La última caza

Desde su escondrijo entre las viejas y secas raíces de aquél sauce antaño esplendoroso, podía ver la temible fortaleza donde moraban los tres. Miró a su alrededor despacio y con cautela para ver a sus compañeros, igual de ocultos que ella. Esperaba que todo funcionara, al fin y al cabo, la idea había sido suya. Siempre estaban huyendo, alejándose de la fortaleza todo lo que podían: atravesaban los bastos bosques tormentosos hasta llegar a los desiertos con la única intención de buscar un sitio donde cobijarse y poder sobrevivir un día más. Pero esta noche había conseguido hacerse oír más alto que otras veces y que el líder de la manada le hiciera caso. Por lo que ahí estaban todos, escondidos entre las zarzas y los árboles que rodeaban la fortaleza, a los lados del camino que Él atravesaría


Se acercaba la hora, lo sabía porque el sol de aquella extraña tierra empezaba a esconderse tras las altas torres de piedra oscura. Él volvería montado en su extraño caballo, luciendo orgulloso su cornamenta para llevarse la luz y, con ello, la vida de varios de los que estaban allí. Estaban en su coto privado de caza y ellos eran sus presas. Entre los diferentes ruidos de aquel enorme bosque se escuchó el frío metal del portón. Por un ínfimo momento, el silencio invadió todo ese mundo insondable, antes de que el alboroto fuera ensordecedor.


Con precaución, se asomó ligeramente entre las raíces para ver cómo el resto de los animales se movían lo más rápido que podían, buscando un escondite lo más seguro posible hasta que su Amo decidiera poner fin a la caza. Cuando escuchó los cascos de su montura, volvió a esconder la cabeza entre las raíces y se quedó quieta, como una estatua. Intentaba pasar lo más desapercibida que podía, por eso había buscado un recoveco oscuro donde disimular su plumaje granate brillante. Uno, donde sus ojos dorados pudieran pasar por las luces de las luciérnagas que revoloteaban por todos sitios. Uno, donde Él no se fijara porque no le gustaban las presas fáciles.


Con temor le vio pasar al trote por delante de las raíces que la ocultaban. No obstante, permaneció quieta, escuchando alerta. No se fiaba. Él podría volver. El tiempo pasaba lentamente, sólo medidos por los gritos, los silencios, los aullidos... y los gritos de victoria de su Amo. Continuó estática, casi sin respirar, mientras las horas pasaban y la luna se acercaba a la fortaleza para dar paso a un nuevo día. Y lo oyó.


El miedo, que sintió una vez más en su vida y al que debería estar acostumbrada, al escuchar el rítmico sonido de los cascos al golpear la dura tierra por el camino de vuelta a la fortaleza, no la preparó para lo que vio. Como cientos de noches antes no lo habían hecho visiones semejantes. Con el aire atrapado en los pulmones contempló a aquel ser que parecía un trabajo de ebanistería viviente, gallardo, de ostentosa cornamenta, volver a su hogar luciendo orgulloso la caza de la noche.


Colgada de las forjas de la montura de su Señor vio a una de los suyos, la pareja del líder de su manada. La estudió con terror, fijándose en cómo las largas plumas granate de su cuerpo perdían el brillo y las llamas de su cola se apagaban poco a poco. Siguió sin moverse, pero ahora por el terror y el pánico de tener la certeza que podía haber sido ella. Sin embargo, lo peor era que su plan había fallado. Un frío desgarrador la inundó, creciendo en su pecho para extenderse por todo su cuello, que se abrió paso hasta su mente y obligarla a recordar aquel día en que aún era humana.


Un día en el que también le había fallado a alguien importante, aunque era incapaz de ponerle cara. No sabía quién era, ni en qué había fallado, pero había sentido el mismo frío desgarrador. Cerró los ojos y respiró lentamente, pero al abrirlos, ya no estaba en el bosque.  

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