigos, compañeros del colegio, una tía (una muerte que le alegró, sin duda) y donde recuperó a su familia. 

No fue hasta que estuvo en el salón de la mansión junto sus padres, tras el juicio donde el testimonio de Potter les había dejado libres, que Draco respiró tranquilo después de mucho tiempo. Y no fue el único. Además, sin importarles que Narcisa estuviera delante, Draco y Lucius se besaron, abrazados y pegados el uno al otro. Uno contorsionándose contra un cuerpo mayor, el otro encerrando a un cuerpo menor entre los brazos.

—Al menos podríais disimular un poco, no tengo por qué ver estas obscenidades —gritó ella, indignada. Lucius la miró fríamente.

—Pues no mires. ¡Stinky! —El elfo se apareció rápidamente ante su amo—. Lleva las cosas de mi esposa a «la habitación de la Señora»... por favor. —Las últimas palabras habían sido un susurro amenazante. Stinky sonrió maliciosa pero felizmente a su amo antes de hacer una reverencia y marcharse.

Narcisa, más indignada aún, intentó hablar, pero Lucius la cortó.

»Así no tendrás que ver obscenidades, querida

Entre los brazos de Lucius, Draco volvió a sonreírle a su madre como había hecho años antes. Desde esa noche dormía con su padre en la habitación de los Señores de la casa. Incluso los elfos le obedecían a él antes que ella, sobre todo cuando se daban órdenes contradictorias. Es más, Draco disfrutaba haciendo rabiar a su madre cambiando todas las especificaciones que daba cuando organizaban alguna recepción en la mansión para buscar a la futura señora Malfoy. 

A pesar de todo, a los ojos del mundo seguían siendo una familia unida y bien avenida, a la que prontamente se unió Astoria Greengrass, después de que Draco se enterara accidentalmente a través de Pansy Parkinson de que era lesbiana. Mientras Lucius negociaba con los Greengrass por la mano de Daphne, Astoria y él acordaron casarse, asegurar un heredero y que, tras eso, cada cual aliviara sus necesidades con discreción. 

El dinero fue un buen aliado para que Astoria callara y mirara a otro lado cuando vio a su marido entrar la noche de bodas a la habitación de su suegro. También lo fue para conseguir, tiempo después, que la niñera de su hijo durmiera en la mansión... en la habitación de la nueva señora Malfoy. 

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

Muchos años más tarde, siendo Scorpius Malfoy un adolescente, no pudo evitar preguntarse por qué sus abuelos y sus padres no dormían juntos. De hecho, la abuela Cissy estaba casi siempre de viaje de compras. Su madre compartía habitación con la que había sido su niñera —ya que, siendo enfermera, podía encargarse del supuesto mal estado de salud de Astoria—, y su padre... su padre era un misterio.

La mayor parte de las noches, Scorpius se despertaba sobre las once de la noche porque oía dos puertas abrirse y cerrarse. Pero una de esas veces ya no aguantó más. Sabía que su padre salía, pero no tenía ni idea de adónde iba, así que en cuanto supo invocar un hechizo desilusionador lo utilizó consigo mismo. Daba igual que le faltaran algunos meses para cumplir la mayoría de edad; en la casa había muchos más magos, y no se sabía que era él exactamente quien hacía algún que otro hechizo de vez en cuando. Después de todo, las únicas normas que se cumplían en la mansión de los Malfoy eran las que ellos mismos establecían, y ya se encargarían de recibir muy educadamente a cualquier enviado del Ministerio que llegara a su puerta.

Esperó en el pasillo, convenientemente pegado a la puerta de su habitación, hasta que vio a su padre y a su abuelo despedirse con un beso en los labios y entrar cada uno en su dormitorio. ¡Un beso en los labios! ¡Eso no podía ser! Pero así había sido, y él aún no podía procesarlo del todo cuando media hora más tarde, vio cómo la puerta de su padre se abría, salía en pantalón con el torso desnudo (no pudo evitar mojarse los labios) y cómo se dirigió a la habitación de Lucius. 

Durante diez minutos estuvo mirando la puerta sin saber qué hacer, hasta que al final se atrevió y la abrió lentamente. Coló la cabeza por el pequeño hueco y su respiración se congeló. En la cama estaban su padre y su abuelo, desnudos. Draco Malfoy estaba a cuatro patas sobre Lucius, que estaba tendido en la cama con la cabeza alzada lamiendo la polla de su padre, mientras éste le daba el mismo tratamiento a la de su abuelo. Con cautela cerró la puerta y se apoyó en la pared del pasillo. Ahora entendía las miradas de odio que a veces su abuela le daba a su abuelo, las sonrisas cómplices entre sus padres y cuando su madre “iba a pasear con su niñera”, pero sobre todo entendía las miradas entre su padre y su abuelo, la intimidad de sus gestos, el compañerismo que parecía haber entre ellos y el amor que se profesaban aunque intentaran camuflarlo como “amor paternal”. No. Lucius y Draco no se querían como un padre y un hijo; se querían como pareja, como amantes. 

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

Tenía cuatro años y había despertado en mitad de la noche, llorando y gritando por culpa de una pesadilla. Rápidamente la puerta de su habitación se abrió para darle paso a su padre. 

Draco se acercó hasta Scorpius y le cogió en brazos.

—Ven aquí, Scorp —le susurró para tranquilizarlo mientras lo sacaba de la cama. 

—Slizzy... —susurró quedamente el niño, alargando la mano hacia la serpiente de peluche con la que dormía. Draco la cogió y se la dio.

En el pasillo se encontraron con su madre, que se acercó hasta ellos.

—¿Pasa algo? —Acarició con cariño el pelo de Scorpius, que seguía aferrado el pecho de su padre, agarrándose con fuerza a su cuello y a a Slizy.

—Sólo ha tenido una pesadilla, me lo llevo conmigo.

—Está bien. Que descanséis. —Le dio un beso en la coronilla a su hijo y después otro en la mejilla a su marido. 

Tras eso, entraron en la habitación de su abuelo.

—Cuando yo era pequeño y tenía pesadillas me gustaba dormir con mi padre.

Se metieron en la cama y Scorpius gateó hasta el centro, acomodándose entre Draco y Lucius, sintiéndose protegido cuando ambos hombres se pegaron a él para abrazarle. Pero era demasiado pequeño para saber que realmente se estaban abrazando entre ellos o que tenían los pies entrelazados.

 

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

Tener viruela de dragón era lo peor que le podía pasar a un niño de siete años en pleno verano. El sarpullido de color verde y morado en sus pies no paraba de picarle pero no dejaban que se rascara. De hecho, le habían puesto unas manoplas bien atadas para que no lo hiciera. Y luego estaban las ligeras quemaduras sobre su labio por las chispas que le salían por la nariz cada vez que estornudaba, cosa que era bastante frecuente, y ya tenía la parte superior de las sábanas de color negro. 

Fuera el sol brillaba intensamente en un cielo despejado, creando un maravilloso día para volar. Pero no, él tenía que estar en la cama con la compañía continua de un elfo que se aseguraba de que no se levantara ni intentara quitarse las manoplas para rascarse. Ni su madre ni su niñera podrían entrar a verle porque no habían padecido la enfermedad de pequeñas y su abuela Cissa no estaba en casa. Sin embargo por las noches tanto su abuelo Lucius como su padre cenaban con él y le leían un cuento.

Durante ese rato, cada uno se recostaba a un lado de él, con las espaldas apoyadas en el cabecero y las piernas estiradas en la cama. A veces el cuento lo leía su abuelo, así que se recostaba en el pecho de su padre, otras veces era al revés, pero siempre había una mano acariciando su pelo con cariño y los latidos de un corazón fuerte que le adormilaban. 

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

Era su undécimo cumpleaños, por lo que en el salón de la casa se celebraba una grandiosa fiesta dedicada a él. Toda su familia estaba allí, incluyendo a su abuela Cissa, junto a todos sus amigos. 

Era el único día del año en el que Scorpius y sus amigos podían corretear entrando y saliendo de la mansión al jardín, sin que importara que mancharan las carísimas alfombras o el parqué con el barro de sus zapatos. O que podían gritar y saltar, perder sus refinados modales. Y más ese día, en el que Scorpius había recibido su carta para Hogwarts. Una de las veces que entró al salón buscó a su padre con la mirada. 

Draco estaba en una esquina hablando con el resto de los hombres asistentes a la fiesta cuando Lucius se acercó a él ofreciéndole una copa. Sus dedos se rozaron disimuladamente y parecía que había pasado desapercibido para todo el mundo. 

En otra esquina, Narcisa fruncía el ceño y arrugaba los labios mientras fulminaba momentáneamente a ambos hombres con la mirada.

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

Draco llevaba días fuera del país por un viaje de negocios. Cuando llegó, su hijo de trece años le recibió con un efusivo abrazo. Su esposa se acercó a él para darle la bienvenida con un beso en la mejilla. La “enfermera” que cuidaba de ella le dirigió un asentimiento con la cabeza. 

Lucius Malfoy se acercó a su hijo, pasó los brazos por la cintura de éste y dejó que su cabeza descansara sobre el hueco entre el hombro y el cuello de Draco. A la vez, su hijo pasó los brazos por su cuello, dejando los labios cerca de su oreja para susurrarle algo que nadie más que él escuchó. 

Tras eso, se miraron a la cara.

—Tienes el pelo demasiado largo, hijo —fueron las palabras con las que le saludó. Ante la atónita mirada de Scorpius, que seguía a su lado, Draco se ruborizó.

—Pensaba dejármelo crecer más, tal vez como tú.

—Estás más guapo con el pelo corto. 

Esa misma noche, Draco se presentó a la cena con el cabello debidamente cortado. 

 

 

 ¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

En ese momento, Scorpius decidió que su abuelo estaba algo mayor para esos trotes y que su padre necesitaba a alguien más joven para mantener un bienestar sexual aceptable. Y él sería ese joven. 

 

 

FIN

Escribir comentario

Comentarios: 0