Eres mía

La última vez dijiste que debíamos ser responsables, que cada uno seguiría su camino. He intentado ser fuerte, lo juro. Pero no ha servido de nada cuando nuestros caminos se han vuelto a cruzar. 


Nos miramos fijamente. Tu cuerpo está tenso, con los puños cerrados a cada lado. Las venas hinchadas de tus brazos atraen mi atención y me muerdo el labio al fijarme en ellas. Gruñes. 


-No me tientes -susurras con voz ronca. 


A pesar de la distancia, te oigo como si lo dijeras en mi oído. Alzo la vista, mordiéndome aún el labio y clavo mi mirada en la tuya. Marrón contra verde. Una lucha de voluntades. Los mismos pensamientos cruzan por nuestras mentes. Aunque no nos guste, en momentos como este somos uno. 


-Deja de tentarme.


Tu voz estrangulada por la angustia me provoca un escalofrío que reprimo lo mejor que puedo. Me giro, te doy la espalda y comienzo a andar, pero no puedo evitar mirarte por encima del hombro, sonriendo a medias. 


Tú ya no lo soportas más. Llegas hasta mí, me coges del brazo y me obligas a girarme de nuevo.


-Bésame -gruñes sobre mis labios. 


Y yo lo hago.


-Déjame devorarte.


Tus palabras suenan a súplica, pero ambos sabemos que es una orden. 


Y a partir de ahí, el juego de siempre se repite. Te tiento con mis sonrisas, con mis miradas fijas, mi ceja alzada. Ronroneo cuando siento tus labios sobre mi piel, comiéndome desesperado mientras la ropa abandona mi cuerpo. 


Hablas una vez más para decir algo que no es necesario porque ambos lo sabemos.


-Eres mía. 

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