Calma rota

Imagen propuesta por Brianna Wild.
Imagen propuesta por Brianna Wild.

No tenía ganas de hacer nada, salvo estar tirado en la cama. Llevaba varios días trabajando sin descansar, pero era lo que le tocaba. Lo que él prefería. Trabajar cuarenta y ocho horas seguidas y, después, descansar el resto de la semana.

 

Llegó a casa, cerró las cortinas de las ventanas para evitar que cualquier resquicio de luz entrara en su casa. Se quitó la ropa, tirándola por la habitación y, descalzo, fue a la cocina. Abrió la nevera, sintiendo el frío que desprendía el aparato y que agradecía en ese momento. Hacía demasiado calor en la calle, pero ya había llegado el verano, así que se suponía que era 'lo normal'. Sin embargo, tenía claro que como las cosas siguieran así, acabaría enfermando con tanto cambio de temperatura. Dependiendo de en qué lugar de su trabajo estuviera, tenía aire acondionado. Y claro, pasar de una sala bastante fría a otra caliente, o viceversa, para después salir a la terraza de la azotea a echar un cigarro, sintiendo la bofetada de aire ardiente, y poco después volver a las escaleras con esas bajas temperaturas... no. No era bueno.

 

Dio un par de tragos de zumo, directamente del cartón y se limpió la boca con la mano. Cogió un par de lonchas de embutido y se las comió. Finalmente, volvió a su dormitorio y se metió en la cama. Estaba tan cansado... el turno había sido muy jodido. Apenas había podido echar un par de cabezadas de una hora, en una de las salas dispuestas para ello, en dos días. Y más que dormir, simplemente había cerrado los ojos, desconectado su mente y relajado su cuerpo. Sin embargo, no había repuesto energías... para eso ya tenía las cantidades ingentes de chocolatinas que se comía mientras trabajaba.

 

Se tumbó en la cama, totalmente desnudo, sintiendo la frialdad de las sábanas. Se colocó de lado, abrazando la almohada. Estaba tan agusto. Era un momento especial para él, donde el mundo se paraba y dejaba de correr, por mucho que fuera de su casa el tiempo siguiera corriendo para los demás. Los que se levantaban y salían de sus casas rumbo al trabajo. Los niños que iban colegio. Las amas de casa que iban a hacer la compra. Le daba igual. Él había vuelto a casa y no se levantaría de esa cama hasta la noche, como poco.

 

Apenas habían pasado unos minutos cuando todos sus planes se vinieron abajo. Abrió los ojos rápidamente, con el corazón acelerado por el susto. Primero un par de bocinas, seguidas de un derrape y, finalmente, el gran golpe. Saltó de la cama, se puso el pantalón y descorrió la cortina de su cuarto. Suspiró al ver la imagen que había delante de su casa. Se apoyó derrotado contra la pared, suspirando. Apenas fue un segundo, porque aunque su parte egoísta le gritaba que volviera a la cama, el resto de su ser se lo impedía.

 

Cogió la camiseta del suelo y se la puso mientras caminaba rápido por el pasillo; metió los pies en las playeras, sin llegar a ponérselos bien; agarró su maletín y bajó las escaleras dando saltos. En la calle, la multitud se aglomeraba curiosa alrededor del accidente de tráfico. Sólo una frase fue suficiente para poder llegar al motorista que estaba tirado en el asfalto:

 

–¡Abran paso, soy médico!