Abrazos para recordar

Título: Abrazos para recordar.

Resumen: La navidad no es igual para todo el mundo, especialmente cuando la persona a la que quieres no es consciente de que estás a su lado.

Beta: Rowena Prince.

Revisión: Heiko.

Clasificación: PG-13.

Género: Drama.

Reto inicial, pero no agregado: Una frase navideña. Debe estar basado en la frase 'Navidad es una buena excusa para poder abrazar a quien queramos'

 

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El reloj de cuco sonó apenas unos segundos antes de que Severus la desactivara. Se puso boca arriba en la cama y se estiró como cada mañana. Se sentó en el borde para volver estirarse, provocando que sus cansadas vértebras crujieran. Por muchas horas que durmiera por la noche siempre despertaba con la sensación de no haber descansado lo suficiente. Bostezó intentando no hacer ruido para no despertar a Harry, que dormía en la cama de al lado. En la cama que se había visto obligado a comprarle porque llevaba un colchón especial para que no se dañara la piel y tenía dos barras metálicas en el lateral, a las que ataba las manos de Harry para que no se levantara de noche.

 

Se acercó a él y vio, con alegría y desasosiego a partes iguales, que aún seguía vivo. Suspiró en silencio y se marchó al lavabo, con Orion detrás de él y moviendo el rabo que no le habían cortado.

 

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–¿Un perro? –preguntó Severus molesto.

 

–No es un perro, es un Crup –respondió Harry sonriendo, con el cachorro moviéndose nervioso entre sus brazos.

 

–Hace falta tener licencia del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas.

 

–Lo sé –dijo sacando, de uno de los bolsillo de la túnica, un pergamino con el sello del ministerio.

 

Severus se llevó una mano al puente de la nariz y respiró hondo.

 

–Estás totalmente decidido a que tengamos una mascota, ¿cierto?

 

–Sí. La casa es grande y está alejada del pueblo. Imagina que se mete un muggle. No podrás sacar la varita, pero Orion se encargará de asustarlo.

 

–Sé defenderme perfectamente. –La voz sonaba molesta. Harry se acercó hasta él y le dio un beso en la mejilla.

 

–Sabes que a veces estoy varios días fuera, así no estarás solo.

 

Con eso, Harry dio la conversación por terminada, soltando al cachorro para que corriera por el salón de su nueva casa.

 

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Después de vestirse con ropa abrigada, Severus fue hasta la puerta. Orion no dejaba de ladrar y moverse inquieto porque iban de paseo, así que a su dueño le costó ponerle la pechera mientras intentaba que se callara. Ambos salieron de la casa y el perro mágico fue directamente a uno de los matorrales plantados junto a verja de entrada.

 

–Orion, ¡no!

 

Pero ya era tarde: el animal tenía la pata levantada y echaba la primera meada del día muy contento, con la lengua colgando de su hocico abierto.

 

–No sé ni para qué me molesto –susurró Severus abriendo la portezuela de madera.

 

Pasearon lentamente, recorriendo el camino de tierra nevado que separaba la cabaña en la que vivían con Harry y el pueblo más cercano. Hacía trece años que habían comprado la casa, cuando ya llevaban tres de relación y estaban recién casados. Residían permanentemente en ella desde hacía cinco, cuando a Harry le diagnosticaron Alzheimer prematuro, con tan sólo cincuenta años. En un principio ninguno le había dado importancia a los pequeños despistes del auror, pensando que era cosa de su naturaleza ya que nunca había sido muy ordenado. Hasta que empezaron a suceder cosas más graves. Ya no se trataba de un 'Oye, Severus, ¿has visto el libro que estaba leyendo? No lo encuentro'. Había pasado a ser 'Severus, no sé donde he puesto la bolsa con el dinero' o '¿Has visto mi varita? No sé dónde la he dejado'.

 

Sin embargo, lo que les golpeó a ambos duramente contra la realidad fue el día que Harry llegó a la casa aquél mes de julio. Severus se había asustado cuando le vio entrar al salón, temblando y nervioso. Después de conseguir tranquilizarle, Harry le había contado que estaba en una misión cuando, al ir a defenderse del ataque de uno de los magos a los que estaban siguiendo, se había bloqueado y no había sabido lanzar un hechizo. 'Sí, un hechizo para bloquear el ataque y que me protegiera... ¿Qué me está pasando? ¿Por qué me estoy olvidando de las cosas?'. Las palabras habían sido desgarradoras y fueron las que propiciaron el periplo por varios sanadores en San Mungo, sin que ninguno tuviera la respuesta.

 

Fue uno de los estudiantes en prácticas quien se atrevió a sugerirles que fueran a ver a un médico muggle, porque un pariente suyo tenía los mismos síntomas que Harry. Incluso, les facilitó la dirección del doctor. Durante unos días lo discutieron: Severus se negaba alegando que era imposible que sufriera una enfermedad muggle, porque su magia lo protegía de ello. Harry no estaba seguro de ello y se defendía recordándole a su pareja que parte de su familia era muggle. Al final fueron a la consulta y se llevaron la sorpresa de que el Dr. Patil era el padre de las gemelas hindúes que cursaron Hogwarts con Harry. Para Severus había supuesto un gran alivio que el nuevo doctor estuviera familiarizado con la magia, más que nada porque eso supuso que el Sanador Alberts pudiera asistir a consulta con ellos. De esa forma, habían conseguido combinar ambas ramas curativas en pos de buscar lo mejor para Harry. Y parecía que, al menos, estaban retrasando algunos efectos de la enfermedad... pero no era suficiente.

 

Llegaron a la tienda de medicinas muggles del pueblo, que estaba de guardia a pesar de ser veinticinco de diciembre. Orion se quedó quieto en la puerta mientras él entraba a buscar la medicación que tenía encargada. Apenas demoró unos minutos en salir con la bolsa y cogió la correa de Orion de su hocico. Volvieron a emprender el camino a casa, pero como era su costumbre, cuando iban a la mitad de éste, Severus cogió al crup en brazos y se apareció en la entrada de la casa. Dejó las medicinas en la cocina y se fue al dormitorio. Se puso ropa cómoda y fue hacia la cama para bajar la barandilla metálica de un lado. Acarició el dormido rostro de Harry, apartando el flequillo de su frente.

 

–Buenos días –susurró, deshaciendo los amarres de las muñecas –. ¿Cómo has pasado la noche? –preguntó, sabiendo que Harry no respondería. Le destapó con cuidado y continuó hablándole–. Vamos, Harry, es hora de levantarse.

 

Pero Harry no abría los ojos, así que le dio un par de palmaditas en una mejilla hasta que lo consiguió, ganándose una mirada de dormido enfado.

 

>>Es hora de levantarse, ducharse y desayunar.

 

Con paciencia, Severus ayudó a Harry a incorporarse y lo llevó hasta el baño del dormitorio. Hacer los cambios pertinentes había costado un dineral y mucho tiempo porque tuvieron que contratar a obreros muggles. Desde el principio, cuando aún era consciente y sabía lo que le esperaba, Harry dejó claro que no quería que nadie se enterara de lo que le ocurría. Así que todo se había llevado con la mayor de las discreciones. Sin embargo, habían conseguido adaptar la vivienda lo mejor que pudieron, aprovechando que la casa era de un sólo piso. Quitaron la habitación de invitados aledaña a la principal para convertirla en un baño y ampliaron el salón quitando el original. De la misma forma que remodelaron el salón y la cocina, uniéndolos de tal forma que crearon un espacio amplio y casi sin barreras arquitectónicas. Lo único que dividía ambos espacios era una barra americana a un lado de la cocina, pero que aún así, no molestaba al paso.

 

Como pudo, Severus logró que Harry se apoyara en sus hombros en lo que él se arrodillaba para bajarle los pantalones del pijama y quitarle el pañal. Lo sentó en el váter por si tenía más necesidades que hacer en lo que él limpiaba la cama con un pase de varita desde la puerta. Luego, terminó de desnudarle y comenzó la primera batalla diaria: la ducha. Harry no quería entrar y Severus debía obligarle. Previendo que acabaría más mojado que seco, se quitó la ropa también y entró con él en la ducha. Media hora más tarde, después de ponerle a Harry un pañal limpio, sus cremas y de que ambos estuvieran vestidos, fueron a la cocina a desayunar.

 

–Espero que tengas hambre, Harry.

 

Después de colocarle un babero, Severus le sirvió un cuenco de cereales con leche tibia y un zumo de calabaza mezclado con la medicación de turno, mientras él desayunaba unas tostadas con café. A su lado, Harry se llevaba la cuchara a la boca despacio y masticaba más lentamente la poca comida que entraba en su boca. Severus mordisqueó ahíto el último trozo de pan con mermelada y colocó su silla junto a Harry. Con cariño, le quitó la cuchara de la boca y terminó de darle de comer. Después del desayuno, lo sentó delante de la chimenea con la radio encendida para que se entretuviera, mientras limpiaba la casa. Una tarea que se le hacía cansada a sus setenta y cinco años por tener que hacerla al modo muggle, ya que Harry se ponía nervioso con la magia. Al mismo tiempo, provocaba que la suya se desbocara, pudiendo ocasionar accidentes como los de los niños antes de que fueran a Hogwarts.

 

Mientras limpiaba, observó cómo Harry se levantaba del sillón para ir a la cocina, desde allí volvía al salón y se sentaba, para acabar repitiendo la rutina. Esa mañana estaba inquieto, se había levantado más de treinta veces en un par de horas. A las doce, Severus se pudo sentar a su lado y siguió con la lectura en voz alta de una novela de ficción, de las que a Harry le había gustado leer cuando estaba en su sano juicio y con la que Severus acaparó toda su atención.

 

Parecía que todo estaba en calma cuando Orion empezó a ladrar desesperado mientras correteaba hasta la puerta desde el cojín donde pasaba todo el día dormitando.

 

–¿Quién es? –preguntó Severus.

 

La puerta se abrió y apareció la cabeza de negro pelo alborotado de Albus Severus.

 

–Hola, Severus. –El joven llevaba un par de paquetes en una mano y que dejó en la barra americana–. Feliz Navidad –le dijo, tras darle un beso en la mejilla. Se quitó la chaqueta, dejándola tirada en uno de los sillones.

 

–Feliz Navidad, Albus. –Severus había cogido la chaqueta para colgarla en un perchero.

 

–¿Cómo ha dormido?

 

–Bien. Hace semanas que no tiene pesadillas, pero creo que se sigue despertando en mitad de la noche, porque por la mañana me cuesta despertarlo.

 

Albus asintió en silencio mirando a su padre.

 

–Hola, papá–. Se arrodilló delante de Harry, cogiéndole las manos y acariciándoselas–. ¿Cómo estás? –Esperó unos segundos, pero al no obtener respuesta lo volvió a intentar–. ¿Cómo estás: bien o mal? –Le dio un beso en una mano–. Venga, papá, dime como estás. Dime bien o mal, anda. ¿Cómo estás?

 

Harry centró su ida mirada en Albus.

 

>>¿Cómo estás, papá? –Intentó de nuevo.

 

–Bien. –La voz sonó ronca, pero sonó.

 

–Me alegro mucho. Voy a buscar un zumo a la cocina, no tardo. –Se puso de pie, dándole un beso a Harry en la cabellera tan similar a la propia, salvo por las canas que ya teñían algunos mechones.

 

Al pasar la barra, Severus estaba sentado en la mesa de la cocina con una taza de té. A su lado, había una cerveza de mantequilla descorchada. Albus sonrió.

 

–Las mandé a pedir el otro día, no estaba seguro de si vendrías, pero quería que hubiera.

 

–Muchas gracias, Severus. –De un sólo trago se bebió media botella–. Lo necesitaba.

 

Severus miró los paquetes que había sobre el pollo y sonrió.

 

–Me lo imagino. La verdad es que no te esperaba.

 

–Ya, por casa tampoco lo esperaban, pero aquí estoy. –Suspiró–. Severus tenemos que hablar seriamente. He mirado la cuenta de Gringotts...

 

–No pienso hablar de dinero contigo, Albus –le interrumpió con el tono de voz que usaba cuando era profesor.

 

–¡Por las pelotas de Merlín! –Bufó, golpeando la mesa con la botella–. Me vas a escuchar, te guste o no. ¿Por qué la cuenta sigue igual?

 

–Te he dicho que no pienso tocar ese dinero. Jamás. –Miró a su taza, con el ceño fruncido.

 

–Ese dinero está ahí para que lo utilices.

 

–Es vuestra herencia y no pienso tocarla.

 

–Mira, a mi la herencia me da igual...

 

–Pero a tus hermanos no –le cortó tajante.

 

–Me importa una mierda lo que piensen James y Lily. Si no fuera así, ahora mismo yo no estaría aquí.

 

Severus negó con la cabeza. Albus era la única otra persona en el mundo, además de los médicos, que conocían el estado de Harry. De hecho, había sido el único de sus hijos que no le había dado la espalda a Harry cuando se separó de Ginny. Ocurrió justo el mismo año en que Albus entró a Hogwarts. Para ese entonces, Severus y Harry eran amigos, muy buenos amigos. Tras la guerra, la relación entre ambos había mejorado muchísimo gracias a las continuas visitas de Harry a San Mungo, donde Severus se recuperaba. Y dos años después de su divorcio, cuando Ginny ya se había casado de nuevo y dos de sus hijos se habían puesto de parte de ella, Severus y Harry comenzaron su relación. Lo que había supuesto que Albus y Severus empezaran una relación, aparte de la de director y alumno.

 

Durante el juicio de divorcio, James y Lily habían dicho que querían vivir con su madre mientras Abus había preferido a su padre. Pero no fue la única diferencia entre los hermanos: el mediano cumplía a rajatabla los turnos de visita a su madre y su nueva pareja, los otros dos jamás lo habían hecho. Y aunque Harry estaba en todo su derecho de reclamar judicialmente que se cumpliera la sentencia, eso habría significado obligar a sus hijos a pasar con él un tiempo que obviamente no deseaban. Además, la relación con el resto de los Weasley cambió. Ron, siempre defensor de su única hermana, le había reclamado a Harry el divorcio y, años después, su relación con Severus. Hermione se había visto en la tesitura de elegir entre su amigo y su marido, decantándose finalmente y tras años de situaciones incómodas por el último. Ante el rechazo de la madre de sus hijos y de sus mejores amigos, Harry había dejado de ir a La Madriguera y apenas hablaba con los que habían sido sus suegros quienes, lógicamente, pensaron que su hija tenía razón cuando criticaba a su ex marido. Aunque Albus siempre estaba ahí para defenderlo, por mucho que eso significara discutir con toda su familia... como esa mañana.

 

>>Mi padre cambió el testamento. –Severus le miró atónito–. ¿Recuerdas cuando te pidió que te casaras con él?

 

–¡Cómo para no hacerlo! –respondió jugando con la alianza de oro–. Se arrodilló delante de mí y me dijo 'Quiero que nos casemos, antes de que me pierda del todo. Dame un recuerdo más que olvidar'.

 

En silencio, cada uno dio un sorbo a su bebida.

 

–El mismo día que te compró esa alianza, fuimos al Ministerio. James y Lily ya habían cambiado el apellido Potter por el de Justin y papá había descubierto que no podía transferir la fortuna de los Black a aquellos que, motu propio, renegaran de su apellido.

 

–Un Black era un Black por mucho que los quemaran del tapiz –comentó Severus entre risas. Albus se le unió rápidamente.

 

–Efectivamente. –Dio un último trago, acabando con la bebida–. Como te decía, cambió el testamento. Sus únicos herederos somos tú, que eres su marido y yo, que soy su hijo. Y como tal, te digo que quiero que cojas ese dinero y te lo gastes en lo que os haga falta.

 

–No puedo...

 

–Sí puedes, así que déjate de tonterías. No puedes seguir costeándolo todo con tu jubilación.

 

Severus miró a Harry, sentado en su sillón y sin dejar observar el infinito completamente perdido en su mundo interior. Se removió en la silla incómodo.

 

–¿Por qué tanto paquete? –preguntó para cambiar de tema.

 

Albus carraspeó y se pasó una mano por el pelo, alborotándolo más. Después, se colocó las gafas sin hacerle falta.

 

–También quería hablarte de eso. Hay un par de jerséis de la abuela, para vosotros. –Severus alzó una ceja–. Hace días, dije que hoy no almorzaría allí, así que empezamos con la discusión de siempre. Yo me cabreé más de la cuenta y la tuve muy gorda con mis hermanos. Sacamos las varitas y mamá se metió en medio. Me dio un bofetón y dijo que todo era culpa mía, que cómo podía hacerles esto en Navidad y que si no había tenido bastante con abandonarla de pequeño para venirme con vosotros.

 

–Habló quien no tenía que hacerlo. ¿Estás bien?

 

–Sí, fue lo de siempre. No hubo nada nuevo, excepto la abuela. Cuando subí a recoger mis cosas para irme, entró en el dormitorio. No quería que me marchara así, que entendiera a mi madre porque lo había pasado mal y que papá últimamente no se estaba portando bien, que había dejado de escribirle cuando ella, siempre le había tratado como un hijo más. Le respondí que si quería que habláramos, tendría que ser fuera de allí, en algún sitio privado y me la llevé a casa.

 

–Imagino que no le gustó ver lo desordenada que tienes Grimmauld Place.

 

–¡Claro que no! La quiero mucho y yo soy un puto desastre, lo admito. Pero la abuela no deja de ser una maniática de la limpieza. Aún así, conseguí que se sentara y me diera su palabra de maga de no revelar nada de lo que iba a contarle.

 

–¿Se lo has dicho? –preguntó escandalizado. Albus asintió con gesto culpable–. Tu padre no quería que nadie lo supiera.

 

–Lo sé, pero me alegra habérselo contado, porque opina igual que yo.

 

–¿Cómo que opina igual que tú?

 

–Severus, te estás haciendo mayor y mi padre empeora cada día. No podrás seguir cuidándole...

 

–¡No voy a meter a tu padre en una residencia! –espetó indignado.

 

–Pero podéis venir a vivir conmigo, contratar a alguien que te ayude: quizás un elfo doméstico. Y antes de que te niegues rotundamente, piénsalo –le suplicó.

 

Severus le miró fijamente, con la dura mirada negra clavada en los ojos verdes que brillaban con esperanza.

 

–Si te vas a quedar a almorzar, ayúdame a hacer la comida.

 

–No hace falta, ¿o crees que la abuela me iba a dejar venir sólo con unos jerséis sabiendo cómo está papá? –Ambos sonrieron, conociendo el carácter de Molly–. También me ha dicho que le gustaría venir a hacerte una visita, cuando pasen las fiestas y no tenga a toda la familia en casa.

 

–Obviamente, no puedo negarme.

 

–Me temo que no.

 

El almuerzo fue lento porque Harry se negaba a comer: escupía la comida y hacía pucheros. Afortunadamente, Albus se encargó de él porque a Severus no le quedaba más paciencia para ese día. Llevaba más de una semana en la que cada comida era una batalla contra un niño grande, que nunca aprendía pero olvidaba más cosas. Incluso fue el joven quien se encargó del cambio del pañal y de pijama antes del almuerzo –aprovechó para ponerle el jersey de la abuela–, porque Harry había mojado su ropa. Tiempo atrás, Severus había aprendido a poner unos trozos de plástico y tela absorbente que en la tienda de medicinas muggles llamaban empapadores. Los tenía puestos en el sillón y la cama de Harry, porque era un auténtico suplicio tener que ponerle sábanas limpias en la cama todos los días. Incluso había pensado usar alguno con Orion, porque el pobre también estaba mayor y a veces echaba alguna meadita en el salón en cuanto se despistaba.

 

La tarde pasó rápida para Severus, animado por poder conversar con alguien. Ya no podía mantener apasionadas discusiones sobre Pociones, pero sí se enteraba por su hijastro de qué pasaba en el ministerio, de nuevas invenciones de hechizos, noticias de Hogwarts... Albus siempre le ponía al tanto de todo porque él ya no podía recibir El profeta, porque las lechuzas alteraban a Harry. Lo mismo que el canal de noticias de la radio mágica, así que en la casa sólo se escuchaba el canal de música clásica. También hablaban de tiempos pasados, recordando cómo había sido el salvador del mundo mágico en el colegio o en sus años como auror. Y lo que nunca fallaba era la vida amorosa de Albus.

 

–Papá, tengo novia. Es Alice Longbottom, la hija de Neville y Hannah.

 

Severus abrió los ojos sorprendido. La chica era una hufflepuff dos años menor que Albus, pero no hizo ningún comentario.

 

>>Llevamos ya varios meses juntos y la quiero mucho, creo que esta la definitiva. ¿Sabes qué me ha dicho? Que le gustaría conocerte. ¿Te gustaría conocerla, papá?

 

Harry miraba a la pared forrada en madera que tenía delante.

 

>>¿Quieres conocerla? Dime sí o no.

 

–Sí. –Cada vez que Harry le hablaba a Albus, a Severus se le clavaba una espina en el corazón. Hacía casi un año que era incapaz de conseguir que Harry le hablara a él.

 

–¿Tú me quieres, papá?

 

–Sí.

 

–¿Mucho o poco?

 

–Mucho.

 

–¿Y a Severus le quieres? –dijo Albus, señalando al nombrado.

 

Harry le miró sin mirarle realmente. Daba la sensación de que sólo había seguido el movimiento que Albus había hecho con la cama.

 

–Sí –respondió de todas formas.

 

–¿Mucho o poco?

 

Harry volvió su cara hacia Albus y ya no respondió más a ninguna de las preguntas que le siguieron a esa, por mucho que el joven auror lo intentara. Así que la conversación acabó con la explicación de cómo Alice y el muchacho se habían reencontrado y comenzado su relación. Como la hufflepuff tenía experiencia con sus abuelos, Severus aceptó que la pareja fuera un domingo a comer con ellos, siempre y cuando fuera realmente la definitiva. Albus juraba por Merlín, Morgana, Godric y Salazar que sí y a Severus no le quedó más remedio que creerle, porque jamás había querido presentarles una novia. Y eso, a modo de ver de Severus, debía significar algo. Aunque también se llevó, como repaso final y después de sacar a Orion, la advertencia para Molly: prohibidos los llantos, los lamentos y muestras sentimentales delante de Harry, por prescripción médica. Su cerebro ya no funcionaba como antes pero eso no significaba que no guardara la información que recibía... aunque la procesara mucho tiempo después. Lo que podría acabar con un Harry deprimido sin que se supiera el motivo de ello.

 

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Ya a solas, Severus le dio la cena a Harry, después de cambiarle una vez más el pañal. Su pareja llevaba unos días estreñido, así que añadió a la medicación un sobre de polvos laxantes, que Patil y Alberts le habían recomendado para esos casos. Después de terminar con él, le sentó en el salón para poder cenar él tranquilo. Sacó un trozo de rosbif que había sobrado del almuerzo del día anterior, lo calentó y se lo comió, recordando que en otros tiempos había sido uno de los platos favoritos de la pareja... y el juego que le habían llegado a sacar a una inocente comida como esa.

 

Reflexionó sobre lo mucho que había cambiado su vida en los últimos años. Había perdido a grandes amigos por el camino, como a Lucius (por mucho que tuviera esas ideas insanas sobre la pureza de la sangre) o a Dumbledore. Estaba jubilado y no podía dedicarse a sus pociones, como le hubiera gustado. Tampoco tenía a su pareja a su lado. No había más besos, ni más abrazos, ni más 'te quiero' o 'estas vacaciones podríamos pasarlas en...'.

 

Apoyado en la barra y de espaldas a Harry, permitió que alguna lágrima escapara de sus ojos. Tampoco había ya decoración navideña. Es más, casi no había decoración en la casa: habían tenido que quitar las alfombras para que no se tropezara y quitar los objetos frágiles de las estanterías no fuera a tirarlos y hacerse daño. Despacio, se acercó hasta él y le dio un beso en el pelo.

 

–Feliz Navidad, Harry –susurró contra el cabello–. Feliz Aniversario –añadió para sí mismo.

 

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Hacía dos años que Harry y Ginny se habían divorciado. La pequeña Lily ya estaba en el colegio, junto a sus hermanos, pero como James, no había querido ir en Navidad Grimmuald Place. Y Albus debía pasar ese día con Ginny en La madriguera, así que Harry había pensado pasar el día o tirado en el sofá o en el despacho, adelantando informes. Lo que no había esperado era que Severus fuera a su casa.

 

Hablaron de todo: del último caso de Harry, de la última reunión con el consejo escolar de Severus, del último castigo que James había recibido por una broma gastada a unos slytherin, de las buenas notas que sacaban Albus en defensa y Lily en encantamientos... Después de eso y con un par de copas de más, acabaron hablando de la guerra y de sus juventudes. Finalmente, sin saber cómo y probablemente producto de la exaltación de la amistad típica de la borrachera, cuando Severus se disponía a marcharse, se besaron. Fue un beso casto e inocente en un principio que se volvió tórrido y ardiente en medio de un abrazo delante de la chimenea de Grimmuald Place.

 

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Severus se levantó del sillón para apagar la chimenea de la cabaña. No le gustaba dejarla encendida por las noches, desde el día que Harry se levantó de madrugada y le dio por poner más leña al fuego. Los gritos que profirió al quemarse la mano habían despertado a Severus de golpe. Fue el episodio que había provocado la decisión de atarle por la noche, pero aún así, Severus no se fiaba. Estaba mirando al fuego, escuchando el sonido del crepitar de la leña cuando unas manos se cerraron entorno a su cintura. Sintió un ligero beso en su nuca y cómo una cabeza se apoyaba en su hombro.

 

–Mucho.

 

FIN

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