Circunstancias atenuantes

Este fic se publicó originalmente en Segunda Dosis

Pareja: Remus/Sirius
Rating: NC-17
Resumen:Tras la batalla en el Ministerio de Magia, donde Sirius cae a través del velo de la muerte, Remus no puede evitar recordar parte de su vida junto a él. 

 

 

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La noche había sido cruel. La batalla en el Ministerio le había dejado casi sin fuerzas y se había llevado a la persona más importante de su vida. Una que jamás había podido abandonar su corazón, a pesar de su supuesta traición. Ahora, después de haberse quedado en el Atrio explicándole a varios de los aurores lo que había pasado mientras intentaba ignorar los gritos indignados de Fudge hacia Dumbledore, sólo podía resguardarse en la habitación del propio Sirius.

 

Al llegar junto a los demás al Ministerio en busca de Longbottom, Lovegood, los chicos Weasley, Hermione y Harry, no esperaba lo que iba a pasar. La pelea había sido dura, pero no más que el perder Sirius, o tener que retener a Harry para que no atravesara el velo de la Sala de la Muerte.

Entró en la habitación con una firmeza que realmente no sentía ni sabía cómo mantener. Las rodillas le fallaron al llegar a la cama y se desplomó sobre ella, cayendo pesadamente. Miró alrededor y se le escapó una sonrisa: Sirius nunca había sido muy ordenado.

 

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—¡Sirius! ¡No puedes dejar tus toallas mojadas en el suelo! —le gritó desde el baño, cogiendo la húmeda tela para meterla en el cesto de la ropa sucia.

 

—¿Por qué no? —La inocentemente rebelde respuesta le llegó desde el otro lado del pasillo.

—¡Porque no soy tu elfo doméstico!

 

Remus no dejaba de preguntarse una y otra vez cómo es que había accedido a compartir piso con Sirius tras graduarse en Hogwarts. Suspiró resignado. Porque estás enamorado de él, volvió a responderse a sí mismo. Y era cierto. Remus Lupin estaba loca y salvajemente enamorado de Sirius Black. Por eso había permanecido a su lado tanto tiempo, desde que se vieron por primera vez en el tren, cuando el olor de Sirius llegó a su nariz en el compartimento donde estaban sentados junto a James. Por supuesto, a la tierna edad de once años, no supo a qué se debía la atracción por ese aroma, simplemente sabía que le gustaba. Fue mucho tiempo después cuando averiguó lo que realmente significaba. 

 

Fue la primera noche de luna llena que pasó con sus amigos, en quinto curso, la que le hizo darse cuenta del motivo por el que siempre le era agradable tenerle cerca, o de por qué Sirius conseguía relajarle con su propia presencia, mucho más que lo que le sacaba de quicio con su comportamiento vanidoso, rebelde e insolente. Pero no podía decir nada. No podía decir la verdad porque las cosas cambiarían. Tampoco podía arriesgarse en tiempos de guerra. Todo había cambiado en poco tiempo, aunque tal vez tres años en las circunstancias que vivían no era tan poco. 

 

Sus últimos años de colegio se vieron enturbiados vagamente por los ataques mortífagos: desapariciones y muertes de familiares de compañeros, las masacres indiscriminadas de muggles, los continuos asaltos de Greyback... Pero ellos cuatro seguían siendo los merodeadores. Seguían siendo un grupo de chicos que se divertían mucho, y estudiaban menos, pero que eran felices. Hasta que les tocó salir de Hogwarts. Para ese entonces, Sirius vivía con James en casa de los padres de éste, Peter con su madre y Remus con sus padres. Sin embargo, al terminar los EXTASIS recibieron dos noticias. La primera era que James y Lily habían decidido casarse pocos días más tarde de la graduación. ¿Que le sorprendió? Por supuesto. Lily siempre había sido dura con James, evitándole y dándole calabazas hasta que, a principios de ese último curso, había decidido darle la oportunidad por la que su amigo había luchado tanto. Pero de ahí a casarse tan apresuradamente... Remus no lo había visto claro. Aunque él no era tan impulsivo como James o Sirius, sino más del estilo de Peter: siempre se pensaba las cosas varias veces antes de actuar. 

 

Se habían casado tres años antes. Sirius no podía, ni quería (ni le habían dado la posibilidad de) ir a vivir con una pareja de recién casados, por lo que un día se acercó a Remus con su deslumbrante sonrisa, su caminar chulesco y esa voz grave que se clavaba en el cuerpo del licántropo para decirle, «¿por qué no te vienes a vivir conmigo?». Y había caído rendido ante esa sonrisa, la misma que siempre utilizaba para arrastrarle a las travesuras más locas o para que le perdonara cuando se pasaba de la raya. 

 

El segundo hecho que les marcó el cambio de la adolescencia a la edad adulta fue la invitación del propio Dumbledore a formar parte de la Orden del Fénix. Ninguno de los cinco se negó. Como tampoco lo hicieron otros compañeros de colegio que también fueron invitados. Fue ahí cuando Sirius vio su oportunidad. Si James y Lily se casaban, él no se podía ir a un pisito de jóvenes solteros, como lo había llamado. Así que se había aprovechado de las circunstancias de Remus, al que James se había ofrecido a mantener a pesar de todas las reticencias que había mostrado. 

 

Así habían acabado viviendo juntos. Lo que era un misterio, o no tanto, es que aún ambos siguieran vivos: entre las veces que Sirius se había jugado el cuello (junto a James, todo había que decirlo) luchando contra los mortífagos y sus peleas domésticas, era difícil que el Black renegado siguiera vivo. Pero ahí estaba. 

 

Y en ese momento concreto estaba tirado sobre el viejo sofá de piel marrón desgastada del saloncito, sin camisa y en pantalón corto, con una cerveza de mantequilla fría en una mano y una revista de motos en la otra.

 

—Sirius, te estoy hablando en serio —dijo Remus apareciendo por el pasillo—. Estoy hasta las narices de ir recogiendo tu basura. No soy tu elfo doméstico y, aunque no lo creas, mi paciencia no es infinita. 


—¿ Ah, no?
 


—Sirius... —El tono de voz de Remus no daba pie a muchas bromas.
 


Sirius le miró sin apenas levantar la vista de la revista.
 


—Vamos, Remus, no es para tanto.
 


—¿Que no es para tanto? ¿Tú has visto bien cómo tienes todo esto? —dijo, señalando las revistas esparcidas por el suelo del salón, las botellas vacías de cerveza de mantequilla y los platos con restos de comida distribuidos por la mesita—. Hazme el favor de mover ese culo pulgoso, ir a tu habitación a por tu varita y volver aquí a recoger este desastre antes de que salga de la ducha.
 


—¡Yo no tengo pulgas! —Fue la única respuesta que escuchó mientras volvía al baño por el pasillo.

Desde aquél pudo escuchar el ruido que hacía Sirius al recoger. Había ganado esta batalla y sabía cómo continuaría la situación: durante dos días —tres con suerte— Sirius se comportaría, recogería las cosas y procuraría no estorbar, ¡incluso limpiaría el baño! Pero tras ese período de calma, volvería a ser el de siempre: el niño pijo de papá y mamá acostumbrado a tener a un elfo doméstico siguiéndole para ir limpiando su basura. Remus no pudo evitar sonreír mientras el agua caliente golpeaba su piel, deslizándose por ella.
 


Pocos minutos después salió del baño, dirigiéndose al salón con una toalla en las caderas y secándose el pelo con otra. Quería inspeccionar lo que había hecho Sirius, pero no imaginó encontrárselo de pie delante de una las estanterías. Tenía el marco de una fotografía en la mano y la miraba con cara nostálgica. A Remus no le hacía falta acercase para saber quiénes estaban en la foto: Lily, James y el pequeño Harry. Los tres aparecían detrás de una tarta de chocolate sobre la que se erguía una única vela. En la imagen se podía observar como el pequeño Harry metía el pie en la tarta, James se lo sacaba con cuidado y le lamía el talón, hasta que, por último, Lily lo limpiaba con una servilleta. Todo sin que el niño de ojos verdes y pelo negro alborotado dejara de mostrar una amplia sonrisa provista de dos dientes, mientras aplaudía contento.
 


Remus se acercó lentamente a él.


—¿Estás bien?
 


Sirius le miró con una sonrisa triste. Se encogió de hombros poniendo la foto en su lugar.

—Es mi ahijado y no lo he visto desde que nació. —Volvió su mirada gris a la dorada de Remus y algo se iluminó en sus ojos—. Pero al menos los veré hoy.
 

 

—¿Y eso? —Remus tardaría trece años en saber que Sirius le había mentido descaradamente mirándole a los ojos.


—James y yo tenemos que ponernos de acuerdo para una misión encargada por Dumbledore— dijo despreocupadamente, encogiéndose de hombros.


Remus asintió, y se dio la vuelta en silencio para encontrarse con que Sirius se había dedicado a apilar los platos en una esquina de la mesita y las revistas delante del sofá.
 


—Te voy a dar una lección, Black: primero se limpia y después de se ordena.


Sirius rió como hacía días. Se colocó detrás de Remus para susurrarle al oído: —Me gusta cuando te pones autoritario, pareces un profesor.
 


La respuesta que recibió fue un golpe en el estómago con la toalla que su amigo tenía en la mano.
 

Horas después, Sirius se fue en dirección a casa de los Potter. O eso creía Remus. El que fuera vestido con un pantalón vaquero desgastado, una camiseta y las botas y chaqueta de piel de dragón no fueron ninguna pista para Remus, que seguía creyendo ciegamente en Black.

 

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Pasaban de las dos de la madrugada cuando Sirius volvió al piso. Había pasado las últimas seis horas deambulando de un lado para otro, dando vueltas con la moto, hasta que a eso de las diez y media entró a un pub muggle del centro de Londres. Allí se dejó todas las libras que llevaba en la cartera pero no le había importado. Necesitaba ahogar sus penas y acallar su conciencia en cada uno de los vasos de whisky que había bebido esa noche. Parecía haber funcionado, hasta que volvió a casa. 

 

Todas las luces del salón estaban apagadas, menos una que había junto al sillón de lectura de Remus. Sonrió, sabiendo que éste la había dejado encendida para que pudiera ver a su alrededor cuando volviese. Se quitó la chaqueta y las botas, dejándolas tiradas ante la mesa de café y fue descalzo hasta su dormitorio, quitándose los pantalones en el camino. Sin embargo, cuando pasó por delante de la puerta de Remus, no pudo evitar pararse ante ella.

 

Le has mentido, volvió a decir su conciencia. Miró un momento al suelo, tomó aire profundamente y abrió la puerta. Las ligeras cortinas de la ventana dejaban pasar parte de la luz de la calle que caía sobre el cuerpo dormido de Remus. Sirius dio un paso dentro del dormitorio, lo que provocó que el otro se diera la vuelta en la cama y le mirara con ojos soñolientos.

 

—¿Pasa algo? —La suave voz le demostró a Sirius que Remus no estaba tan dormido como pensaba.

—No, nada. 

 

Con un suspiro, Remus se acomodó mejor en la cama sin dejar de observar a Sirius, quien había terminado de entrar, quitándose la camiseta y acabando metido en la cama. Como si fuera la suya. Ojalá lo fuera, pensó Remus. Arrugó la nariz al sentir el olor de Sirius.

 

—¿Has estado fumando delante del niño? 

 

—¿Qué? ¡No! Jamás haría eso.

 

—Pero has estado fumando y bebiendo. El aliento te apesta.

 

Sirius bajó la mirada, mordiéndose el labio. Ya tenía suficiente con su propia conciencia como para que Remus actuara como tal, pero tenía toda la razón. Sería una tontería quitársela.

 

—Sólo un par de copas...

 

—¿Cuántas? —le interrumpió. 

 

—Cuatro, puede que cinco. —Habían sido más, pero otra mentira no se notaría. 

 

Remus puso los ojos en blanco.

 

—Vale, tú mismo. Espero que te comportaras. 

 

—Siempre lo hago, ¿acaso lo dudas? —Ambos rieron quedamente ante la ocurrencia de Sirius—. Rem, ¿te importa si me quedo aquí?

 

Remus tragó saliva. 

 

—Está bien, pero no ronques mucho. Sabes que tengo el oído fino. Y ahora, a dormir. 

 

Durante un rato estuvieron en silencio, hasta que Sirius abrió la boca de nuevo.

 

—¿Me das un abrazo? —Ahí estaba, el niño en cuerpo de adulto que realmente era el mayor de los hijos Black. Ni siquiera esperó a tener permiso para rodear el cuerpo de Remus con el brazo.

Y el autocontrol del licántropo empezó a ceder.

 

—Sirius, no me hagas esto.

 

—¿El qué? —comentó escondiendo la cabeza bajo el cuello de Remus.

 

—Esto. No esta noche. No ahora. 

 

—Me siento solo, Remus. Les echo de menos.

 

Remus no pudo —ni quiso— evitar que su brazo se deslizara hasta la mejilla de Sirius, apartando un mechón de pelo negro. 

 

—Por favor, Sirius, márchate —suplicó.

 

—¡No quiero! —dijo Sirius con una voz que pretendía sonar infantil, pero que para Remus sonó al quejido lastimoso de un borracho, mientras que se apretaba más contra el desnudo pecho de su amigo.

—Si no lo haces, no podré evitarlo.

 

—¿El qué?

 

Remus no pudo resistirlo más. Ya llevaba años así, no podía contenerse, no podía seguir luchando contra su lobo interior. Menos aún cuando estaba a un día de que el lobo tomara plena posesión de él. No cuando el objeto de anhelo y deseo del lobo se le ofrecía en bandeja, semidesnudo, en su propia cama. Le besó. Dejó que sus labios se posaran sobre los de Sirius, sintiendo el amargo sabor al whisky muggle, tan diferente del whisky de fuego, con su abrazo tornándose más posesivo sobre el cuerpo que estaba a su lado. 

 

Durante un segundo la mente de Sirius trabajó a marchas forzadas. Siempre había sabido lo que Remus sentía por él, nunca había dudado en usarlo para hacer que le perdonara sus travesuras, así que, ¿por qué no en ese momento? ¿Por qué no darle a Remus algún tipo de compensación por su desconfianza y su mentira? Dumbledore sabía que había un topo en La Orden. Podría ser cualquiera, incluso el hombre de pelo castaño, mirada dorada tranquila, labios ardientes y manos inquietas que estaba besándole en ese momento.

Remus se separó lentamente para mirarle con un pequeño resquicio de temor. 

 

—Eso —susurró.

Sirius sonrió. De esa forma que Remus tanto conocía: era su sonrisa de ligar, la que decía 'eres mío' y que nunca había visto que sonriera así a ningún chico, y mucho menos, a él. No esperó que Sirius le devolviera el beso. Y todo comenzó: el lobo despertó y se apoderó de él, llevándose en su camino a Sirius.

 

Con rapidez se colocó sobre Sirius, sin dejar de besarle y situándose entre sus piernas. La mano que había estado acariciando su mejilla acunaba ahora su nuca, mientras que la otra se deslizaba por el costado del cuerpo que comenzaba a estremecerse bajo él. Su lengua no daba tregua a la otra, arremolinándose alrededor, lamiéndola y acariciándola. Ambos gimieron cuando las partes más sensibles de sus cuerpos chocaron entre ellas, porque a Sirius no se le había ocurrido nada mejor que separar sus piernas y enredar una tras el gemelo de Remus. 

 

Las manos de Black subieron por la espalda de Lupin, mientras éste le iba acorralando más contra el colchón. Sintió que le mordía los labios antes de separarse de ellos y bajar hasta su cuello. Notaba cómo le olía profundamente antes de lamer su piel. Y la sintió: la dureza de Remus apretándose contra la suya. Volvió gemir, provocando que Remus moviera la cadera contra él. Tras eso, las manos que había sobre su cuerpo vagaron hasta su cintura y Remus se separó, poniéndose de rodillas en la cama. 

 

Remus observó un momento a Sirius: tenía el pelo alborotado y desperdigado por la almohada, los labios hinchados y abiertos respirando con dificultad, las piernas separadas y la mirada llena de deseo. Envalentonado por saber —o querer creer— que ese deseo lo estaba provocando él y no el alcohol, se inclinó de nuevo. Esta vez atacó su estómago, mordiendo y lamiendo sin mucha delicadez mientras los dedos tiraban hacia abajo de la goma del slip. Sirius levantó el culo de la cama y pronto la pieza de ropa volaba hacia el suelo después de que Remus la hubiera tirado por encima de su hombro. 

 

Siguió bajando, acariciando los rizos del pubis de Sirius con la nariz. Si el aroma general de Sirius le encantaba, éste en particular le volvía loco. Lamió su ingle antes de dirigirse a la polla que ya se alzaba orgullosa y henchida, como su dueño. Pasó los brazos por debajo de los blancos muslos del moreno para que no se le escapara y engulló la dureza hasta el final. La espalda de Sirius se arqueó a la vez que llevaba las manos al pelo castaño y enredaba los dedos entre las hebras. 

 

Sirius había cerrado los ojos, concentrándose extasiadamente en la sensación de la boca de Remus alrededor de su polla. Ninguna chica le había hecho una mamada como ésa. ¡Qué coño! ¡Nunca le habían hecho una! Siempre salían con excusas del tipo «eso no lo hacen las señoritas», pero Remus estaba ahí, lamiéndole desde la base hasta la cabeza, jugando con su hendidura antes de volver a comérselo entero. Le notaba succionar con fuerza, apretarlo contra su paladar, tragarle. Sin saber cómo habían establecido un ritmo en el que uno empujaba dentro de la boca del otro y éste bajaba la cabeza hacia el encuentro con la polla que estaba saboreando. Al mismo tiempo las uñas de Remus se clavaban sobre los huesos de sus caderas. 

 

De repente todo se detuvo. Para desgracia de Sirius, Remus abandonó su polla. Pero el intervalo no duró mucho, porque rápidamente sintió la lengua en sus testículos antes de ser succionados al interior de la boca de Remus. 

 

—Sí —gimió ahogadamente, pidiendo más.

 

Y tuvo más. Remus le soltó y volvió a la carga repartiendo besos húmedos por todo su escroto hasta que, finalmente y ayudándose de la lengua, elevó sus huevos y coló la nariz debajo de ellos. 

Sirius descubrió el cielo cuando la lengua de Remus lamió todo su perineo hasta llegar a su ano. Sentía la lengua plana contra su orificio, llenándolo de saliva y apretando contra él hasta que se abrió paso. No pudo evitarlo: en ese instante quitó una de sus manos del cabello de Remus y la llevó a su entrepierna, apartándola mientras separaba más las piernas para darle mejor acceso a Remus.

Pero al lobo no le bastaba con eso. Se levantó una vez más, mirándole con el placer y el deseo resplandeciendo en sus ojos. Sólo le había visto los ojos de ese dorado brillante e intenso cuando estaba transformado y a punto de atacar. Ahora él era su presa, y que Salazar Slytherin se levantara de su tumba si él no deseaba serlo. 

 

Los movimientos fueron efectivos, las manos de Remus colocaron sin dilación a Sirius sobre la cama, poniéndolo a cuatro patas. Después se deslizaron por las nalgas y las separaron. Remus volvió a lamerle con ganas, dejando que esta vez su índice se colara por el musculoso anillo. Los dedos de Sirius se anclaron a la almohada con fuerza mientras su cadera se sacudía en busca de más. La lengua volvió a bajar a sus testículos y después, una mano de Remus se coló entre sus piernas y echó su polla para atrás. 

 

Remus volvió a tomarle en la boca, distrayendo a Sirius de la invasión de un segundo dedo. Los deslizaba dentro y fuera, entrando cada vez más. Los curvó y tocó la hinchada próstata de Sirius, consiguiendo que éste gimiera más alto y moviera más las caderas. Ya lo había preparado para tenerlo donde lo quería, donde siempre lo había deseado.

 

Extrajo los dedos y sin sacar la polla de su boca rompió los calzoncillos. Sirius escuchó el rasgar de la tela, sabía lo que eso significaba, pero le daba igual. Nunca había imaginado que Remus pudiera ser así de fogoso, estaba dispuesto a disfrutarlo... y si para volver a sentir el placer que le embriagó, cuando Remus tocó algo dentro su culo, tenía que dejar que una polla le ensartara por primera vez en su vida, lo haría. Por Merlín, Morgana y Godric resucitados, que lo haría. 

 

Y lo hizo. Mordió la almohada al sentir algo más grueso que dos dedos entrando en su interior. Sentía todo el peso de Remus en su espalda, por lo que se desplomó sobre la cama con el culo alzado mientras Remus le lamía el cuello y le susurraba al oído que estuviera tranquilo, que todo pasaría pronto, regalándole besos entre palabra y palabra. 

 

Poco a poco los movimientos se fueron acelerando. Los brazos de Remus se apoyaron en la almohada, junto a los de Sirius, y éste no dudo en agarrarse a ellos mientras sentía cómo le embestía con más fuerza cada vez. La lengua de Remus hacía maravillas en su cuello, pero él quería más, así que giró la cabeza.

 

—Bésame —pidió entre jadeos. 

 

Su deseo fue concedido. Remus volvió a atacar su boca, llegando cada vez más al interior del culo que tanto le apretaba. Se deshizo del agarre que Sirius tenía en su muñeca derecha y llevó la mano a la entrepierna que se balanceaba abandonada al placer. 

 

Sirius gimió dentro del beso. La fuerte mano se movía al ritmo de las embestidas y ya no sabía qué hacer. Movía su cadera al compás que marcaba Remus, echaba el culo para atrás cuando la polla salía de su interior y embestía contra el puño que le envolvía cuando volvía a tenerla dentro. Llevó su mano libre hacia el pelo castaño, volviendo a acariciarlo, consiguiendo así que Remus se descontrolara. Tras unas embestidas que acabaron con Sirius totalmente echado en la cama, Remus se corrió en su interior. Pero aún no había acabado: Sirius no se había corrido y quería que lo consiguiera.

 

Se deslizó por su cuerpo, besando y mordiendo la piel que encontraba a su paso hasta llegar a su culo. Con una mano separó las nalgas y volvió a enterrar la cara. Lamió el semen que escurría por el ano de Sirius, insinuó una nueva penetración con la lengua sin dejar de masturbarle más rápido y fuerte, hasta que sintió el músculo cerrarse con fuerza y espasmódicamente contra su lengua a la vez que notaba cómo su mano se humedecía. La sacó de debajo del cuerpo exhausto que tenía delante y la limpió con la lengua. Tras eso, se tumbó sobre él, arrastrando las sábanas y mantas, en un claro gesto posesivo y protector. 

 

Remus se despertó temprano, como acostumbraba, sin importar la hora a la que se hubiera dormido. Sentía el desnudo cuerpo de Sirius debajo, y todo lo ocurrido la noche anterior le vino a la mente. Acarició la mejilla rasposa y depositó un beso en ella antes de levantarse. 

 

Sirius se levantó pasado el mediodía. Durante toda la mañana, Remus había estado planteándose los posibles escenarios que podían darse: que Sirius actuara como si no hubiera pasado nada, que le reprochara lo de la noche anterior, que discutieran y le echara del piso... Lo que no imaginó es que Sirius apareciera desnudo por la cocina, le abrazara por la espalda y le besara en el cuello tras darle los 'buenos días'. Supuso que la situación sería incómoda, pero no lo fue. Simplemente se sentaron en el sofá a comer, con Sirius diciendo las boberías de siempre.

 

Esa vez, fue Sirius quien se tumbó sobre Remus para una siesta, alegando que la manta que le había cubierto por la noche era muy pesada y que ahora le apetecía un soporte blandito. Pero no podía durar, y por la tarde, después de que Sirius preguntara por Peter y de que le respondiera que no sabía nada de él desde hacía tiempo, Sirius se fue de casa sin decir nada. 

 

Era noche de luna llena, así que partió hacia Hogwarts para ir de allí a La Casa de los Gritos y resguardarse. Tenía una sensación incómoda. Al amanecer, Dumbledore estaba allí, esperando a que volviera a ser humano para contarle las últimas noticias: James y Lily habían fallecido. El traidor era Sirius, que había matado a Peter esa misma mañana, ocasionando además una pequeña masacre muggle al intentar matarlo. 

 

Remus no quiso creerlo. No podía ser. Era imposible. Pero Dumbledore, que siempre le veía el lado bueno a las cosas, le dijo que «al menos, Voldemort ha desaparecido». Pero eso no le consolaba. 

Doce años más tarde, cuando ya había asimilado la traición de Sirius y la muerte de sus mejores amigos, cuando su lobo ya no lloraba tanto por la pérdida de su pareja, recibió la noticia de que Sirius había conseguido huir de Azkaban junto con la propuesta de ser el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Después de tantos años, podría volver a ver a Harry, aunque tuviera que comportarse sólo como su profesor. Eso le alegró mucho, aparte de que su problema peludo le impedía conseguir un trabajo decente, y éste lo era. 

 

El año no fue fácil: dar clases a alguno de los cursos era muy complicado, Sirius se había adentrado al menos una vez en el castillo, por lo que Dumbledore estaba de los nervios aunque se resistiera a aparentarlo, y Snape... bueno, Snivellus era Snivellus y eso no podía cambiar con el paso de los años. Seguía detrás de él, siempre vigilándole y dejando caer malintencionados comentarios delante de cualquiera que quisiera oírlos, especialmente si era Dumbledore.


Pero aquella noche, cuando vio en el mapa los nombres de Peter y de Sirius, casi se volvió loco. Incluso su lobo interior hizo una pequeña retirada —pero sólo justo hasta que apareció la luna llena— para dejar que el humano arreglara el asunto. Tras el ajetreo y la huída de Sirius con la ayuda de Harry y que un despechado Snivellusdejara caer casualmente que era una hombre lobo en la sala común de Slytherin, no le quedó otra que marcharse de nuevo del colegio. Pero esta vez, era feliz. Sirius no había sido el culpable de la muerte de James y de Lily, aunque admitió que la desconfianza admitida por Sirius hacia él le había producido cierto resquemor. 

 

No pudo vengarse de eso hasta un año después, cuando decidieron usar la casa de Sirius como base para la Orden. Sirius no dudó ni un sólo momento en invitarle a instalarse con él. «Será como en los viejos tiempos, Lunático y Canuto en su piso de solteros, sólo que ahora no es un piso, sino una mansión». Había vuelto a caer en las redes de Sirius, aunque no desaprovechó una de las noches que estaba en la biblioteca leyendo y Canuto estaba tirando ante el fuego de la chimenea. Se cobró la desconfianza dándole con un periódico en el hocico. 

 

El perro sólo le miró lamiéndose la parte golpeada antes de subir al sofá y tumbarse a su lado, apoyando la cabeza en su regazo. Horas más tarde, cuando se iba a su dormitorio, Canuto entró detrás de él y una vez en la habitación, se transformó en un desnudo Sirius.

 

—Rem, tenemos que hablar. Quería disculparme, sé que no estuvo bien no confiar en ti...

 

—No pasa nada. Estábamos y estamos en guerra. Teníamos a un topo, así que era lógico pensar que podía ser cualquiera. —Mientras hablaba, cogió una túnica del armario y se la tendió a Sirius — Anda, tápate.

 

Sirius lo miró con esa sonrisa.

 

—¿Por qué? La última noche que pasamos juntos no me lo pediste.

 

—Sirius... por favor... ha pasado mucho tiempo y... —Remus no sabía cómo continuar. Tampoco pudo, porque Sirius se había acercado a él y le estaba besando. 

 

Cuando se separaron, el heredero de los Black le encaró.

 

—Nunca había estado con un hombre. Y me gustó. ¿Vas a decirme ahora que todas esas veces que me mirabas con hocico de lobo degollado me lo imaginé? ¿Que no te gustaba? 

 

—Sirius...

—Ya sé que ha pasado mucho tiempo, que tal vez esta conversación ahora no tenga sentido, pero aún así, la vida me ha dado una segunda oportunidad y quiero aprovecharla. Quiero estar contigo, si tú quieres.

 

Remus le besó. Y Sirius no salió de allí hasta el día siguiente. 

 

A pesar de las misiones y de las veces que Remus tuvo que alejarse de Grimmauld Place para infiltrarse entre la manada de Greyback, siempre volvía a casa. A su casa. Porque esa vieja mansión destartalada se había convertido en su hogar, donde su pareja le esperaba. Había conocido a gente nueva, como a Tonks, que era como Sirius pero en chica, sin ese aire chulesco que tanto le caracterizaba y torpe, muy torpe. Incluso en el olor eran muy parecidos. 

 

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Pero ahora, Sirius ya no estaría allí para esperarle y él seguía sentado en la cama de su antiguo amante, llorando. 


No supo cuándo había llegado Tonks, ni el tiempo que estuvo allí en silencio viéndole llorar. Se percató de su presencia en la habitación por el olor que desprendía la joven y porque estaba ante él. Le había puesto una mano en el hombro para llamar su atención. Alzó el rostro y la miró, para después abrazarla y apoyar la cabeza en su estómago.


Ella le abrazó de vuelta y acarició su pelo, calmándolo como muchas veces había hecho Sirius.

Cuando alzó el rostro, ella se inclinó y le besó tímidamente. Sus labios eran parecidos a los de Sirius, pero no era él. Aún así, se sentía tan sólo que se dejó hacer.


—Nos esperan abajo —dijo la joven, tendiéndole la mano. 


Remus la miró un momento y la cogió. El aroma que desprendía la muchacha volvió a golpearle en la nariz. Y tuvo una descabellada idea. Una idea de las de Sirius. Había aprendido mucho de ese viejo perro. Sabía que los Black tenían cierto grado de locura, sólo tenía que averiguar hasta dónde llegaba la de Tonks, porque por mucho que tuviera el apellido de un nacido de muggles, no dejaba de ser una Black. 


Sí, si jugaba bien sus cartas, Sirius volvería a compartir muchas noches de pasión con él. Sólo tenía que hacer lo mismo que habían hecho con él: aprovechar la oportunidad que se le presentaba y jugar con la atracción que ejercía sobre ella. 


Siempre estarás conmigo, fue lo que pensó mientras bajaba las escaleras detrás de la joven.

 

 

 

FIN

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