Libertad Cazada

HP y el prisionero de Azkaban
HP y el prisionero de Azkaban

Parejas: Harry Potter/Severus Snape

Clasificación: NC-17

Disclaimer: Todo es de Rowling, menos el sexo, que es mío.

Advertencia: Universo Alterno, Fantasía, Terror.

Aclaraciones: Fic para el reto de La Mazmorra del Snarry por Halloween 2010.

Resumen: Tras la guerra dos condenados a una existencia difrente a la del resto, se encuentran gracias a lo más primitivo de todos los seres: el instinto.

 

 

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La escena que les había recibido cuando entraron a aquella sala había sido impactante.

 

Shackelbot, Tonks, McGonagall, Snape y Arthur Weasley habían conseguido infiltrarse en la Mansión Malfoy para ir en busca de Harry, que había sido secuestrado un mes atrás, justo al comienzo de las vacaciones. Durante todo ese tiempo, el mundo mágico se había sumido en un auténtico caos: Voldemort no se se había quedado ni escondido ni quieto, al contrario, había estado más activo que nunca. De hecho, Severus Snape al final había tenido que salir de su escondrijo tras matar a Dumbledore y saber que Potter había sido secuestrado, arrancado brutalmente de la casa de sus tíos y la consiguiente muerte de estos.

 

Cuando se había colado en el despacho de la Directora de Hogwarts, Minerva y él estuvieron a punto de mantener un duelo, que no se produjo por la intervención del cuadro de Albus Dumbledore. <<Yo le ordené que me matara>>, había dicho el retrato, mirando fijamente a Minerva quien bajó la varita. Hablaron durante un rato, e incluso, Severus le enseñó el recuerdo de la noche es que se le había ordenado cometer ese crimen para que no fuera Draco Malfoy quien lo hiciera y así poder salvar el alma del adolescente. Pero si estaba ahí, no era para congraciarse con la mujer, sino para informarle de que Harry Potter había llegado a la mansión, inconsciente y malherido. El Señor Tenebroso le había obligado a curar al joven, pero apenas había podido hacer mucho, porque en medio de los cuidados, Voldemort le había dicho que era suficiente.

 

Desde entonces, Severus no había podido informar de nada más, ya que sólo el Lord sabía la localización exacta de Potter y no había permitido que nadie lo hubiera visto de nuevo. Lo único que había averiguado, es que el joven estaba aislado en algún sitio, privado de cualquier estímulo externo, como la luz. Fue en uno de los ataques a Hogsmeade donde Severus acabó de quitarse la máscara de mortífago para el mundo, cuando impidió que varios miembros de la Orden resultaran heridos por una emboscada. Sin embargo, aquella batalla que había comenzado a media tarde, se había extendido hasta el anochecer. Un anochecer de luna llena. Y Greyback estaba allí.

 

Aunque se había tomado la poción matalobos por orden de Voldemort (por supuesto delante de él) para que no dañara a los mortífagos, sus garras y colmillos seguían siendo dañinos. No lo dudó. Fue a por el traidor. William Weasley fue el que se arriesgó a meterse en ese ataque, lanzando un fiero hechizo al hombre lobo y apartándolo de su presa. Pero era algo tarde para salvar a Severus del todo, porque se estaba convirtiendo en un hombre lobo. Herido, pero un hombre lobo al fin y al cabo. Lo desmayaron y lo llevaron al castillo, donde lo encerraron esa noche en una de las viejas mazmorras. No obstante, la noticia no trascendió. Remus Lupin se había encargado de ello a la mañana siguiente, lanzando encantamientos obliviates a todo el que sabía la noticia o había presenciado la transformación.

 

Para sorpresa de todos, Severus se recuperó prontamente y siguió dándoles información sobre lo que pasaba en el seno mortífago (gracias a Draco Malfoy). No muchos querían fiarse de su cambio de bando, pero el apoyo de Minerva había sido inflexible y apelando al recuerdo de Albus (aunque muchos insistieron en que Severus le había matado) consiguió que al menos, escucharan a Severus. Y fue él quien planeó el ataque a la mansión para rescatar a Potter. Pero aquella escena les había horrorizado a todos.

 

Allí, en medio de la sala que Voldemort llevaba tiempo usando como sala de reunión, estaba el propio Señor Tenebroso tirado en el suelo, con la mano temblorosa agarrando con poca fuerza su varita. Arrodillado, con Tom Riddle apoyado en sus piernas, estaba Harry Potter con la cabeza en el cuello de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado.

 

Veían la sangre escurrir sobre la pálida piel serpentina manchando la túnica negra, pero no querían creer lo que sus ojos venían. No hasta que la mano inerte del mago tenebroso más poderoso de los últimos tiempos cayó abierta sobre la alfombra, su cabeza cayó hacia atrás, con los ojos fijos en algún lugar del infinito. Cuando Harry Potter se separó de él, estaba jadeante, con las pupilas dilatadas, la sangre de su enemigo cayendo por su barbilla. Pero lo que más atónitos lo dejó fue la extrema palidez de Harry, que prácticamente había perdido todo el moreno de su piel haciendo que sus verdes ojos resaltaran más, y los largos colmillos sangrientos que asomaban por sus labios entreabiertos.

 

—¿Harry? —Llamó Arthur con pánico en su voz.

 

Harry soltó el cuerpo muerto de Voldemort y se alejó de él arrastrándose por el suelo. Ahí fue cuando se dieron cuenta de que esta totalmente desnudo, sucio y que no sólo su barbilla estaba manchada de sangre: entre sus piernas pudieron ver pequeños ríos rojizos secos. Shackelbot se acercó a él quitándose la capa exterior con movimientos lentos para no asustar más al muchacho. Con cuidado, se la puso por encima y le tendió una mano para que se levantara. Al hacerlo, se dio cuenta de que el joven tenía la espalda casi en carne viva, con grandes heridas profundas de las que manaba sangre hacia la parte inferior de su cuerpo. Suspiró aliviado a la vez que el muchacho gemía del dolor provocado por la suave tela sobre su maltratada espalda.

 

Al día siguiente, mientras todo el mundo mágico celebraba la caída de Lord Voldemort, los que habían encontrado a Harry discutían qué hacer con él, mientras el joven permanecía en una habitación en las mazmorras del castillo. Fue Draco Malfoy quien les comentó que gracias a una charla entre su padre, la loca de su tía y el salvaje Greyback, se había enterado de lo que había ocurrido con Potter: durante casi una una semana lo habían tenido totalmente aislado y encerrado en el sótano más profundo de la mansión. Sólo el Señor Tenebroso entraba para darle algo de agua, manteniéndolo con vida, esparando a que se rindiera y pidiera clemencia, pero Harry no lo había hecho. Al final, un casi desesperado Voldemort había mandado a llamar a uno de los vampiros (con los que estaba aliado) apenas una semana antes. Vampiro al que nunca más se había vuelto a ver.

 

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Durante el banquete de bienvenida al nuevo curso se formó un gran revuelo. Harry Potter se había ocultado desde el final de guerra y las noticias que se habían dado sobre él no eran muy esclarecedoras. Así que cuando el joven entró al salón, la única atención que no cayó sobre él fue la de sus profesores, que ya estaban al tanto de todo. La decisión y la discusión entre el profesorado habían sido difícil de tomar y muy acalorada. Algunos decían que tener a un vampiro en el colegio era peligroso, pero Remus (que formaba parte de la plantilla) había usado todo su arsenal personal, producto de años y años de discriminación, para defender la permanencia de Harry en el colegio. Y había respirado tranquilo cuando Minerva mostró un pergamino firmado por Kingsley (el nuevo Ministro) donde se ordenada que Harry terminara ese curso y bajo qué condiciones y lo que se le diría al público.

 

Ron y Hermione se alegraron de ver a Harry, al que no habían visto y del que sólo habían recibido cartas durante todo el verano. Aunque sabían que su amigo era poco dado a las muestras cariñosas, les extrañó que Harry sólo les saludara levantando la mano y un <<Hola>>. Sin embargo, los señores Weasley habían mantenido una seria conversación con ellos, explicándoles que su amigo lo había pasado mal durante su encierro en la mansión Malfoy, que debían ser pacientes y no agobiarlo. Así que decidieron sentarse en frente a él y dejar que fuera su compañero quien iniciara la conversación.

 

Pero esa conversación no comenzó. Harry se mantenía algo distante, sentado en una esquina alejada de la mesa. Tenía la cabeza apoyada en una de las manos, con gesto cansado y desinteresado, mirando fijamente hacia el estandarte con el escudo de Hogwarts que caía sobre le mesa principal mientras el Sombrero Seleccionador cantaba una canción de victoria ensalzando la ayuda y cooperación de todas y cada una de las casas, incluida Slytherin. Después de que la corta fila de alumnos nuevos fueran llamados por el subdirector Snape y elegidos para cada casa, Minerva dio un pequeño discurso.

 

Harry sintió las distintas miradas de todos y cada uno de sus compañeros de colegio sobre él: lástima y pena por parte de muchos, satisfacción por parte de algunos pocos. La Directora había explicado que debido a 'los percances ocurridos durante el verano', a Harry Potter se le había asignado una habitación individual, que dejaba el equipo de Quidditch, y que las clases en las que él participaba sufrirían algunos cambios que ya se mencionarían en cada caso y por el profesor pertinente. Además, Minerva, le dio la bienvenida al colegio al profesor Remus Lupin. Esta última noticia también causó sensación entre los alumnos, que pronto desviaron su atención de Harry a la mesa de los profesores. Menos la de Hermione y Ron, que seguían mirando a Harry sin atreverse a decir mucho.

 

Después de eso, bandejas de platas llenas de comida aparecieron en la mesa. Jarras con zumo de calabaza, de uva o de manzana, salsas de todo tipo, carnes jugosas, verduras brillantes, tartas de chocolate, de merengue, de limón... todo eso se extendía ante la hambrienta mirada de Harry, quien miró a su copa suspirando. Se la llevó a los labios con desgana y comenzó a beber el rojo líquido caliente y espeso.

 

—¿Qué es eso, Harry? —Preguntó Hermione.

 

—Mi comida. —La mirada de Hermione era muy suspicaz, así que Harry resignado, le dio una pequeña explicación—. Digamos que pasé mucho tiempo sin comer en verano, así que no puedo comer cosas sólidas.

 

—Pero...

 

—¡No quiero hablar del tema! ¿Me oís? —Gritó, dando un golpe en la mesa con la copa. El resto de sus compañeros de casa miraron hacia ellos y Harry se levantó y se marchó del comedor.

 

Una mirada oscura y otra mucho más clara, observaron la escena en silencio.

 

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Al día siguiente, tuvieron la primera clase con el profesor Flitwick. Todos los Gryffindor se extrañaron al ver a Harry con un uniforme que prácticamente le tapaba de arriba a abajo. El cuello de la túnica le tapaba hasta la parte baja de la mandíbula y llegaba hasta lo pies, las manos estaban cubiertas por unos gruesos guantes. Lo habían visto caminar por los pasillos, echando por la sombra y en la clase, cuando entró, el profesor cerró las ventanas dejando la clase sólo iluminada por la luz de las velas.

 

Y no fue la única clase que impartieron así. De hecho, en la única que no notaron ningún cambio fue en la de pociones, puesto que siempre estaba oscura. Incluso en la clase de Lupin, éste tenía cuidado en alguna de sus primeras lecciones ya que muchas de ellas necesitaban de hechizos muy brillantes o incluso fuego.

 

Pronto los alumnos comenzaron a hacer correr algunos rumores, y Harry dejó de comer en el comedor con el resto de sus compañeros, haciéndolo directamente en la cocina o en sus habitaciones. Odiaba cómo le miraban los demás, como si fuera un monstruo... aunque realmente lo era. Pero él no se sentía como tal. No se alimentaba de sangre humana, sino de la misma sangre que los elfos conseguían al degollar los cerdos, pollos, pavos, o terneras para después asarlos y dárselo a los demás habitantes del castillo.

 

Le repugnaba la idea de alimentarse de otro ser humano, de clavar sus colmillos para desgarrar la carne, pero también sabía que tarde o temprano debería hacerlo. Sólo esperaba que fuera más tarde que temprano. Pero no era lo único que le repugnaba últimamente. Sus amigos también lo hacían de cierta forma. Odiaba la manera en que lo miraban: Ron siempre con lástima y con el miedo a preguntarle qué le pasó realmente durante ese mes. Hermione con la duda y la curiosidad. Pero los dos con las ganas de saber, de investigar, pero sobre todo el acusador reproche por su silencio.

 

Y él no lo aguantaba. Ni esa actitud, ni el aroma de la sangre que palpitaba en sus venas. No era como si le atrajera, como si escuchara un incesante 'cómeme, cómeme', al contrario... era como el olor de los huevos podridos, algo que le hacía arrugar la nariz pero que a su vez, le recordaba que necesitaba algo más que la sangre fría que le daban en una copa de plata.

 

Después estaba su mal humor provocado por los problemas con sus amigos, a los que prefería no ver, con los que no deseaba hablar porque sentía que no tenía nada que decirles... o al menos nada más allá de las cosas de clase. También, su irascibilidad se incrementaba por el radical cambio de horarios. Durante su estancia en la celda subterránea de la Mansión Malfoy no había tenido noción del tiempo, sólo sabía que las horas pasaban inexorables, pero nada más. Cuando lo rescataron, para casi encerrarlo en las mazmorras del colegio, prácticamente le había pasado lo mismo. Aunque sí era consciente del paso del tiempo porque se le permitía vagabundear por el vacío castillo y parte de los terrenos por la noche. Se había habituado al nuevo horario impuesto por su condición vampírica: dormir de día, vivir de noche.

 

Sin embargo ahora, con el comienzo de las clases las cosa había cambiado. Le tocaba vivir de día con el miedo constante a que alguien descubriera lo que le había pasado, con esas capas y más capas de ropa oscura que aunque se calentaran, no conseguían caldear su helada piel. Le tocaba quedarse encerrado en su dormitorio por la noche, cuando su cuerpo le pedía salir a pasear y mirar el firmamento, aunque fuera para contemplar el reflejo de la luna en el lago. Pero no podía hacerlo hasta altas horas de la madrugada, cuando los prefectos, premios anuales, Filch y su gata habían acabado las rondas.

 

Se sentía solo, más solo que nunca a pesar de que Remus intentaba con fuerza que no fuera así. Solía decirle que comiera con él, que no le importaba su condición ya que él tenía la propia. Pero no era lo mismo. Deseaba ser libre y no podía.

 

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Severus Snape no se había tomado bien su nueva condición, menos aún el constante escrutinio por parte de Remus Lupin, que no paraba de darle consejos sobre <<Cómo ser un buen hombre lobo>>. Que si cuidado con la plata una semana antes de la transformación, que si esos días estaría más sensible y tendría peores cambios de humor, que si el pelo le crecería más, que tendría más ganas de comer carne cruda... Ya ni recordaba —ni quería recordar— todo lo que le había dicho.

 

¿Por qué no podía ganarse ese conocimiento por su propia experiencia? Al fin y al cabo durante muchos años, Lupin había ido adquiriendo esa experiencia y él deseaba vivirla.

 

El primer mes había sido jodidamente doloroso a pesar de haber tomado la poción matalobos. De acuerdo, quería experimentar, pero ser consciente de lo que vivía y hacía. Se había quedado por su despacho y habitaciones, olisqueando los ingredientes. Nunca había notado la sutil diferencia entre los distintos aromas, cómo uno cambiaba a otro y a la vez todos se combinaban creando algo nuevo.

 

Reconoció su propio olor en la ropa y la cama, pero aún así, algo en su interior le dijo que no estaría de más marcar su territorio por lo que acabó levantando la pata en la puerta. Acabó su periplo por sus dominios tirándose en la alfombra de delante de la chimenea, donde acabó por quedarse dormido. El dolor que le sobrevino a la mañana siguiente fue mortal. Todos sus huesos dolían y crujieron al levantarse del suelo para ir a la cama. Se pasó el resto del día tumbado en la cama.

 

Pero él quería más, ansiaba más. Y se le ocurrió una cosa: se suponía que tanto él, como Lupin deberían estar encerrados en sus respectivos dormitorios hechos ovillos peludos. ¿Pero si lo pudiera cambiar? Tal vez, podría salir esas noches tras asegurarse de tomar la dosis de poción. ¿No lo había hecho Lupin durante años? Podría salir, olisquear el aire a libertad... por mucho que éste sólo oliera a plantas, animales desconocidos pero que serían descubiertos, a terreno inexplorado. En definitiva, al Bosque Prohibido.

 

No obstante, no le quedó otra que portarse bien un tiempo, a pesar de que sólo Lupin sabía de su condición. El muy cabrón le había chantajeado, diciendo que hablaría con Minerva y le contaría lo que sabía y lo que había hecho meses atrás si no le apoyaba y ayudaba a recuperar su antiguo puesto como profesor.

 

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Dos personas pálidas, de pelo negro caminaban hacia el mismo sitio: la clase de pociones. Apenas hacia un mes que había comenzado las clases y la luna llena llegaba.

 

Severus Snape notaba cómo su olfato se agudizaba durante esos días y su gran nariz no pudo evitar captar un olorcillo salvaje pero a la vez inocente y puro. Y sexual.

 

Harry Potter tenía un caramelo con sabor a sangre en la boca para intentar calmar su continua ansia cuando un aroma agradable llegó hasta él. No era la primera vez que lo olía, pero sí era la primera vez que era tan fuerte y claro, embriagándole con un característico olor a hierbas secas, cosas muertas pero a la vez vivas. Y sobre todo el olor óxido de la sangre, un olor que se le hacía dulce y le provocaba. Le atraía, le llamaba, le incitaba y le abría el hambre. Y le excitaba.

 

Esa clase fue un auténtico desastre y Severus se vio obligado a terminarla antes de lo previsto. Potter parecía estar en las nubes, por lo que había causado una explosión que ni el propio Longbottom hubiera creado, ni aunque lo hubiera intentado. Pero también era cierto que él no se había percatado porque intentaba averiguar de donde le había llegado ese olor que tanto le gustaba pero que había desaparecido en cuanto los alumnos encendieron los fogones y echaron los primeros ingredientes al agua hirviendo.

 

Los siguientes días no fueron mejores. Ron y Hermione no paraban de intentar acercase a Harry, pero al final, éste había acabado diciendo palabras demasiado hirientes para conseguir que se alejaran de él. Severus también tuvo que ponerse más borde de lo normal con Lupin para que dejara de darle sermones y consejos para recuperarse más rápido después de las transformaciones.

 

Pero ambos deambulaban intentando averiguar de donde procedía ese exquisito olor que les nublaba el sentido. No fue hasta la primera noche de luna llena, que uno de los dos lo averiguó.

 

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Tras tomarse la poción, salió del castillo para ir hacia el Bosque. Faltaba poco para anochecer, así que tuvo que darse prisa en llegar. Se desnudó y dejó la ropa escondida cerca del Sauce Boxeador, ya que sabía que ningún alumno, que tuviera un mínimo de respeto hacia su integridad física, se acercaría a ese árbol.

 

Cuando el sol se ocultó y la luna brilló intensamente blanca en pleno cielo nocturno sintió el dolor en pleno pecho haciendo que su corazón se acelerara. Tras eso, el dolor de sus huesos rompiéndose para volver a regenerarse más largos o más cortos y con otros ángulos: su pecho se estrechaba, el cambio de posición y lugar del dedo grueso hasta convertirse en un dedo vestigial, una pequeña membrana creciendo entre los otros. El fuerte pelo negro creciendo por todas partes, la nariz y la boca fundiéndose a la vez que se alargaban para formar un hocico. Los dientes desarrollándose para dar lugar a unos colmillos afilados. Y en sus negros ojos negros adaptándose hasta tener una vista perfecta en la noche. No eran todos los cambios que se producían, pero sí los más notorios tras un par de transformaciones. Quizá la más importante porque eran los primeros que se percibían. Pero esto era una sóla pequeña fase, quedaba la otra: el cambio de la mente humana y racional a la animal... o eso se suponía, porque la poción matabolos le ayudaba a quedarse en una especie de mente intermedia, en la que se veía impulsado por los instintos animales pero con la que podía razonar y tomar otras decisiones si su lógica humana lo creía mejor. En definitiva lo convertía en un animal con mente humana.

 

Tras todo el cambio, se dio la vuelta y se internó en el Bosque, dispuesto a explorar.

 

Harry se había encerrado en su habitación tras una nueva discusión con 'sus amigos'. Se había tumbado en la cama y sin darse cuenta se había dormido. Fue Hedwig quien le despertó dándole unos ligeros picotazos en la oreja. Abrió los ojos y vio que su compañera, a la única que soportaba últimamente, le entregaba un sobre de parte de Shackelbot. Por fin el Ministro había llegado a un acuerdo con los centauros que habitaban en el bosque para que Harry pudiera cazar en él. Tenía permiso para ir tras animales no mágicos. Aquello le gustó y lamió uno de sus colmillos mientras miraba el reloj. Era la hora perfecta para salir.

 

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Le gustaba la tranquilidad de las frías aguas del Lago Negro, cómo la luna y las pocas luces encendidas del castillo se reflejaban en la superficie, aún a sabiendas de que bajo esa serenidad bullía un mar de aguas calientes que albergaban vida.

 

Durante un rato lo observó para intentar calmar las ansias de su interior, porque sabía que no debía precipitarse si quería 'comer caliente' esa noche. Además, tenía que elegir qué cazar esa noche. Sin duda lo mejor iba a ser un animal pequeño como un conejo. Un blanco y esponjoso conejito. Con esa idea se encaminó al interior del Bosque.

 

Le costó encontrar alguna presa de las deseadas, y aunque más que blanco era de color grisáceo, acabó encontrando uno. Lo siguió durante un buen rato, viéndole comer hierba con las orejas extendidas para captar cualquier ruido cercano. Intentó acercarse caminando, pero su presa simplemente huyó. Fue gracias a esa nueva velocidad adquirida que pudo seguirla y, finalmente, saltar sobre ella, agarrándola del cuello.

 

Los ojos asustados de su presa le miraban, las orejas que juntaron tiesas hacia atrás, la naricilla moviéndose incansable. Un atisbo de piedad nació en él, pero era dejar vivir al conejo o calmar su sed. Abrió la boca, permitiendo que sus colmillos crecieran, cerró los ojos y los clavó con fuerza. Pronto el animal dejó de retorcerse entre sus manos, mientras él arrodillado le absorbía la vida. Tan concentrado estaba, que no notó ese aroma que tanto le embriagaba y que ahora estaba cerca de él. No se dio cuenta de que alguien le vigilaba.

 

Severus Snape, transformado en lobo había captado un rápido movimiento cerca de donde estaba y que había dejado como huella aquel olor. Con cautela se acercó hasta el lugar de donde provenían aquellos ruidos hambrientos y el chillido de un animalejo indefenso. Camuflado en la oscuridad observó por segunda vez a Harry Potter alimentándose desde que el joven era un vampiro. El conocimiento de que era ese alumno en particular el poseedor de tal esencia le acompañó no sólo esa noche, sino los días venideros, de forma perturbadora.

 

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A principio de Octubre comenzó la nueva temporada de Quidditch del colegio y para el último entrenamiento, Ron quería que Harry diera como antiguo capitán del equipo, su opinión sobre el que él había formado. Pero como su amigo alegaba tener fotofobia y agorafobia no había forma de sacarlo del castillo, así que junto con Hermione, decidieron hacerle una pequeña encerrona hartos de que siempre pusiera mil y una excusas para no quedarse con ellos a solas, o incluso poner un pie en la sala común de Gryffindor. Su amistad se rompía cada día más y sólo quedaba ese supuesto lazo de unión. Tal vez si lo utilizaba pudieran volver a ser lo que siempre habían sido: el trío dorado del colegio.

 

Una tarde, pillaron a Harry por uno de los pasillos y lo acorralaron, cada uno por un lado para evitar que se escapara y poco a poco lo fueron llevando hacia una puerta que daba a uno de los patios interiores. Harry, demasiado cansado porque la noche anterior había estado de caza hasta casi el amanecer, no se percató de la maniobra de sus compañeros hasta que fue demasiado tarde. Cuando quiso darse cuenta, le habían empujado por la puerta, exponiéndolo a la luz solar.

 

El color rojo que surgió instantáneamente en la cara del chico de ojos verdes, podía competir con el de su casa. Los gritos de dolor les paralizaron, mientras la piel se iba abriendo en capas. Harry se echó las manos enguantadas a la cara y volvió a entrar corriendo. No paró de hacerlo, por todos los pasillos y pasadizos (por los que huía de tropezarse con otros alumnos) que conocía hasta llegar a la enfermería.

 

Madamme Pomfrey hizo llamar a Severus urgentemente. Necesitaba algo para aliviar el inmenso dolor de Harry, pero también para restaurar toda esa piel quemada y que al cicatrizarse comenzaba a formar duras costras negruzcas sobre la pálida piel. Por la zona de menos exposición la piel se presentaba llena de ampollas a punto de romperse en cualquier momento. Antes de que Harry cayera inconsciente por una poción administrada para tal efecto, con la intención de dormirle y poder tratarle con el menos dolor posible, sólo respondió una pregunta.

 

—¿Quién ha sido, Potter? —La voz de Snape sonaba dura.

 

—Hermione y Ron.

 

Enfermera y profesor se miraron asombrados por unos segundos, pero poco duró su turbación ya que el paciente necesitaba toda su atención. Paciente que había quedado inconsciente en brazos de morfeo con la sensación de que allí había aparecido un aroma que le hacía pensar en la seguridad de estar en su casa, de estar protegido.

 

La sanción impuesta por Minerva fue una espada atravesada en el orgullo Gryffindor: les habían restado todos los puntos ganados y quitado la posibilidad de participar en la competición deportiva entre casas. A parte de ese castigo colectivo a la casa por no respetar a su compañero 'enfermo' y dar ejemplo al resto del cuerpo estudiantil, a Ron y Hermione se les quitaron los cargos de Prefecto y Premio Anual, además de estar castigados durante el resto del curso sin salidas a Hogsmeade o la posibilidad de ganar puntos para su casa.

 

Pero Hermione no podía quedarse callada y al preguntar si Harry era un vampiro, sólo recibió una mirada fulminante de su antigua Jefa de Casa y ahora Directora.

 

—La condición del Señor Potter ha dejado de ser su incumbencia, Señorita Granger. —Dijo Severus Snape.

 

Después de eso, se marcharon del despacho sin decir nada más, con la silenciosa promesa de no decir nada a nadie.

 

Al resto de alumnos se les informó de que Potter había tenido una recaída y que estaría unos días en la enfermería.

 

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En el día de Halloween, Harry volvió a sus clases sin una sola cicatriz en la cara (aparte de la ya tan famosa en forma de rayo). El proceso de curación había sido doloroso: cada día Poppy levantaba parte de la piel quemada y le untaba cremas, pero eso no había parecido no funcionar. Así que acabaron por usar otra opción: levantarle la piel y tras eso, alimentarle directamente con algún animal que Hagrid traída vivo del bosque. Sin embargo, Harry debía admitirse que el sabor de la sangre de conejo ya le hartaba y quería probar otros sabores.

 

Tampoco había sido fácil el reencuentro con sus compañeros. En cuanto entró al aula de Defensa aquella mañana, Ron y Hermione habían intentado acercase a él.

 

—Sería mejor que os mantuvierais alejados de mí. —Fueron sus frías palabras, dichas con un odio surgido por un ataque inofensivo, que pudo haber acabado con su vida. Esa vez, las miradas dolidas de los chicos no le ablandaron y agradeció enormemente la interrupción de Remus para dar comienzo a la clase.

 

Esa noche había luna llena y como se encontraba mejor, Harry decidió pasar del baile. Se fue directamente al Bosque. Quería algo grande, tal vez un ciervo estaría bien. Pasar de los conejos a los ciervos le daba cierto reparo, porque sentía como si fuera a cazar a su padre pero el hambre era el hambre, y tras su convalecencia unos conejos no iba a solucionarlo.

 

Sin embargo, no había contado con cierto detalle. Si a su padre le llamaban Cornamenta, era por algo. Estatus, ataque y protección. El ejemplar que había estado siguiendo era un macho ágil pero también con cierto carácter y que no se amedrentó para defenderse. La cornada inicial pudo esquivarla pero la segunda no, y uno de los cuernos se le clavó en costado, desgarrándole al salir. El ciervo huyó corriendo en dirección contraria, dejándolo tirado en medio del Bosque.

 

Escuchó un ruido y al mirar hacia el lado de donde provenía ese sonido, vio a un enorme lobo negro que se acercaba a paso lento. Se asustó e intentó moverse, pero una gran zarpa le empujó, tumbándolo de nuevo en el suelo. El enorme hocico se enterró en su cuello, mojando su piel mientras la cálida respiración caía una y otra vez sobre él, estremeciéndolo. Fue entonces cuando notó ESE olor. El que le había estado persiguiendo desde que había llegado al colegio.

 

Sin dudarlo, alzó la mano a la cabeza y hundió los dedos en el tupido pelaje. El animal bajó el morro hasta la herida y la lamió hambriento. Por su lado, él mismo ansiaba clavar los colmillos en el lobo, probar su sangre. Porque sabía que sólo esa sangre calmaría su sed. Poco a poco, el lobo se tumbó encima de él, dejando la gran cabeza apoyada en el suelo, junto a la suya, haciéndole gemir ligeramente por el dolor de la herida.

 

Sin saber cómo se atrevió a alzar su rostro, acariciando con la mejilla el cuello del lobo y después simplemente mordió. La espesa sangre cayó en su boca, llenándola de un sabor asombroso que era incapaz de describir a la vez que el dolor de su costado remitía y caía en un profundo sueño curativo.

 

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Cuando despertó lo hizo en un lugar que no conocía. Afortunadamente la habitación donde estaba carecía de ventanas. Sólo el tenue resplandor de los rescoldos de la chimenea iluminaban la estancia, pero para él era más que suficiente para ver a su alrededor. Se incorporó lentamente.

 

—Ve con cuidado. —La voz de Severus Snape le asustó. Le miró con los ojos abiertos e incapaz de pronunciar palabra. No cuando ese olor estaba ahí. En el cuello de su profesor vio un vendaje y entonces lo entendió.

 

—Así que eras tú. —Severus asintió en silencio poniéndose de pie. Sólo llevaba un pijama negro y se le notaba cansado—. ¿Desde cuándo?

 

—¿Desde cuándo qué? ¿Soy un hombre lobo? —Ahora era Harry quien asentía—. Unas semanas antes de rescatarte, cuando por fin dejé de ser un mortífago para Voldemort.

 

El silencio se apoderó de la habitación durante los minutos que se quedaron mirándose, sin saber qué más decir pero reprimiéndose de hacer lo que realmente querían hacer.

 

Tragando saliva, Harry se puso en pie, descubriendo que sólo tenía los calzoncillos puestos y se acercó a su profesor. Llevó las manos al cuello de éste y desató el vendaje para descubrir las dos pequeñas incisiones en la pálida piel. Las rozó con la yema del dedo índice haciendo estremecer a Severus, quien no apartaba la oscura mirada de él. Harry llevó la otra mano al lugar donde se suponía que debía tener una herida de cornada, pero allí no había nada. Le sonrió a Severus.

 

—Gracias.

 

Severus se acercó más a él.

 

—No tienes que darlas. —Apenas fue un susurro que provocó un escalofrío en Harry.

 

—Pude no haber parado.

 

—Pero lo hiciste, —las manos de Severus fueron hasta la cintura de Harry— y me alegro de que lo hicieras, sino no podría seguir oliéndote.

 

Volvieron a quedar en silencio, con Harry acariciando la herida durante un rato. Al final Severus volvió a hacer lo mismo que la noche anterior: se pegó a Harry, dejando su cuello expuesto ante él, mientras hundía su nariz en el de su alumno. Ambos gimieron. Amaban el olor del otro. Necesitaban el olor del otro.

 

Harry lamió el cuello con cuidado, pasando la lengua por esos dos puntitos. Severus bajó las manos hasta el culo de Harry, que saltó separando las piernas y enganchándolas en la cintura del otro, para ser llevado a la cama. Podía notar cómo la piel de su pareja se estremecía bajo el pijama, pero quería tocar esa piel caliente, llegar a lo que había debajo de ella.

 

—Puedes hacerlo, pero sólo un poco. —Fue el susurro que recibió.

 

Y allí, tumbado en la cama con Severus Snape aprisionándole contra el colchón, clavó de nuevo sus colmillos en el cuello del otro. Sólo un sorbo, lo suficiente para calentar su cuerpo. Cuando se separó, volvió a lamer la piel una vez más limpiando los restos de sangre, pero pronto, su boca fue asaltada por otra. Su lengua acariciaba la de su profesor, siguiendo el violento juego del otro mientras desgarraba los botones de la camisa al ir tirando de la tela para abrirla.

 

Las manos acariciaban, las piernas se enredaban y las caderas chocaban. Ambos excitados. Ambos salvajemente excitados. Necesitaban más, mucho más y no se cortarían a la hora de tomar lo que cada uno sentía como propio. Pronto las manos de Snape llegaron a los calzoncillos de Harry, se arrodilló entre sus piernas y le quitó la prenda con un poco de ayuda por parte del joven. Tras eso, fueron las manos de Harry las que volaron por el cuerpo de Severus, quitándole la desabrochada camisa y los pantalones. Las bocas volvieron a unirse hambrientas. Harry mordió la lengua para chupar la sangre directamente de la boca que había aprendido a amar al primer contacto.

 

Severus gimió ante el pequeño dolor, pero no le importó. Sólo importaba ese olor que desprendía el jovencito bajo su cuerpo. Ese olor a excitación, a deseo de ser tomado y reclamado, al deseo de que el macho de la manada lo dominara. Renuente dejó la joven boca para bajar por su cuello y pecho, agarrándole las manos a los lados del cuerpo para poder hacer su trabajo. Al llegar al estómago lo mordió, demostrando su posición dominante, recibiendo como respuesta un gemido placentero. Bajó un poco más, embriagándose del olor a predisposición que mostraba el otro. Dio un beso en la joven polla erecta que se alzaba entre las piernas de Harry, lamió el glande en su camino hasta la base. Acarició con la punta de la nariz los redondos testículos.

 

Soltó las manos de Harry para llevarlas a sus corvas y abrirle las piernas, haciendo que se mostrara en su totalidad ante él. Y ahí estaba: la pequeña y virginal entrada arrugada. Con un gruñido salvaje se abalanzó sobre ella, lamiéndola con fuerza. Los puños de Harry se cerraron sobre las sábanas mientras su cuerpo se arqueaba de placer, pero era poco el que recibía, quería más y lo hizo saber alzando la cadera ligeramente.

 

Severus le entendió a la perfección, así que volvió a subir por el cuerpo de Harry y se situó entre su piernas otra vez. Llevó una mano a su erección y la guió hacia la entrada, presionó y se abrió paso.

 

—Síii... —Dejó escapar Harry de sus labios al sentirse invadido. El dolor le daba igual, sólo sabía que se sentía reclamado y era suficiente.

 

En cuanto estuvo dentro del todo, Severus besó a Harry antes de retirarse. Había dejado que todo su peso cayera sobre el joven, y llevado las manos hacia el culo prieto, agarrándolo de forma que pudiera usarlo como anclaje. Ambas caderas se movían frenéticamente contra la otra. El sonido de la carne chocando contra la carne, los chupeteos constantes de una boca sobre la otra y los jadeos y gemidos, eran los únicos sonidos que se escuchaban en la habitación.

 

Ninguno de los dos podía ni quería prolongar el acto. Sólo querían culminarlo. Las embestidas eran fuertes, duras... salvajes. Severus gruñía en el oído de Harry cuando éste le mordió en el cuello una vez más.

 

El orgasmo fue simultáneo. La polla de Harry se agitó entre ambos cuerpos, golpeando ligeramente el estómago de Severus mientras les mojaba de semen. La de Severus convulsionó dentro de Harry, espoleado por las contracciones del esfínter que parecía exprimirle.

 

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—¿Hay alguien que sepa lo tuyo? —Preguntó un curioso Harry que no dejaba de jugar con el oscuro vello del pecho de Severus.

 

—Sólo Lupin. Se encargó de que los demás no lo recordaran. —Las manos de Severus acariciaban la fría espalda del joven que descansaba sobre su pecho.

 

—¿Qué va a pasar ahora?

 

—No lo sé, supongo que deberíamos dormir. Aún es de día y yo estoy cansado.

 

—No me refiero a eso, sino a nosotros ¿qué va a pasar?

 

Severus rodó en la cama, dejando a Harry debajo de él. Le miró a los increíbles ojos verdes.

 

—Pasará que a Minerva le va a dar un soponcio cuando sepa que no tiene a un hombre lobo entre el profesorado, sino a dos y que uno de ellos tiene de pareja al vampiro que intenta ocultar entre el alumnado. —Beso los labios con suavidad—. Pasará que te mudarás a nuestras habitaciones porque no te quiero lejos de mí. Pasará que a partir de ahora se te acabaron esas estúpidas y peligrosas cazas en solitario.

 

—¡Pero tengo que comer!

 

—¿Es que mi sangre no es suficiente para ti? —Harry sonrió enseñando los colmillos.

 

—Nunca me cansaré de tu sabor.

 

—Eso espero, jovencito, porque pienso investigar cómo puedo quedarme a tu lado para toda la eternidad.

 

Severus volvió a besar a Harry con calma, saboreándose en la boca del otro. Tras eso, se bajó de Harry y éste se acomodó de lado dándole la espalda. Severus subió más la sábana y la manta para taparles mejor y se pegó a Harry. Sabía que la relación sería difícil por muchas causas, como la diferencia de edad, su relación profesor-alumno o los caracteres diametralmente opuestos que tenían. Sin embargo, era una relación evocada al éxito.

 

El lobo había encontrado a su pareja. El vampiro había encontrado la sangre perfecta. Y Severus Snape había hablado en términos extremadamente serios: haría todo lo posible para permanecer junto a su pareja y alimentarla durante toda la eternidad.

 

 

FIN

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