Conversación

Harry no pudo evitar llevar uno de sus dedos aún manchados de merengue a su boca, mientras su mirada cambiaba de objetivo. Dejó de mirar a su antiguo profesor para observar al resto de los invitados a la fiesta. Todos estaban manchados con trozos de tarta y limpiándose rápidamente con las varitas, menos Voldemort que se había protegido bien y ahora mostraba una sonrisa ladina, que exasperó al joven. Reprimió un bufido mientras volvía la cabeza al frente, hacia Severus.

 

Lo estudió detenidamente. Con el paso del tiempo encerrado en Azkaban, la piel de Severus se había vuelto más cetrina, con profundas ojeras enmarcando sus oscuros ojos –que lucían apagados y opacos, como si no tuvieran vida o no fuera consciente de la situación–, el pelo más desvaído y la carne más pegada sobre sus huesos, dándole un aspecto menos agraciado que el de costumbre. Llevaba una sus viejas túnicas negras llenas de botones, sólo que no presentaba el aspecto cuidado de antaño: estaba roída por diversos sitios y le quedaba grande.

 

—Estamos esperando, Severus –dijo Voldemort detrás de Harry, apuntando con su varita al hombre que permanecía de pie en medio de una masa pringosa.

 

Severus Snape salió lentamente de entre los restos, moviendo las caderas de forma ligeramente sinuosa mientras el grave timbre de su voz inundaba el ambiente.

 

—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, señor Potter, cumpleaños feliz. —La canción fue lenta, con un tono sexy. Después de cada 'feliz' dejaba salir un suspiro, a la vez que sus hombros se movían con picardía. Sus labios no abandonaban la sonrisa bobalicona que tenían dibujada.

 

Los presentes no sabían cómo actuar ante el bochornoso número que se había presentado ante ellos. Hermione y Harry se habían sonrojado, ya que era los únicos que habían captado el mensaje implícito. El joven de ojos verdes respiró profundamente para calmarse, antes de mirar hacia atrás.

 

—Ni es mujer, ni es rubio, ni va vestido de blanco –dijo secamente. Se acercó a Voldemort y poniéndose de puntillas, le susurró al oído:— ¿Complejo de Kennedy?

 

El señor Tenebroso volvió a coger a Harry de la cintura, acercándole a él.

 

—Me gustan los grandes líderes, y él lo fue.

 

—Sólo sé lo que dicen los libros de historia. Lo asesinaron –respondió el joven de forma fanfarrona. Voldemort entrecerró los ojos antes de soltar al joven que tenía entre sus brazos.

 

El resto del público seguía en silencio, sin saber qué hacer y decir, sintiéndose fuera de lugar.

 

—Kreacher, lleva el regalo de cumpleaños de Harry a su dormitorio. —El elfo obedeció inmediatamente, desapareciéndose del salón junto a Severus en medio de un sonoro pop. El muchacho iba a quejarse, pero una severa mirada roja se lo impidió –. He dicho que después.

 

La respuesta de Harry fue asentir en silencio. Sabía que no era el mejor momento para seguir enfrentándose a su maestro, así que acató la orden más que directa que había recibido y se alejó lentamente.

 

Unas palmadas efusivas sonaron de repente y cuando ambos miraron a los invitados, vieron a Bellatrix aplaudiendo con mucho entusiasmo y a Percy también, que se le había unido en uno de sus tantos actos de adulación descarada.

 

—Ha sido un regalo magnífico, mi Señor.

 

Harry vio cómo Ron rodaba los ojos ante el comentario de su hermano mientras murmuraba “Pelota”, ganándose la sonrisa del resto de jóvenes. Bellatrix seguía aplaudiendo, pero Narcissa la paró tras agarrar con una de sus pálidas las de su hermana. Lucius miraba a su cuñada reprochándole en silencio el comportamiento que mostraba, mientras que su cuñado parecía no estar pendiente de nada. Harry solía preguntarse a menudo cómo era posible que los Lestrange estuvieran casados cuando era claramente visible que Bellatrix ignoraba a su marido, a no ser que fuera para darle órdenes. Lo único que tenía claro es que la causa por la que Rodolphus era tan buen mortífago se debía precisamente al comportamiento de su su esposa: se desquitaba las frustraciones de su fallido matrimonio ejecutando crueles torturas sin que le temblara el pulso. Lo que le convertía en el perfecto Director de Azkaban. Los Goyle y los Crabbe parecían algo incómodos con la situación, claro que siempre parecían estarlo cuando estaban presentes en alguna reunión social del señor Tenebroso.

 

—¿Cenamos? —preguntó Ron, intentando aligerar el ambiente tan extraño que se había producido y todos estuvieron de acuerdo.

 

En silencio, se dirigieron al comedor que estaba decorado como el salón, con los mismos globos y guirnaldas. Kreacher había sabía sacado la vajilla de porcelana y la cubertería de plata que ahora mostraban también la marca oscura, junto al emblema de los Black.

 

Las tres horas de cena y conversación posterior fueron un infierno para Harry. Lo único que había querido al salir del Ministerio había sido llegar a casa, averiguar a qué se había debido la repentina sentencia a muerte de Snape –lo que probablemente acabaría con un duelo entre Voldemort y él–, cenar lo más tranquilos que pudieran y descansar, ya que al día siguiente –su cumpleaños– comenzaban sus vacaciones. Sin embargo se encontró con todos sus planes cambiados por una fiesta sorpresa que, sinceramente, no deseaba.

 

Se dedicó a escuchar las conversaciones surgidas en la mesa, respondiendo sólo a las preguntas directas que le hacían de vez en cuando. Su mente no se apartaba de los motivos que podrían haber llevado a Voldemort a tomar la drástica decisión que había adoptado y a imaginar posibles contestaciones a las dudas que tenía.

 

Finalmente, hacia las once y media de la noche, se fueron todos los invitados. Nada más irse el último por la chimenea, Harry se encaró con Voldemort.

 

—¿Su Tenebrosidad considera que ya es el momento? —preguntó de forma brusca.

 

El Lord entrecerró los ojos ante la provocación recibida.

 

—No se te ocurra volver a hablarme así, Harry. —Sacó la varita de su bolsillo apuntando al joven, pero no le dio tiempo a lanzar el hechizo que había pensado, ya que Harry le desarmó sin esfuerzo alguno.

 

—¿Y pretendes ejecutar a Snape? —dijo el muchacho, alzando la ceja. —Mírate, casi no puedes lanzar un hechizo. ¿Qué crees que pasaría si cualquiera de nuestros mortífagos lo supieran? O peor, nuestros enemigos.

 

—¡No nos quedarían enemigos si me hubieras dejado aniquilarlos!

 

Harry se paseó por delante de la chimenea, mientras ordenaba sus ideas. Necesitaba aclarar su mente para exponer sus puntos de vista y tener a Tom plantado en el salón, mirándolo ofendido y obviamente enfadado pero contenido, no ayudaba.

 

—No puedes ir matando a todo el mundo, Tom. Si lo haces, ¿quién va a obedecerte? Pero no sólo se trata de los que están dentro de nuestras fronteras, también tenemos enemigos fuera. Si te dedicas a hacer una masacre, el resto de países atacará.

 

—¿A dónde quieres llegar, Harry? Me estás cansando.

 

Harry bufó desesperado.

 

—Seguiste mi consejo y evitamos una guerra internacional. Es una cuestión práctica. Estudiar las opciones que tenemos y escoger la mejor, la que conlleve menos consecuencias negativas para nosotros.

 

—Sigue —exigió.

 

—Evitamos esa guerra y nuestro gobierno se está implantando de forma adecuada. Sé que siempre has querido que esto fuera más rápido, pero, si por un instante te paras a pensar, te darás cuenta de que tenemos a la población controlada. Les gustará más o menos lo que estamos haciendo, pero al menos no se nos están rebelando.

 

Voldemort se dio la vuelta y fue al bar a servirse una copa. Harry sonrió internamente porque sabía que estaba consiguiendo que Tom entrara en razón, a pesar de usar los mismo argumentos que en ocasiones anteriores. Ahora sólo le quedaba dirigir la conversación hacia la utilidad de Severus y los motivos para dejarlo vivo.

 

Esperó pacientemente a que el Señor Tenebroso eligiera su bebida y se sentara en el sofá orejero que solía usar. Mientras, Harry seguía planteándose su estrategia.

 

—Entonces, según tú, al no matar a todos los sangre sucia de este país, hemos evitado una guerra internacional.

 

Harry se encogió de hombros.

 

—Eso y la 'buena' disposición de tu gobierno a mantener relaciones pacíficas con el resto.

 

Voldemort le miró fijamente.

 

—Y volvemos a tener esta conversación ¿por qué motivo?

 

—Porque te estás muriendo. —Harry fue tajante.

 

Tom bebió de su copa en silencio.

 

>>Severus es el último bastión de la resistencia. Si cae, todos los que aún no lo han hecho, lo harán. Y tú piensas matarlo. Eso lo convertirá en un mártir para los demás, y los que ya están fuera de Azkaban podrían rebelarse...

 

—¿Cómo tu amiga muggle? —interrumpió.

 

—No pensaba en ella, pero sí. Es un ejemplo. Pero además, te estás olvidando de algo: Severus Snape es el único que puede ayudarte a no morir. —Harry comenzaba a exasperarse por ver la calma de su interlocutor, que acariciaba el brazo del sofá lentamente con la yema del índice —. Sólo él puede estudiar esa poción que hiciste para recuperar tu cuerpo.

 

Harry se dio cuenta de había sido manipulado esa noche en cuanto vio la sonrisa de Tom.

 

—Soy consciente de todo eso, pequeño. Por eso, está aquí. —Harry frunció el ceño—. Tienes hasta el domingo durante el desayuno para hacerle cambiar de opinión. Si no lo consigues, se le ejecutará.

 

—¡Pero es imposible que lo haga! ¡Necesito más tiempo para convencerle!—exclamó sorprendido.

 

—Has podido persuadir al resto, e incluso has colocado a tus viejos amigos en buenas familias. —El joven se sonrojó—. No creas que no me he fijado. —Voldemort se levantó y se acercó hasta él—. Pero no es lo único de lo que me he dado cuenta.

 

Harry le miró incrédulo, intentando no mostrar el nerviosismo que le había inundado mientras Tom le rodeaba hasta colocarse detrás de él. Una pálida mano rodeó la cintura de Harry, quien permitió que el señor Tenebroso le apoyara en su pecho.

 

>>Nos costó romper sus barreras mentales, pero desde que hace dos años vimos esa fantasía, has cambiado tu forma de verle. —Los secos labios se apoyaron en su sien, una mano seguía en su cintura y la otra acariciaba su mejilla—. Da igual cuando tiempo hubiera transcurrido entre una visita y otra: podía ser una semana o tres meses. Cada vez que te ha tocado visitarle en Azkaban, has seguido la misma rutina: vuelves a casa desde la prisión, cenas conmigo y después te marchas al callejón Knockturn. —Esta vez el beso fue en la nuca—. Vas al Íncubo Ardiente y pasas allí la noche. Al día siguiente vuelves a casa fresco como una rosa y muy... mimoso. Como un niño pequeño falto de cariño, buscando cualquier ocasión para que te de un abrazo.

 

Harry se dio la vuelta entre los brazos de Voldemort, pasó los brazos por el cuello del hombre más alto y, por segunda vez esa noche, acarició la parte posterior de la calva cabeza.

 

—¿Qué quieres exactamente que haga y que me darás a cambio?

 

Voldemort apoyó la frente sobre la de Harry, y habló rozando sus labios contra los del muchacho a la vez que fijaba sus rojizos ojos sobre la mirada verde.

 

—Haz que vuelva a estar a mis órdenes, como al principio, como antes de que Dumbledore lo envenenara con sus falacias y será tuyo. Podrás ponerle tu emblema, como el joven Malfoy con el hombre lobo o los Weasley con sus sangre sucia.

 

—Yo elegiré el tipo de vínculo.

 

Voldemort sonrió.

 

—Es un trato, pequeño.

 

Harry le dio un casto beso.

 

—Es un trato —repitió antes de soltarse del abrazo de su maestro para dirigirse a su dormitorio.

 

 


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