Recapitulación

 

Dedicado con cariño a Rowena, Silvara, Olga, Mishima, Hermione y Ro. ¡Espero que os guste!

Harry salió del salón totalmente decidido a subir a su dormitorio para enfrentarse Severus. Porque de eso se trataba: de enfrentarse su antiguo profesor, el último bastión de la resistencia y el que, a su vez, tenía en su mano la vida de Tom... aunque no lo supiera. Respiró hondo, intentando calmarse y serenar su mente. Notaba su cuerpo rígido por los nervios, así que sacudió un poco los brazos. Puso un pie en el primer escalón de madera que lo llevaría hacia una intensa batalla. Bajó el pie rápidamente, se pasó la mano por el pelo y puso rumbo al lado contrario de donde pretendía ir. Sería mejor ir primero a la cocina y tomarse una poción que le ayudara a despejarse. Era totalmente consciente de que, para poder encarar a Severus, iba a necesitar tener la mente la clara y el alcohol que había ingerido antes, durante y después de la cena, se lo impedía.

 

—¿No subes? —susurró Tom, observándole con aire divertido desde la puerta.

 

Su cerebro pareció golpear contra los huesos de su cráneo cuando giró la cabeza para mirar a Tom. El muy cabrón le sonreía como si se estuviera burlando de él.

 

—Sí, ahora —dijo, intentando reprimir la súbita contracción de su estómago que amenazaba con hacerle vomitar la cena sobre el suelo del pasillo.

 

Tom le miró con cierta preocupación en sus ojos y se acercó a él, poniéndole la mano en la frente.

 

—Sudas. ¿Estás bien?

 

Harry retiró la cabeza hacia atrás, molesto por el breve contacto. Desde que había empezado a relacionarse con Tom de forma tan íntima, su cicatriz parecía haber desarrollado cierta inmunidad. Ya no dolía nada más tenerlo presente y no tenía la sensación de que su cabeza fuera a partirse por la mitad. Incluso podía soportar que tocara parte de su frente, pero jamás su cicatriz. No la sentía arder, simplemente le cosquilleaba de una forma que no le era agradable. Se llevó la mano hasta el rayo que marcaba su frente y se frotó encima de la marca.

 

—Sí. Sólo que al intentar subir me he mareado un poco.

 

Una vez más, Tom entrecerró los ojos, mirándole con una intensidad que casi golpeó al joven. Las fosas nasales de la reptiliana nariz se ensancharon cuando inspiró rápidamente y el aire sonó con fuerza cuando lo exhaló.

 

—¿Cuántas copas, Harry? —La voz sonó en un susurro bajo, con el tono frío del Señor Oscuro.

 

Harry se movió incómodo. Pero aun así, le miró haciéndole frente e intentando ocultar la vergüenza que le asaltaba en ese momento. A pesar de ello, sus orejas se sonrojaron ligeramente. Harry pudo sentirlo y deseó que Tom lo tomara como producto de su evidente ebriedad.

 

—No muchas, unas cuatro o cinco —respondió sin titubear.

 

—Y te has pasado casi toda la noche jugando con la comida en vez de comértela.

 

Harry resopló. Odiaba cuando Tom se comportaba como un padre preocupado. Miró al suelo y suspiró, bajando los hombros. Se acercó a él y lo abrazó por la cintura, acariciando con la nariz la pálida e imberbe mandíbula.

 

—No te enfades, por favor. —Depositó un beso en el cuello, cerca de la nuez de Tom—. No esta noche. —Sonrió al sentir las manos de Tom en su cintura.

 

—Bebes demasiado —dijo, acariciando la espalda del joven.

 

—Sabes que...

 

—Cada vez bebes más —interrumpió la protesta. Levantó la barbilla de Harry para obligarle a mirarle—. Entiendo lo de esta noche, es tu cumpleaños. Así que vamos a dejarlo por ahora. —Harry sonrió con picardía y asintió con la cabeza—. Lo que no entiendo es por qué hace un minuto estabas bien en el salón y ahora no.

 

Harry encogió los hombros.

 

—No estoy borracho. Y lo sabes porque me has visto borracho. Simplemente... no sé, me he mareado un poco, pero estoy bien.

 

Se acurrucó de nuevo entre los brazos de Tom, escondiendo la cabeza en su cuello. Notó los labios fríos en su sien y, como respuesta, recorrió con su lengua la piel de su maestro..

 

—Vete a la cocina, tómate una poción y, cuando estés mejor, más despejado y... nada cariñoso, haz tu trabajo. O, al menos, inténtalo —ordenó secamente, antes de soltar a su aprendiz.

 

Harry se quedó al pie de la escalera, con una mano apoyada en el barandal, mirando cómo Tom las subía. Cuando lo perdió de vista, se irguió y no pudo evitar sonreír socarronamente: había conseguido lo que quería. Sacudió la cabeza de un lado a otro, negando mientras seguía sonriendo. Conocía demasiado a su Maestro como para saber que, aunque le hubiera dado de plazo hasta el desayuno del domingo, por la mañana estaría tocando en su puerta para saber si existía algún avance respecto a Severus. Había conseguido que no hubiera interrupciones y que Severus Snape fuese enteramente suyo hasta el final del plazo.

 

Cuando llegó a la cocina, no pudo evitar fruncir el ceño durante un momento. Sobre la vieja mesa de madera estaban todos los calderos, las fuentes, la cubertería, las copas y la vajilla que se habían usado durante la cena. Kreacher jamás abandonaba la cocina sin haberlo recogido todo. Extrañado, fue hasta el mueble donde guardaban una pequeña reserva de pociones y buscó la que tomaba cuando estaba borracho. Destapó el vial antes de llevárselo a la boca y se lo bebió entero, sin que realmente le hiciera falta. Con uno o dos sorbos hubiera sido más que suficiente para el estado en el que se encontraba, pero prefería asegurarse bien y eliminar cualquier resto de alcohol en su sangre.

 

Como la poción tardaría un rato en hacer todo su efecto, se sentó en una de las sillas de la cocina para matar el tiempo. Miró los calderos de bronce que tenía delante mientras se recostaba sobre el respaldo y subía las piernas sobre la mesa. Se acarició la barbilla, pensativo. Penélope y Hermione habían cumplido con su papel sirviendo la cena, así que no veía a Kreacher desde que había desaparecido del salón junto a Severus. Suspiró. Lo más probable era que Tom le hubiera dado alguna orden más que él desconocía. Seguramente le había dado la noche libre debido a la presencia de las muchachas. Al fin y al cabo, ésa era una de las normas que implicaba la servidumbre a la que estaban sometidos los mestizos o hijos de muggles: en cualquier reunión a la que asistieran como acompañantes, debían ser ellos quienes sirvieran la comida a sus amos mientras los elfos (en el caso de que los anfitriones los tuvieran) podían descansar o dedicarse a otras tareas.

 

Se acomodó un poco mejor, colocando el culo en el borde de la silla y cruzando las piernas.

 

Las chicas no lo habían hecho mal y Hermione parecía estar adaptándose muy bien a su situación. Durante la cena, Ron le comentó que la joven parecía muy molesta por no poder usar la magia, pero que era muy buena con las tareas domésticas y que, poco a poco, parecía que esa molestia se había ido pasando. Menos cuando de tejer y coser se trataba. Harry esbozó una sonrisa, como ya lo había hecho horas antes, ante la imagen mental de su amigo comprando un libro sobre el tema para su... acompañante. Suspiró. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que ninguno de los jóvenes más allegados a él y al Señor Tenebroso utilizaban la palabra esclavos. Sus padres sí lo hacían y los trataban peor que a sus elfos domésticos. Lucius y Bellatrix eran los máximos exponentes de esa corriente, consiguiendo que Tom tuviera serias palabras con ellos. Aunque más bien, había sido la orden tajante de o cambiar la forma de tratar a sus esclavos o no volver a lucirlos en público, menos en un acto del Ministerio o en una cena de gala. Y todo porque a Harry se le quitaron las ganas de cenar cuando vio el lamentable estado de Lavander Brown —esclava de Bellatrix— en una de esas cenas en casa del matrimonio Lestrange. Ésta fue a servirle un plato y Harry no sólo vio las marcas del látigo y las calvas en su cabellera; la joven tenía algunas heridas en los muslos, que estaban en carne viva, y como iba descalza, Harry pudo ver que le faltaban las uñas de los pies. Se había levantado furioso y, sin decir una sola palabra, se había marchado de la cena. Por supuesto, la discusión con Tom había sido de órdago y, como muchas veces, habían acabado usando las varitas. Fue la primera vez que el aprendiz se impuso sobre su maestro, no sólo mágicamente, también hubo contacto físico cuando Tom se vio acorralado y advirtió que sus hechizos eran desviados —incluso desvanecidos— por Harry.

 

Harry volvió a suspirar. No le apetecía recordar cómo había terminado esa noche en particular. No se sentía orgulloso de su comportamiento y había sido la única vez que se había atrevido a golpear a Tom con el puño... Aunque nunca había dejado de levantar su varita contra él, ya fuera para defenderse o para ser el primero en atacar. Le sentaba mal ver cómo muchos de los miembros del círculo interno se comportaban con sus regalos. Porque esos esclavos no dejaban de ser eso: un regalo por sus buenos servicios. Sin embargo, los jóvenes no eran así. Quizás porque lo que tenían en mente para sus acompañantesera otra cosa.

 

Sonrió sacudiendo la cabeza. A pesar de la actitud inicial de Hermione, a Ron no le había costado que la joven acabara en su lecho. Por su lado, a Draco le había costado sudor, sangre y lágrimas que Remus acabara en la suya. Empezando porque tenía que luchar contra un licántropo que no estaba dispuesto a ponerle las cosas fáciles en ese sentido y terminando porque Draco tenía que luchar contra su padre, por mucho que tuviera permiso del Señor Tenebroso para mantener ese tipo de relación con su adquisición. La paciencia que había demostrado el joven rubio con el hombre mayor, cómo lo había respetado e incluso cuidado tras las noches de luna llena, habían conseguido que Remus accediera.

 

Bajó los pies de la mesa, se inclinó hacia adelante y apoyó los codos sobre la tabla. Dejó que sucabeza cayera hacia adelante y que las manos masajearan sus sienes. ¡Había sido tan difícil llegar a ese punto! Estuvo meses investigando distintos tipos de uniones y tratos mágicos, hasta que encontró los que necesitaba, los que le ayudarían a que Tom aceptara su propuesta para 'hacer algo útil con los magos y brujas que se pudrían en Azkaban'. Exponerle su plan y que lo aceptara le había llevado unos días, pero lo había conseguido.

 

Las manos se deslizaron por su pelo, después se cerraron sobre su cabeza, apretando firmemente los mechones que habían quedado atrapados entre sus dedos. Dio un pequeño tirón. Sentía la necesidad de provocarse un mínimo de dolor para saber que lo que pasaba a su alrededor era real. Que esa misma tarde había tenido enlas manos los pergaminos firmados con la sentencia de muerte de Severus; que Tom se lo había regalado —o algo parecido— apenas unas horas antes y que, hacía una escasa media hora, había llegado a un trato con su maestro. Ahora, si jugaba bien sus cartas, Severus Snape sería suyo ysólosuyo.

 

Un escalofrío recorrió la espalda de Harry. Las palabras de Tom habían sido muy certeras: cada vez que le tocaba visitar a Severus para interrogarle, acababa en el Íncubo Ardiente, desfogándose lo mejor que podía y con quién podía... pero nunca era Severus. Y todo desde aquella visión que su maestro y él habían visto.

 

Súbitamente nervioso, y con las manos temblorosas, sacó un paquete de tabaco del bolsillo de su pantalón. Encendió un cigarro y dejó que el humo inundara sus pulmones antes de soltarlo, como si del hilo de un recuerdo se tratase.

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

El Señor Tenebroso y Harry Potter entraron en el calabozo mientras la puerta se cerraba con un sonoro golpe tras ellos. Severus Snape los miraba altanero y orgulloso, a pesar de estar atado de pies y manos en la silla donde se encontraba sentado.

 

—Severus, me estoy empezando a hartar de esta situación —dijo Voldemort, con la voz más fría de lo normal—. Sabes que no suelo tener paciencia, pero contigo estoy teniendo demasiada.

 

El prisionero seguía mirándoles fijamente, sin decir una palabra.

 

—Hoy no saldrás de aquí inmune —continuó Harry—. Tu traición te va a salir más cara de lo que piensas.

 

Harry observó fijamente a Snape. Su aspecto era lamentable: la túnica de preso le quedaba grande, su piel estaba más amarillenta que de costumbre y se le pegaba a los huesos de la cara, brazos y manos de una forma asquerosamente insana. Las azuladas e hinchadas venas dibujaban diversos caminos palpitantes en sus tensas muñecas. Las manos estaban cerradas fuertemente sobre la mesa, unidas por un visible hechizo Incarcerus, que brillaba indolente en medio de la tenue luz de la celda. Los ojos negros sobresalían de las cuencas y los párpados eran los únicos trozos de piel que mostraban algo de color, si no se contaba el tatuaje que los tres presentes sabían que adornaba el escuálido brazo izquierdo del prisionero. El pelo caía largo y desvaído, más sucio y grasiento de lo normal, abriéndose en mechones apelmazados. Del cuello colgaba un amuleto pesado: una esfera plana del tamaño de un galeón, con diversas runas célticas grabadas en la superficie. Se mantenía en su lugar por una fina tira de cuero que era insuficiente para sostener el peso; en su momento, había sido colocada con magia, clavándola en la piel de Severus. Por último, estaba el olor asudor rancio de varias semanas y también el de orín, junto a las manchas que se podían percibir a la altura del regazo de Snape. Detalle que no le gustó para nada a Harry.

 

Tom, ¿algo que no me hayas dicho? —preguntó en pársel, señalando hacia las manchas.

 

Voldemort alzó su varita y apuntó a Severus.

 

Aguamenti —susurró, mirando fijamente a Harry antes de hacer una mueca con la boca que intentaba ser una sonrisa indulgente.

 

El agua fría golpeó a Severus en la cara, obligándole a cerrar los ojos y la boca.

 

>>Esto acaba de comenzar, Severus. Ya sabes qué quiero de ti. Cuanto antes me lo des, antes acabaremos.

 

Severus escupió un poco de agua quele había entrado en la boca; después giró lentamente la cabeza hacia Voldemort, mirándolo como si no temiera nada.

 

—No. —La voz sonó firme y contundente.

 

Harry observaba en silencio, apoyado en una pared: tenía una pierna doblada y apoyada sobre la fría piedra y los brazos cruzados sobre el pecho. Comienza el espectáculo,se había dicho a sí mismo, justo en el momento en el que Voldemort lanzaba un nuevo hechizo sobre el antiguo profesor. Después de un largo rato, en el que las maldiciones no dejaban de salir de la varita de Voldemort, fue su turno. No se reprimió: el Cruciatus le salió con ganas y golpeó fuertemente sobre el hombre, haciéndolo caer de espaldas, obligándole a retorcerse de dolor y a gritar. Algo que no habían conseguido los golpes y cortes de los hechizos de Señor Tenebroso.

 

Se acercó a Severus con lentitud, mientras el hombre aún temblaba de dolor en el suelo. Lo cogió del cabello y con la ayuda de una pierna —bien situada enel travesaño de la silla—, lo volvió a poner de pie, sin importarle haberse llevado consigo un buen mechón de pelo. Sacudió los dedos para que los pelos cayeran al suelo, mirándolos con detenimiento en su caída. Apuntó a la silla y la clavó, literalmente, al suelo.

 

—No queremos que te vuelvas a caer, ¿verdad? —preguntó inocentemente, a la vez que apoyaba la mano sobre la brecha sangrante que tenía Severus en la parte trasera de su cabeza, haciéndole gemir de dolor.

 

Harry miró a Voldemort para ver el orgullo que había en sus ojos.

 

Aún no está lo suficientemente roto —susurró Voldemort.

 

Lo sé. Sólo dame unos minutos más —respondió, sacando de su túnica un vial yganándose un gesto de aprobación por parte de su maestro—. ¿Sabes qué es, Severus?

 

Con algo de sangre escurriendo por los cortes de sus mejillas, brazos, torso y piernas, Severus echó atrás el cuerpo y la cabeza, intentando —inútilmente— alejarse de la redoma que Harry había puesto delante de él.

 

>>Veo que lo recuerdas. Hiciste un buen trabajo cuando aún pertenecías a los nuestros. Sólo espero que la poción se haya conservado en buen estado: no quiero envenenarte. —Le miró fijamente en silencio y poco después añadió, con una sonrisa maquiavélica—: No aún.

 

Abrió el vial y apuntó a Snape con la varita.

 

>>Imperius.

 

En menos de un segundo, la tensión del cuerpo del prisionero se esfumó, dando paso a un muñeco sin voluntad.

 

Finite incantatem. —Tras el contrahechizo de Voldemort, los amarres mágicos que había en las muñecas de Snape desaparecieron—. Bebe.

 

Una temblorosa mano de Snape se alzó para coger el vial que Harry le tendía, se lo llevó a la boca y bebió el contenido. Después de eso, Harry rompió el Imperius con el que lo tenía sometido. Tanto él como Voldemort esperaron y pronto tuvieron la certeza de que la poción estaba en perfectas condiciones aún, a pesar de que había sido elaborada hacía más de veinte años. La piel de Severus parecía hervir: diversas bolsas aparecían en la superficie cutánea para después explotar, soltando un líquido verdoso que hacía crecer nuevas bolsas.

 

—Hazlo otra vez, Harry —susurró Voldemort en su oído y Harry sonrió.

 

—Como gustes —respondió en un tono juguetón—. Crucio.

 

Los gritos de dolor inundaron una vez más la sala.

 

—Tengo hambre, ¿vamos a comer? —preguntó el joven de pronto, interrumpiendo el hechizo de tortura.

 

Voldemort asintió en silencio. Harry invocó un nuevo Incarcerus en las muñecas de Snape. Y ambos abandonaron la celda, dejando a su prisionero a solas y en absoluta oscuridad, jadeando sonoramente mientras de fondo podía escucharse la piel estallando con ligeros 'pop'.

 

Almorzaron con Rodolphus, director de Azkaban, en su despacho. Hablaron durante horas sobre diversos temas: algunas leyes nuevas que estaban por aprobar, los presos que visitarían la semana siguiente, los avances de los Malfoy en las negociaciones de exportaciones con otros países... Incluso, Harry tuvo el descaro de echarse una siesta en el sofá del despacho mientras Voldemort leía El Profeta, con el joven apoyado en su regazo.

 

A media noche, volvieron a la celda de aislamiento donde tenían a Snape. Su aspecto era aún más lamentable que por la mañana: había laceraciones en sus muñecas, algunas llagas seguían supurando, la túnica estaba manchada de sangre por muchos sitios. Por el olor, daba la impresión de que no sólo se había meado encima cuando no estaban. Su cabeza colgaba sobre su pecho, dando la impresión de estar desmayado. Voldemort invocó un nuevo Aguamentisobre él, espabilándolo del golpe. Sin dilación alguna, Harry y él se acercaron al preso.

 

—Veamos qué me ocultas, Severus. —Cogió a Harry de la mano—. Legeremens.

 

OoOoOoO

 

Tras el remolino inicial, Maestro y Aprendiz cayeron en las viejas mazmorras de Hogwarts que Severus usaba como aposentos. Estaban en un pequeño salón con muebles oscuros y repisas llenas de tarros de distintos tamaños y llenos de cosas variadas: pociones más o menos viscosas, animales o plantas. Tiradas en el suelo, había dos túnicas negras con ligeras diferencias: una era más grande que la otra y en la más pequeña se podía ver un escudo de Gryffindor bordado en la pechera.

 

Más ropa estaba tirada en el suelo: una levita, una camisa blanca, una corbata también de Gryffindor, otra camisa blanca más pequeña, unas botas de piel... Todo desperdigado, creando un camino que iba hacia el dormitorio. Las manos de Voldemort y Harry se apretaron a la vez mientras ambos hombres se miraban. Con un asentimiento firme, Voldemort emprendió el camino hacia la habitación desde la que podían escuchar un leve murmullo. La puerta entrecerrada fue abierta por una pálida mano. Ambos hombres miraron desde el umbral los dos cuerpos desnudos que se movían en la cama.

 

—No pares —gimió un Harry Potter de unos dieciséis años, tumbado boca abajo sobre la cama, con la cabeza apoyada en la almohada y agarrando con fuerza el edredón.

 

Detrás de él, tumbado en la misma postura y con las piernas colgando del colchón, Severus mantenía separadas, con las manos, las nalgas del joven mientras su cara se enterraba entre ellas. La cabeza se movía rítmicamente de arriba abajo hasta que se separó, mostrando la boca y la barbilla brillantes por la saliva. Dio un mordisco en uno de los cachetes, ganándose un quejido y una mirada enfadada del muchacho. Severus sonrió antes de volver a morderle.

 

El Harry de la cama se dio la vuelta, exponiendo su excitación ante Severus, sin ser consciente de que había más gente en la habitación... porque para él no la había. Snape seguía besando la piel de sus muslos y dejando caer algún mordisco leve.

 

—Ven aquí... —susurró el adolescente, mirando a un Severus más joven y menos demacrado que el de la celda.

 

—¿Qué quieres? —preguntó Severus con la voz ronca mientras se movía sobre el muchacho hasta cubrir el cuerpo con el suyo.

 

El chico llevó las manos hasta el pelo de su profesor, apartándolo de su cara. Empujó la cabeza hacia abajo y se besaron. Abrió las piernas y abrazó con ellas el cuerpo más grande que le aprisionaba contra la cama. Severus soltó sus labios y bajó por el moreno cuello. Las risas del gryffindor inundaron la habitación, mientras un gemido salía de la garganta del otro, provocado por las constantes caricias en su espalda y la cadera que se frotaba insistentemente contra la suya.

 

Otro jadeo resonó en la sala, no uno de excitación, sino todo lo contrario, de angustia. Rápidamente, Harry notó que Voldemort lo miraba, sabiendo que podría ver claramente su ceño fruncido y su gesto contrariado. Sintió que el Señor Tenebroso se colocaba a su izquierda, deslizando su mano libre sobre la de Harry para cambiar el agarre sin perder el contacto y no romper el hechizo Escuchaba el tenue roce que producía la tela de la túnica de su maestro mientras se colocaba detrás de él.

 

—¿Estás bien? —susurró en su oído. El joven movió la cabeza, inclinándola de un lado a otro en señal de 'más o menos', totalmente incapaz de hablar. Voldemort le abrazó desde detrás y le habló al oído—: ¿Quieres que nos marchemos?

 

—No —la voz sonó estrangulada—, quiero saber en qué cojones está pensando Snape. Algo sacaremos.

 

—Está bien, pero recuerda que estoy contigo. —Voldemort apretó el abrazo y Harry se apoyó en él.

 

—Gracias.

 

En la cama, Severus se deslizaba sobre el cuerpo, besaba cada trozo de piel que abarcaba, acariciaba los muslos de forma lenta mientras Harry suspiraba e intentaba hacer lo mismo pero sin conseguirlo. Severus llegó hasta la dureza que se erguía contra el estómago plano del joven, cubierto de una escasa pelusa negra. Sin dudarlo, lo introdujo en su boca a la vez que una de sus manos se colaba entre las nalgas. El muchacho gimió alto, separando la espalda de la cama. Después, moviéndose despacio para que su profesor no parara, seestiró todo lo que pudo hasta alcanzar la mesilla. Abrió el primer cajón y sacó un pequeño tarro de cristal. Desenroscó la tapa, dejándola a un lado sobre la cama y captó la atención de Severus con un pequeño tirón en uno de los mechones que caían sobre su muslo.

 

—Por favor —suplicó, ofreciéndole el bote.

 

Severus dejó que el pene que tenía en la boca se deslizara fuera de sus labios con un sonido húmedo, sin dejar de mirar a Harry. Luego, mojó un par de dedos en el lubricante y lo esparció por su polla, observando cómo Harry seguía estimulando la propia con caricias impúdicas. Finalmente, Severus volvió a tumbarse sobre su amante, penetrándole despacio.

 

De pie, el Harry adulto contemplaba la escena mordiéndose el labio. Notó cómo la blanca mano que sostenía la suya se tensaba antes de apretar los dedos sobre su agarre. Observó cómo los glúteos de Severus se tensaron al entrar por completo en su versión más joven. Se dio la vuelta y ocultó el rostro en el cuello de Tom. Ni quería ni podía soportar seguir viendo lo que pasaba en la cama. Sin embargo, no podía dejar de oír los jadeos ni las súplicas incoherentes que inundaban el dormitorio. Tom acariciaba su pelo para intentar que se tranquilizara, pero le resultaba casi imposible. Además, su curiosidad innata, esa parte gryffindor que cohabitaba con su parte slytherin, le obligó a mirar una vez más a la cama. Vio cómo su réplica obligaba a Snape a tumbarse en la cama y se sentaba a horcadas sobre él, con las manos apoyadas en los hombros. Cómo se movía y se inclinaba para besar a su profesor.

 

Un gemido ronco inundó la habitación, captando la atención de todos los presentes.

 

—¡Para! —La voz de Severus no sonaba complacida. Estaba llena de dolor.

 

—¿Qué pasa? —preguntó el joven, quitándose de encima de Severus al ver cómo éste se llevaba la mano derecha a la marca oscura que adornaba su brazo izquierdo.

 

—Me está llamando. Debo irme —respondió levantándose.

 

Esas palabras fueron un resorte para el adolescente, que se puso en pie de un salto y atravesó a los dos adultos que miraban la escena en su camino hacia el salón. Volvió rápido, con algunas prendas del adulto —que ya se había puesto los calcetines y la ropa interior—, dejó la levita sobre la cama y le ayudó a ponerse la camisa.

 

—Odio que te llame y que tengas que irte como un perro faldero.

 

El chico, que ayudaba a su profesor con los botones de la camisa mientras él se ponía la levita, parecía enfadado.

 

—Sabes que no tengo otra opción.

 

—Claro, cuando no es uno, es el otro. ¡Estoy harto!

 

Severus atrapó las manos de Harry que, con dedos torpes, intentaba abrochar un botón de la levita.

 

—Harry, le venceremos.

 

—Lo sé. —Harry levantó la cabeza y se enfrentó a Severus, mostrando una mirada intensa y convincente—. Llegará el día en que tú y yo podamos estar juntos y ser felices.

 

Severus sonrió, agarró a Harry de la cintura, acercándolo a él, y apoyó la frente sobre la del chico.

 

—Es lo que más deseo —susurró antes de besarle y soltarte.

 

El Harry adulto, aún en brazos de Tom, le miró con curiosidad. Sin embargo, le fue imposible descifrar el inexpresivo semblante que tenía ante sí. Quiso hablar, decir algo, pero las palabras no le salían. Y justo en ese momento, todo su alrededor se convirtió en un remolino.

 

OoOoOoO

 

Cuando abrió los ojos, descubrió que estaba de nuevo en la celda. Su mano seguía agarrada a la de Voldemort. Se miraron un momento, antes de que el Señor Tenebroso soltara de mala manera el pelo del que había sido uno de sus más leales servidores. Aun así, la fuerza de esa mirada había sido tan intensa que Harry se vio obligado a reprimir el escalofrío que intentaba abrirse paso a través de su cuerpo. El odio que desprendía Voldemort era casi palpable en el ambiente y Harry casi podía percibirlo como el aura oscura que lo había rodeado hacía años en el Ministerio la noche que murió Sirius. La noche que Voldemort le poseyó.

 

Le vio alzar la varita, ocultando el miedo que sentía en ese momento. Escuchó en silencio la única palabra que susurraron los labios de Voldemort y que, prontamente, fue sustituida por los gritos de Severus. Harry conocía bien la sensación de una maldición cruciatusconvocada por un Señor Tenebroso cabreado... muy cabreado.

 

—Vas a volverle loco —dijo, poniendo una mano sobre la que empuñaba la varita. La maldición cesó, pero pudo sentir claramente la ira de su maestro en su palpitante cicatriz.

 

Voldemort le fulminaba con la mirada. Harry podía ver como los huecos nasales se expandían y contraían cuando el otro respiraba.

 

—Ya está delirando —escupió el Señor Tenebroso.

 

—Vámonos a casa. —Su súplica pareció no tener mucho efecto—. Por favor.

 

Voldemort se dio la vuelta haciendo ondear su túnica. Harry le siguió en silencio después de mirar una última vez a Severus. En su fuero interno sabía que lo que vendría a continuación no le gustaría nada. Voldemort estaba demasiado cabreado y eso podía ser muy peligroso, más en el estado en el que estaba. Caminaba a dos pasos exactos de su maestro, observando cómo la magia salía despedida en ráfagas incotrolables de su cuerpo. Los efectos en los guardias de la prisión fueron diversos: algunos se llenaros de cortes, otros cayeron al suelo golpeándose seriamente. Harry pasaba entre ellos, protegiéndose con un escudo y desviando algunos ataques que llegaron a él.

 

Al llegar al despacho de Rodolphus, Harry vio como el hombre cayó de rodillas mostrando la misma pleitesía que otros mortífagos habían exhibido en el cementerio de Little Hangletonaños antes. Por su actitud, Harry supo inmediatamente que el hombre era consciente del enfado de su Amo y que era lo suficientemente inteligente como para no decir nada contraproducente para su salud. Observó cómo, tembloroso, el director de Azkaban lanzaba polvos flu a la chimenea que había en su despacho. Voldemort fue el primero en partir entre las llamas, que se avivaron más de lo necesario cuando puso un pie dentro de la chimenea. Harry tragó con fuerza antes de seguirle.

 

Tom seguía sin pronunciar una sola palabra cuando llegaron a Grimmauld Place, pero su molestia seguía siendo palpable en el ambiente y visible con cada objeto que explotaba a su paso, debido a los incontrolables estallidos de magia. El portazo que dio Voldemort a la puerta de la biblioteca resonó en el salón, donde Harry permanecía sin saber qué hacer, observando el destrozo que había en la habitación. Convocó a Kreacher y le ordenó que arreglara el desastre, después se fue rumbo al íncubo Ardiente. Necesitaba calmarse y no había un lugar mejor que ese antro del Callejón Knocturn, donde podría beber a sus anchas y disfrutar de la compañía de alguno de los esclavos que había comprado el dueño del local. Sin duda, pasar la noche con Justin sería un bálsamo para sus nervios si no quería que se desatara un auténtico duelo del que no sabía si saldría victorioso.

 

Horas más tarde y mucho más tranquilo, Harry se deslizó con cuidado en la cama de Tom. Al colocarse junto a él vio que seguía despierto y molesto. Su mirada, fija en el cortinaje superior del dosel, lo delataba. Sin embargo, supo que era bien recibido cuando los pálidos brazos se ciñeron a su cuerpo y sintió el suave vaivén de unos dedos deslizarse sobre su desnuda espalda. Una fría mano fue a su mejilla para borrar el salado camino de sus lágrimas.

 

—Sshhhh —susurraron unos labios contra su pelo—. Esto no va a quedar así. Severus Snape pagará por su traición y por las aberraciones de su mente enferma.

 

Harry asintió, restregando su cara contra el pecho en el que se apoyaba. Cerró los ojos y apretó su abrazo, intentando esconderse a la vez que disimulaba su malestar. La voz de su maestro había sonado extrañamente suave y eso sólo podía significar una cosa: peligro.

 

¤º°`°º¤ø¤º°`°º¤

 

El cigarro se consumió entre sus dedos, quemándole. Se levantó y fue al fregadero para apagar la colilla. La poción había terminado de hacer efecto y le tocaba hacer frente a su regalo. Le tocaba volver a encararse con Severus. Negociar con él no iba a ser una tarea fácil. Guardó la caja de tabaco en su bolsillo y, sin hacer ruido, salió de la cocina. Subió con cuidado las escaleras, con un paso lento pero firme, dispuesto a enfrentarse por fin al hombre que le esperaba en su dormitorio.

 

Sin embargo, la imagen que le recibió al abrir la puerta le asqueó y sorprendió a partes iguales.


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Comentarios: 1
  • #1

    Lilo (jueves, 11 octubre 2018 14:01)

    OMG! Acabo de encontrar tú blog y me encanta! Está historia no la había leído anteriormente y me fascinó, ojalá la continúes pronto, me gusta mucho tú forma de escribir historias y las tramas que tocas!
    Besos!