Desde el más allá

Beta: Rowena Prince

Revisión: Silvara Severus y Camila_007

Reto: Halloween 2011. Poner las siguientes palabras: sangre, esqueleto, murciélago, fantasma, calabaza.

Clasificación: R

Género: Terror.

Disclaimer: Pues aquí meten muchos la mano. Harry Potter, Severus Snape y su mundo mágico pertenecen a JK Rowling. Hay una frase que pertenece al doblaje en español de la película 'Lady in white', conocida también como 'El misterio de la dama blanca', de la productora New Sky Productions. Finalmente, la adaptación de la canción infantil inglesa 'Ten little indians' pertenece a la novela 'Ten little niggers' (Diez Negritos) de Agatha Christie.

 


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Una noche más, Harry daba vueltas en la cama sin poder dormir. Llevaba ya tres años con esa incómoda rutina: se metía en la cama muy cansado, empezaba a moverse entre las sábanas sin encontrar una postura cómoda y, finalmente, conseguía dormir apenas un par de horas antes de levantarse para vagar durante todo el día como un alma en pena.


No podía sacar de su mente el pensamiento que le acompañaba desde hacía tanto tiempo: Ginny no está conmigo. Era entonces cuando otra voz aparecía en su cabeza, diciéndole que fuera sincero consigo mismo, que su matrimonio con ella no había sido tan perfecto como todo el mundo parecía pensar y que, tarde o temprano, se terminaría. Desde luego, hubiera sido mejor que terminara de mutuo acuerdo, no por el fallecimiento de su esposa durante el partido de exhibición del aniversario de Las Harpías de Hollyhead, equipo en el que jugaba. ¡Joder, no tendría que haber jugado ese partido! No con los casi siete meses de embarazo que tenía. Pero el entrenador había insistido tanto y ella le había mirado con los ojos castaños ilusionados para decirle “Sólo este partido y me cojo la baja por embarazo”. Efectivamente, había sido el último.


Después de eso, Harry no había sabido cómo reaccionar. Permaneció casi en silencio durante días, apenas hablaba para decir 'sí', 'no', 'gracias', 'lo siento tanto, Molly', y otras variantes. Su cuerpo había estado presente en el entierro, pero no su mente que se mantenía muy alejada del cementerio del Valle de Godric. Se dejó llevar por su familia, que era la de ella, hasta La Madriguera, donde pasó unos días. Los suficientes hasta que reunió el valor necesario para ser capaz de ir a su propia casa. Rápidamente, su hogar se había convertido en su martirio. Todo le recordaba a ella y era absolutamente incapaz de mirar cualquier objeto personal de Ginny, mucho menos aún de hacer la 'limpieza' que se suponía que debía hacer. Aún así intentó volver a la rutina y la mejor forma era reincorporarse a su puesto como auror.


Sin embargo, ya no era el mismo y eso se notaba en todas las facetas de su vida. Sobre todo en el trabajo, donde no paraba de meter la pata una y otra vez. En la misma semana, había etiquetado erróneamente las pruebas de dos casos (por los que la investigación de ambos había tenido que volver a comenzar desde el principio), la redacción del informe de otro había sido insuficiente, dejándose detrás las conclusiones de un especialista de maldiciones del departamento de Misterios (por lo que el acusado quedó libre) y había estado a punto de golpear a un sospechoso en un interrogatorio. Todo eso, después de que le encargaran trabajo de oficina por apuntar mal en una redada y hechizar a un compañero en vez de al sospechoso al que perseguían.


Cuando el jefe de su departamento lo mandó llamar a su despacho, Harry lo tenía decidido. No quería seguir como auror así que presentó su dimisión irrevocable. El jefe Johnson no quiso cogerla, sólo estaba dispuesto a aceptar que Harry cogiera una baja voluntaria hasta recuperarse de sus pérdidas. Al final, tuvo que presentarle la instancia al propio Ministro para que fuera aceptada.


Tras eso volvió a casa, pero ésta se le echaba encima cada día más, aunque a la vez era incapaz de irse a La Madriguera o a casa de Ron y Hermione. No quería saber nada de nadie, sólo deseaba estar a solas con sus recuerdos a pesar de ser consciente de que no podía seguir así. Libraba una batalla continua consigo mismo que, desgraciadamente, estaba perdiendo. Lo peor era que parecía no importarle. Acabó cerrando la red flu para que su familia dejara de entrometerse en su casa y su vida. Tomó esa drástica decisión después de que Hermione, Ron y Molly invadieran su casa y le obligaran a darse una ducha (llevaba varios días sin asearse) con su amigo metido en el baño con él para asegurarse de que lo hacía, mientras las mujeres se encargaban de la casa. Cierto era que debía agradecer que Molly también cocinara puesto que apenas había probado bocado desde la muerte de Ginny. No le pasó desapercibido que la única habitación donde no se habían atrevido a entrar era la que estaba junto a su dormitorio, la que estaba destinada para su pequeña Lily, la hija que ya no vería nacer.


Recordaba el momento en el que decidieron tener un hijo tras una gran pelea. Una de las tantas que habían tenido hasta entonces y de las que Harry ahora se sentía más que culpable. Habían contraído matrimonio muy pronto, apenas un mes después de que Harry venciera a Voldemort, como intentado recuperar la normalidad de sus vidas de manera rotunda. Tal vez, para traer algo de alegría tras tanta muerte. Y, seguramente, no había sido la mejor decisión que podrían haber tomado. Eran unos niños que se pensaban adultos tras todo lo vivido, pero les quedaba mucho camino por recorrer. Pronto, Ginny descubrió que Harry no era como ella pensaba: sí era valiente, divertido y alegre (al menos de cara al exterior), pero también demostró que no tenía tanta iniciativa propia, que se dejaba manipular y guiar fácilmente, y que solía tender a estar en silencio, sumido en sus pensamientos, mientras se autocompadecía por todo lo que había ocurrido en la guerra. En más de una ocasión, en pleno ardor de la discusión, Ginny se lo había echado en cara, diciéndole que jamás había pensado que Harry Potter no fuera más que un pelele.


Por su lado, Harry había descubierto que Ginny era más mandona y tenía más mal carácter de lo que parecía, aunque también podía ser que su esposa pasara desapercibida entre la algarabía de todos los Weasley y que, por ello, no se hubiera dado cuenta antes. El peor descubrimiento había sido el de la atracción sexual, concretamente, la nula atracción sexual hacia ella. Y darse con esa realidad de bruces fue horrible ya que llevaban un par de años casados, en los que prácticamente no se veían: durante su primer año Ginny aún estaba en Hogwarts (lo que le costó que acabara sus estudios) y él estaba metido en los entrenamientos como auror. Después de eso, Ginny empezó los propios con Las Harpías y tampoco se vieron mucho. Para el tercer año, apenas pasaban tiempo juntos y Harry ya se había percatado de sus auténticas inclinaciones gracias a un compañero de trabajo. Sí, la única vez que se había acostado con Jeff superaba enormemente todas las relaciones que había mantenido con su esposa. Relaciones que fueron volviéndose más esporádicas con el tiempo y, obviamente, las peleas con ella se hicieron más constantes debido a esa inapetencia del joven.


Pero Harry debía hacer lo que se esperaba de él: ser un buen auror, un ejemplo para la sociedad mágica y formar una feliz, grande y bonita familia. Lo que más le gustaba del plan era la última parte, así que cuando Ginny le propuso tener un hijo, aceptó de inmediato. Nunca fue agradable para él recordar a Jeff mientras practicaba sexo con su esposa, pero era la única forma de excitarse que encontraba. Para su cuarto año, ya venía una nueva Potter en camino... pero Ginny seguía siendo Ginny sólo que más alterada. Las hormonas hacían estragos en la joven, que seguía con su entrenamiento de buscadora sin escuchar los consejos de su madre o las peticiones de su marido de abandonarlos. Luego, estaban los llantos que la aquejaban de forma repentina y que la llevaban a reclamarle a su esposo cualquier cosa. Y por supuesto, los intentos de seducción por parte de ella y que eran un auténtico suplico para él. No, Harry no había sido feliz en los últimos meses de su matrimonio. E incluso puede que no lo hubiera sido nunca.


Tras volver a su aislamiento, la basura, el polvo, los restos de comida y las cartas volvieron a amontonarse por toda su casa. Se le hacía cuesta arriba ponerse a limpiar y como mucho, una o dos veces a la semana fregaba los platos o sacaba la basura cuando salía al mundo muggle a por comida precocinada. La mala alimentación se le notaba y cada vez estaba más delgado, pálido y ojeroso. Sólo deseaba dormir para vivir en sueños aquellos tiempos en los que la vida no era tan complicada, o por lo menos aquellos en los que no era tan consciente de todo lo que se le venía encima.


Una mañana, durante una de sus siestas matutinas, un cuervo negro se metió en su casa para dejarle correo. Por lo general, las lechuzas ya se habían acostumbrado a dejarle las cartas sobre una mesa, pero este animal no era así. Se despertó con los arañazos de la negra ave en sus manos, intentó apartarla de sí, impresionado por su fiero aspecto, pero seguía insistiendo. Como pudo se colocó las gafas y extendió una mano, donde el cuervo dejó un sobre con el sello de Hogwarts. Extrañado, había abierto la carta y se sorprendió al ver la firma de Severus Snape.


Severus.


En la que era su cama desde hacía algo más de dos años, Harry suspiró acomodándose de nuevo. Sacudió la cabeza una última vez en un intento de alejar todos sus oscuros pensamientos, pero no podía sacar a Severus de su cabeza ya que gracias a él su vida había cambiado.

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Llevaba unos meses viviendo en el castillo, desde el mismo día que había leído la carta enviada por el subdirector. En ella, se le ofrecía un puesto de trabajo, concretamente, el de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, porque había que hacer un ajuste entre el personal.


Slurghorn había anunciado su segunda jubilación como maestro –deseaba que esta vez fuera irrevocable– y por lo tanto el colegio volvía a quedarse sin alguien que impartiera Pociones. La solución acordada por la directora y el subdirector consistía en que éste volviera al puesto que había ejercido al incorporarse al plantel docente tras la primera jubilación de Slurghorn, y encontrar un nuevo profesor para Defensa. Ambos sabían que sería más fácil encontrar a alguien para esa materia que para Pociones.


Algo le había impulsado a ir al colegio para ver qué tenían que ofrecerle y le había gustado: impartir esa asignatura, vivir en el colegio, un sueldo normal pero que le daba para cubrir sus gastos diarios... y sobre todo, un cambio en su vida. Así que rápidamente se incorporó para ejercer de ayudante de Severus y aprender alguna técnica docente. Se había incorporado al curso a finales de abril y había pasado al menos una semana con cada profesor, viendo como actuaba cada uno. Para el siguiente curso sería profesor titular de su asignatura, Snape se encargaría de pociones y Slurghorn estaría en algún lugar que a Harry no le importaba.


No era tonto y sabía cómo le miraban profesores y alumnos: con lástima. Y Minerva, Pomona y Poppy no paraban de machacarle para que se alimentara mejor y se cuidara un poco. La enfermera incluso se había tenido la desfachatez de sugerirle algún tratamiento a base de pociones para mejorar su estado de ánimo, pero él lo había denegado con educación.


Pasaba los ratos libres en su dormitorio, estudiando el temario que Snape le había entregado. Al fin y al cabo era lo que Harry debía enseñar a los alumnos cuando empezara su trabajo real. Rara vez iba a la sala de profesores e interactuaba poco con el resto de los adultos del castillo y, afortunadamente, nadie había sacado el tema de su difunta esposa después de que él mostrara no estar muy cómodo cuando Minerva le dio el pésame en su entrevista. Le costaba esquivar a Hagrid, quien no paraba de invitarle a la cabaña a tomarse algo y por mera educación había asistido alguna que otra vez. Con el resto de los profesores era medianamente capaz de mantener alguna conversación civilizada, pero no era ni de lejos la mejor compañía. Todos sabían que no estaba pasando por un buen momento e intentaban hacerle las cosas más fáciles, pero cuanto más lo intentaban, más huía Harry de ellos. Sin embargo, seguían haciendo sus pequeñas intentonas, supuestamente por la salud del que fue su alumno años atrás. Como cuando se enteró que en las cocinas tenían la orden de mezclar pociones nutricionales en los zumos de calabaza y comidas con salsa del joven en pequeñas dosis para que no lo notara.


Aún así, Harry seguía vagando por el castillo como alma en pena y ni siquiera la visita de la familia de su esposa, avisados de que 'Tío Harry está en el castillo' por los más jóvenes del clan, había servido de mucho, excepto para hacer que él quisiera alejarse más.

Por las noches daba grandes paseos por los terrenos para intentar agotar más su cuerpo y caer como un tronco en la cama, pero le resultaba casi imposible. Fue en una de esas caminatas que todo cambió para él. Al salir por la puerta del castillo tras la cena, se encontró a Severus.


Le estaba esperando –dijo el hombre con su voz grave–. Me gustaría hablar con usted, pero en un sitio más discreto, ¿sería tan amable de acompañarme?


Teniendo en cuenta que era la primera vez que el hombre se dirigía a él para algo no relacionado con las clases, decidió que lo mejor sería seguirle.


Por supuesto –respondió tras un primer momento de vacilación.


Juntos, hombro con hombro, caminaron en silencio, guiados por Severus hasta un pequeño embarcadero que había cerca del lago. Harry subió a la barca que había allí, ayudado por su antiguo profesor, que había extendido una manchada y áspera mano hacia él. En cuanto se sentaron en los húmedos asientos del bote, éste comenzó a moverse para llevarlos a una pequeña isla situada a una distancia considerable desde el borde del lago.


Harry no sabía qué pensar de todo eso. ¿Para qué le llevaba Snape a la tumba de Dumbledore? Porque no había que ser muy listo para saber a dónde se dirigían. Es más, el sepulcro blanco podía verse desde la orilla, rodeado por algunos árboles en el centro del islote. Harry se abrazó a sí mismo para resguardarse de la humedad y se frotó los brazos con las manos para entrar en calor. El trayecto no duró mucho y en cuanto el bote llegó a su destino ambos hombres se bajaron de él. Apenas caminaron unos minutos hasta llegar al monolito marmóreo.


Imagino que se estará preguntando el motivo por el que le he traído hasta aquí para hablar, en vez de ir a su despacho o al mío. ¿Me equivoco?


No, no se equivoca, señor –respondió Harry con un tono de voz sumiso que jamás había empleado para hablarle a Severus, ni siquiera cuando era alumno.


El hombre se acercó hasta la tumba y la acarició lentamente, antes de volverse a mirar al joven que le acompañaba.


Llevo tiempo observándote, Harry...


¿Harry? –preguntó extrañado y a la defensiva–. Siempre me ha llamado por mi apellido.

Severus estiró los puños de sus mangas con parsimonia antes de continuar.


El tipo de conversación que pretendo mantener contigo es demasiado personal como para llamarte por tu apellido. Es también la razón por la que te he traído aquí. El castillo tiene ojos y oídos por todas partes.


Harry se cruzó de brazos.


¿Y sobre qué quieres hablar conmigo, Severus? –preguntó con cierto retintín.


El otro hombre respiró hondo.


Hace mucho tiempo alguien hizo algo por mí que considero que ahora mismo necesitas que alguien haga por ti. –Se acercó a Harry lentamente mientras hablaba.


Durante unos instantes ambas miradas se enfrentaron duramente hasta que, en un rápido movimiento, Severus abrazó a Harry por sorpresa. En un primer momento el joven intentó zafarse del agarre, pero sólo consiguió que el otro apretara con más fuerza.


Sshhh –susurró en el oído del joven–. Ya va siendo hora de que llores su muerte.


Harry se quedó quieto cuando le escuchó, inclinó la cabeza despacio hasta apoyarla en el pecho de Severus y asió la túnica firmemente. Y por primera vez, en más de seis meses, lloró por la pérdida de Ginny y de su hija. Notó cómo su antiguo profesor le quitaba las gafas y le ayudó, separando levemente la frente de su pecho. Poco después, una mano grande se enredó en su cabello.


No supo cuánto tiempo estuvo abrazado a él llorando, sólo que cuando acabó de hacerlo, ambos estaban sentados en el suelo. Severus tenía la espalda apoyada en el mármol y él estaba entre las piernas del hombre, que seguía acariciando su pelo y su espalda.


¿Mejor? –le preguntó, devolviéndole las gafas.


Harry las cogió con una mano mientras con la otra se limpiaba las mejillas.


Sí, gracias. –Se colocó las gafas y le miró con curiosidad–. ¿Por qué... –No sabía cómo acabar la pregunta.


¿Por qué he hecho esto? –Harry asintió y se sentó a su lado–. Viste mis recuerdos en la casa de los gritos, así que sabes que estaba enamorado de tu madre. Siempre he sido una persona muy solitaria y poco propensa a exteriorizar mis sentimientos. Nadie se dio cuenta de que tras lo ocurrido en la casa de tus padres, yo había dejado que de ser el que era. Tenía lo que los magos conocen como tristeza crónica y que los muggles llaman depresión.


Severus se removió y estiró las piernas sobre la tierra. A su lado, Harry le escuchaba en silencio, sin atreverse a interrumpirle.


>>Un día, Albus me llamó a su despacho y me abrazó, como yo he hecho ahora contigo. Y como tú, lloré durante horas. Después de eso no fue fácil, pero poco a poco comencé a sentirme mejor. Sé que puede ser imposible de creer, pero sólo date tiempo. El dolor seguirá ahí pero no será tan intenso.


Harry le miraba sorprendido, pero estaba seguro de que había algo más detrás.


Eso es muy bonito –dijo irónicamente–, pero no explica del todo el motivo por el que tú, que sólo me protegiste porque se lo prometiste a Dumbledore, intentes ayudarme ahora.


Tú lo has dicho: cuando eras un niño te protegí porque se lo prometí a Albus y también por respetar el recuerdo de tu madre. Pero no todo fue por eso. Ya sabes que cuando ocurrió lo de tu primer partido fue para pagar una deuda que había adquirido con tu padre. Esta vez, la deuda que pago es contigo por salvarme en la casa de los gritos. –Le miró en silencio durante un momento antes de añadir–. Además, tú y yo somos muy diferentes. Yo siempre he sido un solitario pero tú no, y estar así no es tu forma de ser.


Tras esas palabras, Severus se levantó y le tendió la mano para ayudarle. Harry aceptó su ofrecimiento con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios. La primera de muchas.

Esa noche todo cambió entre ellos, forjándose una amistad que jamás pensaron que pudieran llegar a compartir.

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Harry abrazó la almohada. Estaba en ese justo momento en el que no estaba despierto pero tampoco dormido. Estaba en ese instante entre la consciencia y la inconsciencia, cuando, de pronto, escuchó la voz de una niña que cantaba.


–Al pasar la barca me dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero. Yo no soy bonita ni lo quiero ser, tome usted los cuartos y a pasarlo bien.


Abrió los ojos sobresaltado justo cuando una risa infantil se extendía por su habitación. Su corazón latía a toda prisa y respiraba con rapidez. Tragó saliva, asustado. Estaba sudando y temblando. Se dio la vuelta en la cama y miró el reloj que tenía en la mesilla. Eran las seis y media de la mañana y faltaba poco para que el hechizo despertador sonara, así que lo desactivó y se fue al baño, aún tiritando.


Se lavó la cara y se miró al espejo. Tenía que estar volviéndose loco. No era posible que hubiera escuchado a una niña cantando en su cuarto. Negó con la cabeza observando su reflejo y se metió en la ducha, dispuesto a comenzar un día más de su vida.


Las clases del día transcurrieron sin ningún percance preocupante, a pesar de lo despistado que estaba Harry. Más de una vez se quedó en blanco durante las lecciones, sin saber de qué estaba hablando o sin ser capaz de responder a las preguntas de alguno de sus alumnos. Pero no sólo se mostró mentalmente ausente durante las horas lectivas: en las comidas apenas habló con nadie, volviendo a comportarse igual de retraído y cabizbajo que en sus primeros meses en el colegio. No le apetecía hablar con nadie, así que respondía con vagos monosílabos (o incluso con algún gruñido extraño) a las pocas preguntas de sus compañeros.


Y todo porque era incapaz de saber si la voz y la risa infantil que le había despertado era el producto de un sueño o si era real. De nuevo estaba dividido: una parte quería que fuera un simple sueño, pero la otra deseaba que no lo fuera. De ser producto de una imagen onírica, significaría que estaba fantaseando con lo que jamás tendría. Pero si no lo era, ¿qué había sido? Seguramente una broma de muy mal gusto. La cuestión era averiguar quién había sido el autor.


Rato después de la cena y de su paseo nocturno, estaba sentado en una de las sillas que tenía Severus en el salón de su dormitorio. Ambos tomaban una copa tranquilos mientras jugaban una partida de ajedrez que Harry perdía estrepitosamente.


–¿Qué te pasa, Harry? –preguntó usando el nombre de pila que sólo usaba en privado.


El joven miró a su antiguo profesor.


–Nada –respondió tranquilamente, tras darle un sorbo a su vino de elfo.


Severus le miró fijamente, clavando la negra mirada sobre él.


–No te creo, pero supongo que ya me lo contarás cuando te sientas preparado. No obstante, si tu juego va a continuar tan patético, será mejor dejarlo. –Ofreció amablemente.


Harry sonrió.


–Está bien, te lo contaré. –Se levantó de la silla y fue al mueble bar a coger la botella de vino. Luego se dirigió al sofá y con un gesto invitó al hombre a sentarse a su lado.


Notaba el escrutinio al que le sometía Severus, pero ya no le ponía nervioso. Después del abrazo compartido tiempo atrás ante la tumba de Dumbledore, ambos hombres habían pasado mucho tiempo juntos y se habían conocido mejor. Harry había acabado por acostumbrarse a los silencios de Severus, y no sólo eso, sino que también los disfrutaba. Adoraba tomarse una copa con él mirando el fuego. Otras noches jugaban al ajedrez, como en esa ocasión y, a pesar de que su estrategia siempre había sido nefasta, nunca tanto como en esos momentos. Y también había habido conversaciones y confidencias más o menos íntimas en los instantes en que alguno de los dos lo había necesitado. Y ahora, lo necesitaba.


–Soy todo oídos –dijo Severus tras sentarse.


–Me han gastado una broma de muy mal gusto. –Severus alzó la ceja y Harry bufó –. Hablo en serio, Severus.


–Y, ¿qué te han hecho? ¿Han soltado en clase unos fuegos artificiales de los Weasley? ¿Una bomba fétida? ¿Alguna poción de amor en la bebida? –Destilaba ironía en cada palabra y Harry supuso que era porque Severus sólo consideraba que una broma de mal gusto sólo podía provenir de un merodeador.


–Las pociones sólo me las ponen los elfos... por orden de la directora, la prescripción de la enfermera y la elaboración del maestro de pociones –respondió Harry molesto.


–Come un poco más, duerme mejor y las mujeres de este castillo dejarán de preocuparse por tu salud y entrometerse. – Se encogió de hombros –. Además, las dosis han bajado, no sé de qué te quejas.


Harry respiró hondo.


–Mira, no voy a volver a discutir contigo sobre ese tema.


–No tendríamos que hacerlo si me hicieras caso. Solo te pido que durante una semana te tomes unos viales de dormir sin sueños. Hay una nueva fórmula, con mayor cantidad de sangre de murciélago y menor de valeriana y belladona, lo que hace que no sea tan adictiva.


–No quiero, y se acabó el tema –dijo tajante.


Harry frunció el ceño y miró al fuego con un gesto muy serio. Por el rabillo del ojo pudo ver cómo Severus se encogía de hombros y bebía de su copa. Pasaron varios minutos antes de que el joven se sintiera lo suficientemente menos molesto como para hablar.


>>No sé cómo lo han hecho, pero alguien entró a mi habitación y dejó un par de labios parlantes de una niña cantando.


Severus entrecerró los ojos.


–¿Y en qué te basas para pensar eso?


–Me desperté al escuchar a una niña cantando y riéndose.


–¿Encontraste los labios parlantes?


Harry lo pensó un momento. No, no había buscado el producto de Sortilegios Weasley más reciente y que hacía furor entre la juventud. Uno de los objetos que habían desarrollado después de las orejas extensibles y que era una mezcla de éstas y los howler. Con la apariencia de unos labios pequeños, se podía grabar cualquier mensaje en él y después hechizarlo para que llegara al destinatario.


–No.


–¿Entonces?


–Estoy seguro de que...


¿No estarías soñando? –le interrumpió, ganándose una mirada enfadada de Harry –. Dices que te has despertado escuchando una voz de niña. Piénsalo, puede que fuera un sueño.

–No me crees. –Aseguró el joven levantándose, dispuesto a marcharse.


Severus le cogió de la mano para evitar esa retirada a la vez que se ponía en pie también.

–No es que no te crea, pero pienso que lo más lógico es que lo estuvieras soñando y no que alguien te ha gastado una broma pesada. – Severus pareció dudar, pero continuó hablando –. Faltan dos semanas para Halloween.


Derrotado, Harry se acercó más a él sin soltar su mano.


–¿Crees que puede ser eso? – Su voz había sonado débil, casi imperceptible.

Severus asintió en silencio. El joven de ojos verdes le miró desolado, antes de abrazarle tímidamente. Poco después, el abrazo fue correspondido.


–No pasará nada. Lo prometo.


Harry soltó un suspiro mientras una mano se perdía entre su revuelto cabello, despeinándolo aún más.


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El reloj marcaba las seis de la mañana. Era una buena hora para comenzar el día, por lo que se dirigió al baño. No había vuelto a escuchar ningún sonido infantil, así que mientras se duchaba comprendió que probablemente Severus tuviera razón. Bajo el agua caliente, su cuerpo se estremeció al recordar al hombre. Le costaba admitir que adoraba los momentos en los que había mantenido algún tipo de contacto físico con él, como el abrazo de noches antes. Escuchar el rítmico latir de su corazón y sentir la respiración golpeando suavemente su pelo. Sus grandes manos acariciando su cabeza... Y su cuerpo despertó, como hacía meses que no lo hacía. Desde antes de quedarse viudo sabía que su cuerpo sólo reaccionaba de esa forma ante el contacto de otro cuerpo masculino. Después del fallecimiento de Ginny, no se había vuelto a excitar, pero cada poco tiempo su cuerpo le pedía un desahogo. Desgraciadamente para él, ese desahogo solía darse cuando recordaba al hombre. Y no sabía cómo sentirse por eso.

Media hora más tarde, salió de su habitación en una de las torres para ir a dar un paseo a los terrenos. Iba por uno de los pasillos cuando escuchó unos pasos en un corredor cercano. Sin hacer ruido, fue hasta donde provenía el sonido al que ahora se le unían la risa de una niña y una pelota golpeando la pared.


Con una calma que no sentía, asomó la cabeza por una esquina del pasillo para encontrar solamente una bludger rebotando desde el suelo hasta el techo. Decepcionado, sacó la varita e inmovilizó la pelota. Se quedó mirándola con los brazos cruzados sin saber cuánto tiempo, pero debió ser mucho porque, sin que se diera cuenta, los alumnos empezaron a llenar los pasillos del castillo para dirigirse al gran comedor.


Sacudió la cabeza, pensando que eran tonterías suyas. Seguramente Peeves estaba haciendo de las suyas otra vez y ahora él era el blanco de sus bromas. Pero no iba a permitírselo. Esa tarde, buscó al Barón Sanguinario por las mazmorras del castillo sin éxito. Es más, si lo pensaba bien, llevaba días sin ver a ninguno de los fantasmas.


Extrañado, se fue a la sala de profesores antes de la cena, ya que sabía que sus compañeros se reunían allí. Tal vez alguno podría ayudarle. Al entrar en la estancia, se encontró con que sólo estaban Minerva y Pomona tomándose un té, así que se sentó con ellas. Las escuchaba hablar sobre la próxima fiesta de Halloween, más en concreto sobre la decoración que podrían esa noche.


–Filius podría encantar las calabazas, se le da muy bien –comentó Minerva.


–Sí, pero este año, Hagrid ha conseguido una gigante. Podríamos tallarla, ponerle velas dentro y colocarla en el vestíbulo principal. –Pomona dio un sorbo a su bebida–. Tal vez se la pueda agrandar un poco más, pero no creo que le haga falta.

Minerva rió.


–Desde que el ministerio lo absolvió y le concedió permiso para volver a tener una varita no para de hacer cosas de esas. Aún no entiendo como a Shackelbolt se le ocurrió devolvérsela.

Harry sonrió, volviendo a perderse en los recuerdos de su pasado. Tras la guerra hubo muchos juicios, la gran mayoría fueron públicos. Sin embargo, hubo otros que fueron privados en los que sólo estuvieron los miembros del Wizengamot, los acusados de turno y escasos testigos. Él había estado en todos: los de los Malfoy, el de Rodolphus Lestrange, el de Fenrir Greyback. A Narcissa y a Draco los dejaron el libertad, pero no a Lucius, quien fue sentenciado a cadena perpetua en Azkaban, incomunicado de por vida. A Rodolphus y a Fenrir se les sentenció a muerte por todos sus crímenes, a pesar de que el nuevo gobierno no creía en la pena de muerte y no estaba de acuerdo.


El juicio de Severus Snape fue extraño. Se hizo sin el acusado presente, ya que estaba convaleciente en una habitación de máxima seguridad en San Mungo. Y tuvo el testigo más extraño que alguien pudiera tener: el retrato de Albus Dumbledore. El testimonio del cuadro y los recuerdos que le había dado a Harry cuando pensaba que moría en la casa de los gritos –antes de que el joven usara la última botella de díctamo que tenía Hermione en su bolsito de cuentas y le metiera un bezoar en la boca –, fueron más que suficientes para que el profesor fuera declarado inocente de los cargos que se le habían imputado.


Y cuando Harry creyó que todos los juicios habían terminado y podría marcharse a su casa, cuando ya salía por la puerta de la sala, le volvieron a llamar. Apenas le hicieron un par de preguntas sobre lo que había pasado en su segundo año escolar, aquél en el que la Cámara de los Secretos había sido abierta y él había salvado a Ginny. Contó la verdad, que no había sido Hagrid quien abrió esa cámara en ninguna de las dos ocasiones y que en ambas había sido Voldemort. La cara de escepticismo de varios de los miembros del tribunal, le impulsaron a mostrar sus recuerdos con la ayuda del pensadero que había allí. Cuando los recuerdos terminaron, preguntó amablemente por qué se le hacían esas preguntas. Su única respuesta por parte del ministro fue 'Por nada realmente importante, Harry. Sólo queremos hacer justicia con todos los afectados por Voldemort'. Esa noche hubo una gran fiesta en La Madriguera, donde Hagrid mostró orgulloso su nueva varita flexible de sesenta centímetros, madera de roble y nervio de dragón.


–¡Harry! –La voz de la directora le sacó de sus pensamientos.


–Perdón, Directora. Estaba distraído.


Minerva y Pomona se miraron de una forma cómplice que no le pasó desapercibida.


–¿Y eso? ¿Te pasa algo?


–No, no...


–¿Seguro? –insistió la profesora de Herbología.


Harry se removió incómodo en el sillón, consciente de las miradas de los allí presentes. ¿Cuándo habían llegado Filius, Severus y Binns? Negó con la cabeza vigorosamente para despejarse.


–No duermo bien, eso es todo –respondió–. De todas formas, sí me gustaría saber si alguien sabe dónde están los fantasmas. Hace días que no veo a ninguno, exceptuando a... –Señaló disimuladamente a Binns, que flotaba sentado sobre una de las butacas.


–Imagino que estarán preparando el torturador número con el que nos obsequiarán en la fiesta –respondió Severus con su irónico tono mordaz tan característico en él, y que a Harry tanto le gustaba.


En ese momento, la puerta de la sala de profesores se abrió de golpe y una asustada Sybill entró corriendo, agitando los collares de cuentas que llevaba, haciéndolos tintinear de forma desagradable y enredándose con los chales que la cubrían.


–Esto no puede ser. Hay que recuperarlo... si no, no descansará en paz. Y hacerle una limpieza... ¡Pobre angelito mío!


La mujer se había dirigido al gabinete de bebidas y rebuscaba entre las botellas, desesperada.


Severus y Harry se miraron y el primero sonrió de medio lado. El segundo se llevó un cojín a la cara y mordisqueó una punta para no echarse a reír, mientras el resto miraba a Trelawney con gesto de cansancio. Mientras, la vidente seguía murmurando lo que parecían incoherencias.


–Quiere jugar, pero ya no puede... hay que ayudarla, o algo sucederá... y tengo que avisarle... sí... hay que avisarle...


–Sybill, ¿cuántos vasos de Jerez te has tomado hoy? –preguntó Minerva con un tono inflexible.


La profesora dejó de rebuscar entre el té y miró a la directora.


–¡Por favor! Sabes que...


–No mientas, Sybill. Todos conocemos tu afición al Jerez. –Ahí estaba Severus de nuevo.

Pronto comenzaron los reproches de los que estaban allí hacia Sybill. Más que reproches, eran consejos y ofertas de ayuda para superar su pequeña adicción a la bebida, sólo comparable con la de Albus a los caramelos de limón... o la de Filius a las pipas de burbujas de jabón... o la de Pomona a las infusiones de Verbena... Cada profesor tenía lo suyo y el más joven de todos no entendía esa costumbre de inmiscuirse en la vida de los demás.

Poco después, Harry decidió que, como la situación no iba con él, haría bien en marcharse para ir a corregir exámenes. En ese momento, Trelawney pareció darse cuenta de que Harry estaba presente pero con intenciones de irse. Corrió hacia él, agarrándolo de la túnica.


–¡Tienes que ayudarla! Te está llamando a ti. –Harry cogió las muñecas de la vidente e intentó que lo soltara ante la estupefacción de todos, incluido él mismo. El resto de profesores fueron hasta ellos para ayudarle, pero Sybill parecía haber perdido la escasa cordura que mostraba–. Quiere jugar contigo...


–Sybill, por favor, suéltame.


Pero la mujer sólo le agarraba con más fuerza. Las voces del resto de los presentes se entremezclaban con los gritos de Trelawney y los de Harry, que se asustaba cada vez más, intentado que lo soltara pero sin conseguirlo al igual que el resto.


>>¡Viene para llevarte con ella! –gritó la mujer con los ojos abiertos.


Harry la empujó con fuerza, consiguiendo que por fin el agarre terminara. La mujer no cayó al suelo porque Pomona y Minerva estaban justo detrás, pero eso no le importó al muchacho que salió de allí como una exhalación con el corazón en un puño.


Esa noche no bajó a cenar al comedor, prefirió quedarse en su dormitorio pensando en lo que le había dicho. No podía ser cierto, seguramente era alguna de las otras tonterías de la vidente. Ni siquiera era la primera vez que predecía su muerte: llevaba haciéndolo desde que el joven tenía trece años y de todas las maneras posibles. Desde una auténtica profecía hasta charlas banales, incoherentes y estrafalarias donde el joven moriría en la batalla, se caería por un puente o manos del Grim, el perro negro de la muerte. También había dicho, durante su quinto curso, que se casaría, viviría una larga vida rodeado de hijos y nietos y que moriría de viejo.


Era consciente de que no debía darle mucho crédito a las palabras de la mujer, pero de nuevo una voz interior le hizo recordar que había dicho dos profecías auténticas –siendo él testigo de una de ellas– y que también había pronosticado la muerte de Dumbledore a través de las cartas del tarot. ¿Y si esta vez también es cierto? No quería pensar en eso, sólo meterse en la cama. Se levantó del sofá dejando sobre la mesa el mismo examen que intentaba corregir desde que había llegado a sus aposentos.


Estaba terminando de ponerse el pijama cuando llamaron a la puerta. Al abrir, se encontró con Severus que llevaba en la mano un plato con un sandwich y un vaso de zumo. No pudo evitar sonrojarse.


–Tal vez deberías comportarte como un hombre adulto y no saltarte las comidas si no quieres que te sigan tratando como un adolescente que no sabe cuidarse. –El tono de voz había sido menos duro que las palabras.


–Gracias –dijo, apartándose de la jamba para que su invitado entrara.


–He imaginado que no has cenado, y por lo que veo no me he equivocado –comentó el adusto profesor en lo que se dirigía al sofá a sentarse –. ¿Te ibas ya a dormir?


–Sí, pero no te preocupes. Me haría bien un poco de compañía.


Harry se sentó junto a Severus, colocando las piernas flexionadas sobre el asiento. Después, cogió el plato de la mesa y lo apoyó en sus rodillas antes de examinar el sandwich. Pastel de carne, su favorito. Le dio un mordisco saboreándolo, pero el resto no lo disfrutó como el primero sino que los engulló, de forma que en apenas unos minutos ya no quedaba resto de su cena. Al coger el vaso de zumo de la mesa, tras dejar el plato, y acercárselo a la boca notó un olor que no era el de siempre.


–¿Qué le has puesto, Severus? –preguntó mirándolo fijamente.


–Sólo diez gotas de poción para dormir sin sueños. –Harry fue a soltar el vaso, pero Severus se lo impidió –. Tómatelo. Esta noche lo necesitas y lo sabes. Así que deja de comportarte como un mocoso insolente.


Pero Harry seguía mirándole ofendido, mordiéndose los labios.


>>¡Por las pelotas de Merlín! Apenas te hará efecto, pero sí el suficiente para que estés algo más relajado y puedas dormir.


–¿Me lo prometes?


–Sí.


Harry confió en él y se tomó el vaso entero sin parar hasta acabarlo. Lo puso de nuevo sobre la mesa y se limpió los labios con la manga de la camisa, provocando que Severus sonriera.


–¿Puedo... ? –Harry señaló hacia el pecho de su acompañante haciendo un ligero puchero –. Ya que soy un mocoso insolente... – Severus chasqueó la lengua en un gesto molesto, a la vez que rodaba los ojos. Sin embargo, levantó el brazo haciéndole un hueco. El muchacho se acomodó mejor, abrazándole. –¿Te quedarás conmigo hasta que me duerma?


–Sólo hasta que estés lo suficientemente atontado para dormir, pero no tanto como para no poder llegar a la cama con ayuda. No pienses que voy a cogerte en brazos como si fueras una damisela en apuros.


Harry no pudo evitar reír.


–¿A cuántas has llevado en brazos a la cama? –Se arrepintió nada más hacer la pregunta.


–A ninguna. –Fue la tajante respuesta –. Y antes de que sigas estropeándolo, no, tampoco he llevado a ningún hombre. –Estiró las piernas, poniéndolas sobre la mesa.


–Cuidado con los exámenes, no los vayas a manchar.


–Ni que eso les importara. Lo único que les interesa es la nota.


Pasaron una media hora en silencio, sentados y abrazados, hasta que Harry comenzó a dar señales de estar quedándose dormido. Con la ayuda de Severus llegó a la cama, y debido a su torpeza, dejó que el otro le quitara las gafas y le tapara con las mantas.


–No va a pasarte nada, no lo voy a permitir –susurró Severus.


Harry apenas comprendió lo que le acaba de decir. Prefería quedarse con la sensación de un beso depositado en su frente.


A la mañana siguiente, durante el desayuno, Trelawney intentó acercarse a Harry con lo que parecían intenciones de disculparse. No pudo hacerlo, porque ningún miembro del equipo docente se lo permitió, cosa que el joven agradeció.


Harry notaba las miradas extrañas de varios alumnos y cómo cuchicheaban a su lado cuando pasaba junto a ellos por los pasillos. Lo ocurrido entre el profesor Quirell y tú es un secreto, así que ya lo sabe toda la escuela. Tenía que admitir que Dumbledore había tenido razón en eso: no se podía guardar ningún secreto en el castillo. Parecía que las paredes hablaran... y en cierta forma era cierto: estaban recubiertas de retratos cotillas que se contaban los chismes unos a otros en sus continuas visitas. Pensó que tal vez sería conveniente llevarse uno a su dormitorio, para asegurarse de que no estaba loco y que esa voz infantil había sonado en su dormitorio.


Pensaba en ello mientras preparaba la primera clase, y como si la mera alusión mental la hubiera invocado, volvió a escucharla.


–¿Por qué no quieres jugar conmigo?


Soltó los papeles mirando desesperado a todos lados cuando la puerta se abrió de golpe, dando paso a los alumnos de séptimo de Ravenclaw y Slytherin. Respiró profundamente y llevó sus manos a la espalda para disimular el temblor en ella mientras los alumnos se sentaban.

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–Diez negritos salieron a cenar. Uno se ahogó y quedaron: nueve.


Harry dio una vuelta en la cama.


>>Nueve negritos trasnocharon mucho. Uno no se despertó y quedaron: ocho.


Dio otra vuelta.


>>Ocho negritos viajaron por Devon. Uno se escapó y quedaron: siete.


Se puso boca arriba.


>>Siete negritos cortaron leña con un hacha. Uno se cortó en dos y quedaron: seis.


Colocó un brazo sobre su cabeza.


>>Seis negritos jugaron con una colmena. A uno de ellos lo picó una abeja y quedaron: cinco.


Gimió dormido.


>>Cinco negritos estudiaron derecho. Uno de ellos se doctoró y quedaron: cuatro.

 

Se colocó boca abajo.


>>Cuatro negritos se hicieron a la mar. Un arenque rojo se tragó a uno y quedaron: tres.

 

Tiró la almohada al suelo.


>>Tres negritos se pasearon por el zoo. Un gran oso los atacó y quedaron: dos.

 

Volvió a ponerse boca arriba.

 

>>Dos negritos estaban sentado al sol. Uno de ellos se quemó y quedó: uno.

 

Se destapó, apartando las sábanas de una patada.

 

>>Un negrito se encontraba sólo. Y se ahorcó y no quedó... ¡NINGUNO!


Harry despertó de golpe, sentándose sobre el colchón como si un resorte le hubiera impulsado a hacerlo. Y ahí estaba, sentada sobre él mirándolo fijamente. El resplandor plateado de unos enormes ojos a escasos centímetros de su cara y la sensación fría que producía la cercanía del ectoplasma fantasmal cortaron la respiración en el pecho de Harry. Una vez más, la risa infantil rompió el silencio de la habitación.


Con rapidez, cogió la varita que tenía bajo la almohada del lado de la cama que no usaba.


Lumos –. Una tenue luz iluminó la estancia, pero ya no había nada.


Sin dejar de mirar a todos lados, se inclinó desde la cama para coger la almohada y volvió a tumbarse. Intentó relajarse, pero su corazón latía absolutamente desbocado, golpeando fuertemente contra su pecho. El sudor frío empapaba su cuerpo, haciéndole sentir aún más incómodo y nervioso de lo que ya estaba, así que acabó por sentarse.


Pasó horas con la espalda apoyada en el cabezal de madera de la cama, con las piernas encogidas hacia el pecho y abrazando una almohada. Había sido incapaz de moverse y sólo las horas habían calmado su desbocado corazón. La rigidez de sus músculos se había vuelto dolorosa y mover sus piernas y brazos fue un suplicio cuando sonó el despertador. Fue entonces cuando se dio cuenta también de que se había orinado encima.


Incómodo por la fría mancha mojada, caminó con las piernas abiertas hasta el baño. Nada más entrar, se quitó el pantalón y lo dejó tirado en el suelo. Su rutina debía comenzar, así que se duchó con rapidez y cuando terminó, se miró al espejo. Tenía un aspecto realmente horrible, por lo que con todo su pesar se lanzó un hechizo glamour para intentar disimular las marcadas ojeras negras que bordeaban la parte inferior de sus ojos. Salió de sus aposentos para ir a desayunar. No tenía ganas de volver a verse obligado a mantener charlas circunstanciales, ni de dar clases a alumnos que no le hacían mucho caso. Pero era su trabajo y no le quedaba más remedio que hacerlo.


No obstante, parecía que sus compañeros estaban ocupados con la celebración de Halloween, que sería en tan sólo tres días. Sabían que era una fiesta dolorosa para él y procuraban no hacerle partícipe de las preparaciones, para que no se sintiera más agobiado. De hecho, cuando se sentó en la mesa –junto a Severus– Minerva le comunicó que podía cancelar las clases que tuviera esa tarde si así lo deseaba. Se lo agradeció con un gesto de cabeza, pero Harry sabía por qué la directora le daba ese permiso: debía ir al cementerio con el resto de la familia Weasley. Y quizás por eso, Severus sólo le miró de arriba a abajo y entrecerró los ojos, sin decirle nada acerca del hechizo que había utilizado un rato antes y que sabía que el hombre había detectado.


Por la tarde, tras acabar con todas las clases del día, estaba en su aula recogiendo unos cojines, que había usado para que los alumnos de cuarto curso practicaran el hechizo desmaius , cuando volvió a escucharla.


–¿Alguien ha visto alguna vez un sueño volar? Yo sí. –La voz infantil cantaba una vez más–. ¿Alguien ha visto alguna vez un sueño volar? Yo sí.


Salió del aula sin pensarlo. No quería saber nada más, no podía soportarlo. Se iba a volver loco si seguía así. Entonces, cuando iba por el pasillo, vio el fulgor plateado de lo que parecía el bajo de un traje, unas trenzas largas y parte de una muñeca que se perdían al doblar una esquina. En un extraño impulso, fue corriendo hacia allí pero lo único que consiguió fue tropezarse con quien menos ganas tenía.


–Sybill. –Por educación, no le quedó otra opción que ayudar a la mujer a levantarse del suelo.


–Yo... –Le miraba con esa expresión de insecto que tenía por culpa de las gafas de gruesos cristales, volviendo a cogerle de la túnica, implorante –. Lo lamento, pero tengo que avisarte...


–Por favor, suéltame. –Le pidió como apenas unos días antes.


–Sólo escúchame. Lo he visto. Debes seguirla, quiere jugar contigo... Cuando la cabeza ruede hasta el último escalón, ella te mostrará el camino a la felicidad eterna.


–¡Sybill! –El grito de atención de Severus resonó por el pasillo haciendo eco y consiguiendo que la vidente soltara a Harry, que también se había sobresaltado.


–Síguela –dijo, envolviéndose entre sus chales para después dejar a los hombres solos.

Harry observó la forma muy desagradable en la que Severus miraba a la mujer que pasaba por su lado y no pudo evitar compadecerse de ella.


–La he visto –comentó, una vez estuvieron a solas.


–¿A quién? –preguntó el otro con curiosidad.


–Es una niña, Severus... es mi niña. –La voz de Harry sonaba angustiada.


–Este no es lugar para hablar de esto.


Tras decir eso, Severus se dio la vuelta y se echó a andar por el mismo lugar por el que había llegado. Harry le siguió en silencio, pero totalmente convencido de lo que le había dicho a su acompañante. Esa niña era su hija. Tenía que hacerlo. Si no, ¿por qué iba a atormentarle de esa forma?


Una vez llegaron a la sala de profesores se encontraron con que no iban a estar solos. Binns dormitaba en uno de las butacas delante del fuego y habían comenzado a preparar un par de infusiones –té para Severus y tila para Harry.


Disimuladamente, Severus negó con la cabeza para que no sacara el tema, pero Harry ignoró su sutil consejo.


–Te digo que era mi hija –dijo desafiante, sin importarle que los demás le oyeran.

El resoplido que dio Severus se escuchó por toda la sala.


Finite incantatem . –El hechizo glamour del joven se desvaneció. –Mírate, Potter. No has dormido y tu aspecto es lamentable. Sólo son alucinaciones.


–¡Te digo que la vi! Era una niña de poco más de un metro.


–¿Y no sería alguna de tus alumnas? –El comentario desesperó más a Harry.


–¡No! Era una niña pequeña. Tenías unas trenzas muy largas que le llegaban a la cintura y una muñeca en la mano.


–Pero no hay ninguna alumna así en el castillo. –Recapacitó Severus.


–¡Exacto! No hay ninguna así. Ni que no supere el metro de estatura, ni con trenzas largas.

–Porque era Jenny, si creemos las viejas leyendas de este castillo.


Ambos hombres miraron a Binns, que les desvolvía la mirada desde la butaca donde estaba.

–¿Jenny? –preguntó Harry con cierto temor–. ¿Quién es Jenny?


–Eso depende de a quién le pregunte, joven Harris. –Harry prefirió ignorar el cambio de nombre por parte de Binss.


–Te preguntamos a ti –dijo Severus tajantemente–. ¿Quién es Jenny?


–Sólo una leyenda más de las tantas que tiene este castillo. Como la de la Cámara de los Secretos...


–La cámara no es una leyenda –interrumpió Harry.


–¿Me permitirá continuar, señor Henry?


Exasperado, Harry se sentó mientras se mordía la lengua para no estallar. Severus puso ante él una taza de tila y se sentó a su lado, dispuesto a escuchar lo que Binns tuviera que decir.


–Por supuesto, Cuthbert, continúa.


El fantasma se puso de pie, flotando sobre la alfombra con las manos detrás de la espalda. Harry tuvo la sensación de que les estaba impartiendo una clase de historia.


–Hace mucho tiempo, a finales del siglo XVI, un mago oscuro se dedicó a investigar una forma de invocar las fuerzas malignas con el objeto de utilizarlas a su conveniencia. El ritual que debía usar para ello incluía una conjunción astral específica, la ofrenda de doce cadáveres y un sacrificio vivo. –Se movía de un lado a otro mientras hablaba –. Este sacrificio consistía en una niña pura y mágica.


Harry y Severus se miraron sorprendidos.


>>Por aquella época éramos más que ahora y aún vivíamos entre los muggles, pero en ese siglo Inglaterra tuvo varios gobernantes. Uno de ellos, Enrique VII, había promulgado la Witchcraft Act, que condenaba a muerte la brujería. Por el bien de los muggles, los magos procuraban no airear mucho sus poderes, ya que se produjeron muertes de víctimas inocentes.


>>Así pues, dada la escasez de niños mágicos, este hombre viajó y viajó por todo el territorio, hasta que un día encontró a una. Se instaló en un pueblo cercano a aquél en el que vivía la pequeña y la vigiló durante un año. El día que la niña cumplió siete años, hubo una Luna Azul, era la noche del Samhaim...


–¿Sam-qué? –preguntó Harry en voz baja.


–Halloween –respondió Severus, ganándose una mirada desorbitada.


Binns carraspeó fuertemente para reprenderles.


–El tiempo se le agotaba al mago, así que ese mismo día la secuestró, llevándosela de la granja donde vivía con sus padres. Era media tarde y estaba dormida abrazada a su muñeca en el pajar. La intención era traerla hasta el Bosque Prohibido donde ya tenía colocados los esqueletos putrefactos de las otras víctimas para hacer su ofrenda a media noche.

Harry ahogó un gemido, con el corazón encogido, pensando que alguien pudiera llevar a una niña de su propia casa.


>>Pero la niña despertó cuando él la llevaba en brazos por el bosque. Consiguió que la soltara y se echó a correr con la muñeca aún en la mano. Él la seguía incansable, pero se retrasaba por las ramas de los árboles que a ella le costaba menos esquivar. Entonces, Jenny vio las luces del castillo y se dirigió hacia él... pero no vio el Lago Negro. Cayó a las frías aguas, donde se ahogó. Pero ella y su muñeca siguieron corriendo hasta llegar al castillo.


–Entonces –se atrevió a interrumpir Harry en un susurro, incapaz casi de hablar por el horror–, ¿está aquí, en el castillo?


–No lo sé, señor Harold. Lo que sé es que en todos los años que llevo aquí nunca la he visto. Ni siquiera los fantasmas lo han hecho, y se refieren a ella como una leyenda. Dicen que no se acerca a los adultos, ni vivos ni muertos, que jamás ha salido del castillo y que vaga por los pasillos con su muñeca decapitada. –Harry intentó hablar, pero Binss no se lo permitió–. Como ya le he dicho, nadie la ha visto jamás. A mi entender, no son más que tonterías.

Harry miró a Severus.


–Te juro que la he visto. ¿Me crees? –Su tono de voz era desesperado. Estaba seguro de lo que había visto y conociendo la historia de la niña era más duro y doloroso.


Severus se removió incómodo sobre el sofá.


–No lo sé. Llevas días sin dormir y no estás en tu mejor momento. Olvida todo esto, ¿quieres?


Harry asintió en silencio, con lo pelos de punta y escalofríos recorriendo su cuerpo mientras se preguntaba cómo Severus podía mostrar tan insensible ante los hechos relatados.


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Ir al cementerio no había sido nada agradable. Después, durante la cena en casa de sus suegros y de la que no se había podido librar, había tenido que soportar las bromas de los hermanos de su difunta esposa y los reclamos de la madre de ésta, junto a los de Hermione. Molly estaba muy ofendida porque no iba a La Madriguera a comer los domingos y que tardaba días e incluso semanas en responder las cartas que le enviaban. Y Hermione parecía estar de acuerdo con ella, sobre todo cuando Molly empezó a comentar lo delgado y demacrado que estaba.


Se le había hecho insoportable, pero tenía la sensación de que había sido porque no había hablado con Severus desde que Binns les había contado la historia de Jenny. No se trataba de que no le hubieran gustado las palabras de Severus, es que le había dolido el tono condescendiente que había utilizado. Le había hecho sentir un estúpido y ridículo. Pero en los años anteriores había contado con su ayuda.


Al volver del cementerio el primer año, Severus le había ido a buscar para que fueran juntos a la tumba de Dumbledore. Allí, habían brindado con una copa de hidromiel y el resto de la borrachera la habían pasado en el dormitorio de Harry. Y hacía un año, había repetido el ritual, sólo que la segunda parte tocó en los aposentos de Severus. Harry se sonrojó mientras se ponía el pijama y recordaba haber despertado al día siguiente apoyado en el pecho del hombre. Sin darse cuenta, se habían quedado dormidos en el sofá, abrazados.

Pero ese año no habría brindis, ni borrachea.


Se metió en la cama, dispuesto a intentar dormir cuando volvió a escuchar la risa de Jenny. Porque sabía que era ella. Se levantó, cogió una bata y se la puso por encima. Salió al salón de sus habitaciones y la vio allí, en medio de la sala.


Vestía un traje que le llegaba al suelo, no tenía mangas, pero debajo se podía ver una camisa blanca con un cuello bordado. Dos largas trenzas caían por el pecho de la pequeña, que le miraba entristecida. Tenía ambas manos extendidas. En una tenía el cuerpo de trapo una muñeca y en la otra la cabeza de porcelana.


–¿Me arreglas mi muñeca? –preguntó la niña, mirándole con ojos tristes y con una tímida sonrisa en los labios.


Harry la miraba con una mezcla de sentimientos encontrados: por un lado, la niña lo había asustado en varias ocasiones y, por el otro verla delante de él, tan indefensa –más sabiendo cómo había muerto– le daban ganas de abrazarla.


–No puedo –susurró.


–¡No me haces caso! ¡No juegas conmigo! –gritó la niña histérica, provocando que los cristales que había en la habitación se rompieran en pedazos–. ¡Y ahora no arreglas mi muñeca! ¡TE ODIO!


Jenny se dio la vuelta y salió corriendo, atravesando la pared de piedra. Por instinto, Harry corrió detrás de ella. Escuchaba los pasos y el llanto de la niña por los pasillos.


–¡Jenny, para! –gritó en un desesperado intento de que la pequeña le hiciera caso. Pero parecía algo imposible. La niña estaba enfadada y, tras su grito, los cuadros que colgaban de las paredes comenzaron a tambalearse, repiqueteando contra la piedra.


Harry seguía corriendo, cansado después de haber recorrido varios pasillos y bajado tres pisos a un ritmo frenético. Habían llegado al vestíbulo cuando la niña se paró en las escaleras. Miró hacia Harry y sonrío de una forma extraña, dejando caer la cabeza de su muñeca. Entonces, desapareció. Con cautela, Harry se acercó hasta el lugar donde había desaparecido Jenny, sin perder de vista la cabeza rodar, escalón a escalón... hasta que se paró ante unos pies que calzaban unas botas negras de cordones. Entonces vio a Severus, que lo miraba con asombro.


–¿Esa era Jenny?


Harry asintió, bajando los peldaños uno a uno hasta el penúltimo escalón, quedando a la altura de los ojos de Severus.


–Cuando la cabeza ruede hasta el último escalón, ella te mostrará el camino a la felicidad eterna –susurró Harry, antes de sonreír.


–¿Qué?


–Fue lo que me dijo Sybill en el pasillo.


Una lágrima rodó por la mejilla de Harry y Severus la retiró en una suave caricia, aún así el primero notó que la mano del segundo estaba muy fría.


–¡Estás helado! ¿Dónde estabas?


–Esperándote junto a Dumbledore, pero como no llegabas decidí ir a tu habitación a ver cómo estabas. ¿Estás bien?


Harry no pudo evitar sonrojarse.


–Sí, ahora sí.


Había cogido la mano de Severus y su cuerpo se negaba a soltarla. Estuvieron en silencio unos minutos, con los dedos jugando inconscientemente hasta que se entrelazaron. En ese instante, Severus se acercó más a Harry para acariciarle la mejilla con la otra mano. Finalmente, acercó sus labios a los del joven, dándole un beso casto en ellos.


–Deberíamos irnos a la cama. Se está haciendo tarde –susurró Severus al separarse.

Harry permitió que el otro rodeara su cintura después de bajar el último escalón y que lo guiara hasta la entrada de las mazmorras, situadas a la izquierda de las escalaras principales del vestíbulo.


Desde lo alto de ellas, asomada entre los barrotes de piedra, Jenny sonreía viéndolos partir. Tenía el cuerpo decapitado de su muñeca sobre las rodillas y la cabeza metida en un bolsillo de la falda del traje. Había cumplido la promesa que hiciera tantos años antes le había hecho a uno de los pocos adultos a los que se había mostrado. Y estaba totalmente segura de que Severus y Harry serían felices juntos.

 

FIN


 

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